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Bien. Se daría prisa.

– Siéntese. -Le ofreció sentarse en una silla de escritorio con ruedas y él se acomodó en un desgastado asiento de cuero, al otro lado de una modesta mesa negra, y encendió la lámpara de escritorio. Toda la habitación estaba atestada, era poco más que un armario con una ventana situada en lo alto de la pared y un escritorio de ordenador encajado en un rincón. Una librería cubría una de las paredes, y cada uno de sus estantes estaba lleno hasta los topes con información sobre vampiros, fantasmas, hombres lobo y cualquier cosa que tuviera la más mínima pizca de paranormal.

– Bien, ¿qué puedo hacer por usted? -Entrelazó sus manos sobre el escritorio y se quedó mirándola con una intensidad que, según sospechaba Kristi, era para inquietarla. Lo hizo. Sus ojos eran profundos e hipnóticos, los ángulos de su rostro afilados, su boca tan fina que aparentaba ser la grieta de una poderosa y bien definida mandíbula. Era un hombre guapo; parecía acostumbrado a confiar en sus miradas y en su envergadura para llevar el peso de la conversación.

Kristi decidió ir directa al grano. O algo parecido.

– Deseaba hablarle acerca de algunas de sus estudiantes. Él inclinó su cabeza; el negro de su cabello destellaba bajo la luz de la lámpara.

– Dar información sobre cualquier persona está en contra de la política del colegio. Supongo que ya lo sabe.

– Me refiero a las que han desaparecido -aclaró ella-. ¿Las recuerda? ¿Dionne Harmon, Tara Atwater, Monique DesCartes y Rylee Ames? Mientras fueron estudiantes aquí, todas ellas se matricularon en su clase de «Vampyrismo».

– Le he dicho que no voy a hablar de ellas.

– Solo me refiero a sus asignaturas -insistió Kristi-. Todas eran estudiantes superiores de Lengua. Tenían muchas asignaturas en común. La suya era una de ellas. Es una elección muy solicitada.

– La más solicitada del departamento -coincidió con una tensa sonrisa; la blancura de sus dientes contrastaba con su tez aceitunada. Pareció relajarse un poco, excepto por el diminuto y revelador tic que había surgido junto a su ojo-. Puede que incluso del campus.

– Incluso más que la Historia del rock and roll.

– No sabría decirle. ¿Quiere llegar a alguna parte, señorita Bentz?

– Usted fue una de las últimas personas que vieron con vida a Dionne Harmon.

Se quedó helado.

– ¿Está diciendo que está muerta? ¿Han encontrado su cadáver? -Su impávida fachada se desmoronó, y algo parecido al pánico cubrió su rostro-. Dios mío, no lo sabía.

– Solo estoy diciendo que usted fue una de las últimas personas que la vieron antes de su desaparición.

– Empiece por decir a lo que se refiere -apuntó-. Hay una gran diferencia. Y sí, yo fui una de las últimas personas que vio a Dionne antes de que desapareciera. Pero, en realidad, eso no es asunto suyo, ¿verdad, señorita Bentz? Si tiene usted alguna pregunta sobre sus trabajos o sobre la clase, por favor hágala -hizo un gesto de invitación con sus manos-, pero eso es todo de lo que pienso hablar. -No volvió a fingir otra sonrisa-. Soy un hombre ocupado.

– ¿Qué sabe usted acerca de un grupo de personas que rinde culto a los vampiros? Aquí, en el campus.

– No sé de lo que me está hablando.

– ¿Nunca había visto uno de estos antes? -Kristi hundió su mano bajo el cuello de su jersey para mostrarle el vial de sangre.

Grotto miró el vial como si fuera la personificación del mal.

– ¿Qué es eso? -preguntó en lo que no fue más que un susurro.

– Un vial de sangre. Sangre humana.

– ¡Oh, Dios! -Cerró los ojos durante un momento e inspiró una larga bocanada de aire. Durante un rato, no creyó que fuera a responderle, pero entonces la sorprendió al admitirlo-. Lo he visto, o uno parecido.

– ¿Dónde?

