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– Sé lo que estoy haciendo -dijo la voz de Grotto. Enfadada. Profunda. Le llegaba desde detrás de una puerta tan solo un poco entornada, tan poco que probablemente no se dieron cuenta de que estaba abierta. Con el corazón en un puño, Kristi se deslizó a lo largo de la pared, acercándose.

– ¿Es que no ves que te están utilizando? Por el amor de Dios, Dominic, sal de ahí ahora mismo. Antes de que sea demasiado tarde.

– No sabes de lo que estás hablando.

– Sé que está ocurriendo algo terrible. Algo maligno. Y… y odio lo que te está haciendo a ti. Por favor, Dominic, sal ahora. Podemos dejarlo. Nadie lo sabrá jamás. -Lucretia estaba asustada.

Aterrorizada.

Kristi sintió lástima en su interior al preguntarse cuánto abuso mental podría resistir su ex compañera de cuarto, ¿y para qué? ¿Por ese asqueroso que traficaba con el vampirismo?

– ¿Nadie lo sabrá jamás? Es irónico viniendo de ti -se mofó, acentuando su acusación con la voz-. Ya que eres tú quien ha abierto la boca.

– Cometí un error.

– Un error que tengo que enmendar.

Kristi apenas podía oír nada por encima de sus propios latidos. ¡Estaban hablando sobre ella! Sobre la petición original de Lucretia a Kristi para que investigase acerca de una especie de culto vampírico.

– ¡Estaba preocupada! ¡Por ellos! ¡Por ti! -Lucretia estaba casi histérica-. ¡Por… por nosotros!

– Deberías haber pensado en eso antes de que decidieras hablar con tu amiga.

– No es mi amiga -dijo Lucretia con rapidez.

– La hija de un policía, para ser exactos. Y no cualquier policía, sino un detective de homicidios. De homicidios, Lucretia. Como en los asesinatos. ¿En qué coño estabas pensando? -Ahora Grotto estaba realmente furioso y levantaba la voz-. Lo último que necesitamos es más atención de la maldita policía.

– Es… es que pensé que podría ayudar.

– ¿Cómo? ¿Descubriéndolo todo? Jesucristo, Lucretia, suponía que eras una mujer inteligente. Pero hablar con alguien tan cercano a la policía, atraer su atención hacia mí, pedir ayuda cuando ni siquiera comprendes lo que ocurre…

– Dominic, por favor… -La voz de Lucretia se quebró y Kristi casi sintió lástima por ella.

– Te dije que se había terminado -aseguró bajando la voz, igual que las campanadas por un muerto. La afirmación sonó fría y despiadada, mucho peor que si se la hubiese gritado, de haber existido un mínimo rastro de sentimiento en su voz.

– No… no lo dices en serio -respondió ella entre sollozos.

Pasa de él, no es más que un idiota sin corazón, pensó Kristi, acercándose más a la puerta. De acuerdo, era sexi, pero también cruel, y obviamente estaba mezclado en algo turbio y peligroso, definitivamente ilegal, algo relacionado con las chicas desaparecidas, muy posiblemente asesinato. Se preguntó cómo iba a poder mirarlo a la cara después de aquello.

Lucretia trataba de defenderse.

– Le… le dije que eras… inocente. Que eras una víctima.

– Pero no se lo creyó, ¿verdad?

Silencio.

Un silencio condenatorio.

– Ahora tengo que vérmelas con ella. He intentado evitarla desde el comienzo del año escolar, desde que me di cuenta de quién era, pero es persistente y… -dejó escapar un suspiro-, va a venir a verme en unos minutos. Bajo la excusa de sus trabajos de clase.

– No te veas con ella -le pidió Lucretia con suavidad.

– Tengo que hacerlo. Así que vete. Ahora. Llegará en cualquier momento. Usa la puerta trasera por si llega temprano. Y llámame en unos veinte minutos. Utilizaré la excusa para interrumpir la cita.

– Oh, no, por favor, Dominic…

– Márchate Lucretia. Sal de una jodida vez. Antes de condenarme del todo.