– Una estudiante. Su nombre es O. -Parecía estar a punto de confesarse a Kristi, pero entonces sacudió la cabeza-. No puedo hablar de ella ni de nadie más. Pero sé que es una chica muy abierta y que lleva el vial de forma casi desafiante.

Aquello era cierto. El propio padre de Kristi había interrogado a la chica en un caso anterior, y ella había mostrado con orgullo su singular adorno.

– ¿De dónde lo has sacado? -inquirió Grotto.

– Lo encontré en mi apartamento.

– ¿En tu apartamento?

– Tara Atwater vivió allí.

– ¿Y crees que era suyo? -dijo él, tensando las comisuras de la boca; parecía como si la temperatura de la habitación hubiera bajado diez grados.

– Lo creo. El adn lo confirmará.

– ¿Has hecho analizar parte de la sangre? Kristi asintió.

La mirada de Grotto se volvió fría.

– Si la policía fuera a realizar cualquier prueba, se habrían llevado el collar. Es un farol, señorita Bentz.

– Envié unas gotas… diciendo que eran mías. Tengo un amigo que trabaja en el laboratorio.

– ¿Qué tiene que ver eso conmigo?

– ¿No le importa lo que les haya podido ocurrir a sus estudiantes, doctor Grotto?

– Son fugitivas -afirmó como si lo creyera. O como si quisiera creerlo.

– ¿Cree que las cuatro simplemente abandonaron la ciudad? ¿Las cuatro que asistían a sus clases? ¿Las cuatro estudiantes superiores de Lengua? ¿Cree que las cuatro tan solo quedaron y decidieron hacer un viajecito? Esa es una coincidencia impresionante, ¿no le parece?

– Es más común de lo que crees. Son jóvenes y, por lo que sé, problemáticas.

– Y han desaparecido.

– Es posible que les haya ocurrido algo, supongo, pero es mucho más probable que se hayan marchado. -Grotto parecía dividido entre el deseo de echarla de su despacho y la necesidad de hablar sobre las chicas desaparecidas.

– ¿Sin dejar ni rastro? -Kristi preguntaba con aire escéptico.

– Señorita Bentz, incluso hoy en día, si alguien desea desaparecer, puede conseguirlo. Puede que no para siempre, pero sí durante un tiempo. Creo que todas las chicas aparecerán. En cuanto quieran hacerlo.

– Eso es una patraña.

– Es fácil decirlo. Usted tuvo una familia que la quería, ¿no es así? ¿Un padre y una madre que la adoraban?

Kristi no respondió, no quería que el tema se desviara hacia ella. Se negó a mencionar que su madre murió hace diez años en un accidente de automóvil, y que su padre finalmente se había recuperado después de refugiarse en la bebida. Tampoco mencionó que fue adoptada. Cuanto menos supiera Grotto de ella, mejor.

Su teléfono sonó en aquel momento. Lucretia.

– Discúlpame -se excusó antes de hablarle al auricular-: ¿Diga? Ah, sí… estoy de camino… lo siento, llego tarde. Estaré allí en… -Comprobó su reloj-. Quince minutos… sí… adiós. -Colgó y se levantó, lo cual significaba que la entrevista había finalizado-. De verdad que tengo que marcharme. -Recogió una vez más su maletín, caminó hasta la puerta y la mantuvo abierta.

Kristi lo había estirado hasta donde había podido.

Y no había sacado nada en claro.

– Salude a Lucretia de mi parte -le dijo cuando salieron-, y dígale que me gustaría que me devolviera las llamadas.

Grotto se quedó mirándola y en ese instante ella fue testigo de cómo palidecía su piel. ¿Había tocado una fibra sensible? Pero la lividez fue algo más que la mera sorpresa del momento. El rostro de Grotto perdió el color por completo y ella tuvo la revelación de que, al igual que muchos otros a los que había visto en el campus, podría morir en poco tiempo.

– ¿Qué? -preguntó ante la insistente mirada.

– Tenga cuidado -respondió ella, y vio la interrogación en sus ojos-. No sé en lo que está metido, doctor Grotto, o hasta qué punto, pero es peligroso. Él soltó media carcajada.

– Te has inventado tu propio mito, ¿verdad? ¿Lo había hecho?