Lucretia emitió un leve quejido de protesta y Kristi comenzó a retroceder más y más deprisa a lo largo del pasillo. Su corazón se había acelerado y un sudor frío recorría su espalda. No había lugares para esconderse, ningún lavabo donde entrar, ninguna escalera que subir. Tenía que fingir que acababa de llegar y que no había escuchado la discusión. Alcanzó la esquina, la dobló y esperó allí mismo, pensando ya en una excusa por llegar tarde.

Oyó un portazo en la lejanía y dio por sentado que su ex compañera de cuarto había seguido el consejo de su ex amante y escapaba por la salida que daba a la parte trasera del campus, junto a las fraternidades y alejada del patio central. Unos pocos estudiantes bajaban las escaleras y Kristi comenzó a regresar; sacó el teléfono del bolsillo en cuanto estuvo fuera.

– ¿Estás ahí? -susurró mientras caminaba sin moverse del sitio.

Jay no respondía.

Entonces se dio cuenta de que la llamada se había cortado.

– Genial.

No solía ocurrir muy a menudo, pero cuando ocurría, al parecer siempre pasaba en el momento más inoportuno. Justo igual que en los anuncios. Rápidamente volvió a llamar a Jay.

– ¿Qué coño ha pasado? -inquirió frenéticamente.

– ¿Pudiste oírlo?

– ¿El qué?

– No importa, después te lo cuento.

– Estoy de camino hacia allí.

Kristi escudriñó en la oscuridad mirando hacia la biblioteca, pero no pudo reconocerlo entre el grupo de gente que se apresuraba de un edificio hasta el siguiente.

– Espera. Todavía no he entrado. Grotto tenía compañía. Te lo contaré más tarde. ¿Dónde estás?

– Acabo de salir de la biblioteca. -Ella entornó los ojos y lo reconoció bajando rápidamente los amplios escalones. Caminaba deprisa bajo las luces de las farolas hacia el departamento de Lengua. La luz eléctrica le dio de lleno y Kristi pudo ver que su expresión era seria e intensa.

– Bien, entonces puedes esperar en el interior del departamento de Lengua.

– A no ser que me quieras aún más cerca. Como al otro lado de la puerta de su despacho.

– Solo cuando me oigas decir: «Tengo problemas». Entonces puedes jugar a Rambo hasta que te hartes.

Ahora Jay estaba tan cerca de ella que Kristi sabía que él la estaba mirando. Lo saludó discretamente con la mano antes de entrar con rapidez en el edificio de ladrillos una vez más y bajar los escalones. Antes de que Jay pudiera discutir, ella volvió a pulsar el botón de «silencio», lo introdujo en el bolsillo y, al levantar la vista hacia el reloj del pasillo, advirtió que pasaban casi diez minutos de la hora de su cita. No tenía tiempo que perder si es que quería alcanzar a Grotto. Se puso en marcha y aceleró el paso a lo largo del pasillo, como si tratase de recuperar el tiempo perdido.

Al doblar la esquina, se encontró con el doctor Grotto en la puerta de su despacho, cerrando con llave. Parecía dispuesto a marcharse, vestido con unos pantalones negros, camiseta y chaqueta, y sostenía su maletín con una mano.

– ¡Oh! Doctor Grotto, siento mucho llegar tarde -dijo apresuradamente, esperando que sus mejillas se hubieran ruborizado-. Mi padre me ha llamado por teléfono y me ha entretenido. -Giró sus ojos hacia arriba-. Es que es un poquito protector. -Logró esbozar una sonrisa de disculpa apenas sin aliento-. He tenido que decirle que tenía una importante cita con usted para que colgase el teléfono.

– Desgraciadamente, yo también tengo otra cita -le informó Grotto. Probablemente fuera mentira, pero no le quedaba más opción que dejarla pasar.

– Tan solo necesito hablar con usted durante uno o dos minutos. Se lo aseguro.

Él la examinó un instante, antes de volver a abrir la puerta otra vez, y de enderezarse hasta alcanzar su imponente metro ochenta y cinco, o noventa.

– Ya pensaba que no iba a venir, pero supongo que puedo concederle un minuto. -Su voz estaba en calma, incluso modulada, como si no hubiese tomado parte en una intensa discusión hacía unos minutos.

Hizo gala de mirar su reloj, tratando de hacerla sentir incómoda por llegar tarde; obviamente, ya estaba pensando excusas para interrumpir la cita lo más rápidamente posible.