Podía decirle que se había vuelto gris, lo cual era una señal, y ella estaba convencida de ello, de muerte o condena inminente. Pero él no haría sino reírse más de ella, creer que no era más que una chiflada, justo igual que Ariel.
¿Qué era lo que esperaba? ¿Que confesaría y lo soltaría todo, hablándole de algún oscuro culto demoníaco? ¿Que admitiría que él había asesinado a las chicas? ¿Y qué más? ¿Que había bebido su sangre? ¿O había bebido su sangre antes de matarlas?
Grotto cerró su puerta con llave. Si había contado con que obtendría una sentida confesión por su parte que dejara el caso resuelto, o incluso que conseguiría información para su maldito libro, pues estaba tristemente equivocada.
Kristi subió las escaleras hasta la primera planta y encontró a Jay sentado en un banco junto al rellano. Estaba a menos de quince metros de la puerta del doctor Grotto.
– Buen trabajo, Sherlock -le dijo, y ella le lanzó una mirada de «no me provoques».
– Lo has escuchado -aventuró mientras cruzaban las puertas principales y una ráfaga de frío aire invernal los golpeaba.
– He escuchado que has llevado el vial, que lo has usado para tomarle el pelo; ¡has estado jugueteando con una prueba!
– Pensé que podría resultar efectivo.
– Maldita sea, Kris, eso no era parte del trato.
– Debía habértelo contado -admitió al recorrer el camino de ladrillos, por donde otros estudiantes cruzaban el concurrido campus. Las bicicletas y monopatines pasaban a toda velocidad y un corredor con dos perros sujetos por una correa corrían en dirección contraria.
– Pero de haberlo hecho, sabías que no te hubiera dejado tontear con él. ¿En qué estabas pensando?
Kristi no estaba dispuesta a inventarse excusas. En cambio, desvió la atención.
– Creía que tenías que estar esperando en el exterior.
– Sí, bueno, quería estar un poco más cerca, por si acaso.
– ¿Por si acaso qué? ¿Creías que podría atacarme?
Jay se encogió de hombros, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta.
– Tal vez. Lo sacaste bastante de quicio. -La cogió del brazo y la arrimó hacia él cuando un ciclista atravesó el patio-. A partir de ahora, no hay secretos. Si estamos juntos en esto, tenemos que ser sinceros entre nosotros.
Kristi asintió.
– De acuerdo.
Parecía como si Jay no la hubiera creído, pero no soltó su brazo mientras caminaban con ligereza hacia el centro de estudiantes. Jay tiró de la puerta y ambos entraron. Les impactó una corriente de aire cálido y los sonidos de risas, música y conversación que llenaban el recinto donde los estudiantes se reunían: algunos estudiaban, otros estaban enganchados a sus iPods, y otros estaban con amigos. Parecían tan inocentes, tan desprevenidos del mal que Kristi pensaba que acechaba en los rincones y grietas del campus…
¿Quién sería la siguiente?, se preguntó, y pensó en lo pálido que le había parecido el doctor Grotto.
– ¿Le crees? -La voz de Jay la devolvió a la realidad.
– ¿A Grotto? -Sacudió su cabeza-. Estaba ocultando algo. -A pesar de la calidez del sencillo y bien iluminado edificio, Kristi sintió el susurro del frío en las profundidades de su corazón. Levantó la vista hacia Jay y vio que sus ojos eran de preocupación-. Y estaba mintiendo a través de sus colmillos.
Capítulo 25
Jay tomó asiento en su despacho y, usando una lente de aumento, examinó una imagen del brazo cortado. Había visto el auténtico, por supuesto, pero estaba siendo congelado con la esperanza de encontrar el cuerpo del que había sido despojado. También había fotografías por ordenador, aquellas que podían ampliarse, pero a veces, el viejo estilo le resultaba más cómodo.
El martes había estado en el laboratorio durante diez horas. Casi era la hora de marcharse en ese momento y estaba irritable. Nervioso. No se había sentido bien por regresar a Nueva Orleans, a pesar de la insistencia de Kristi la noche anterior. Se había negado a escuchar ninguno de sus argumentos; ni siquiera consideraría vivir en la cabaña de su tía o incluso quedarse con su perro. Se había vuelto a instalar en su apartamento a pesar de todas sus protestas. Jay se mantenía en contacto constante con ella, bien por teléfono, mensajes o el correo electrónico, y hasta ahora se encontraba bien.
Hasta ahora.
¿Y cómo vas a sentirte si le pasa algo?
Trató de no ponerse inmediatamente en el peor de los casos, pero siempre estaba ahí, oculto en los rincones de su cerebro, listo para saltar una y otra vez sobre su consciencia. Tuvo que dejar de preocuparse por Kristi. Como ella le había dicho en una ocasión, era una adulta. Podía cuidar de sí misma. Le juró que la idea de que su presunto espía de las grabaciones pudiera intentar entrar en su apartamento no le molestaba. Dijo que casi era bienvenido.
– ¡Y una mierda! -murmuró, volviendo a centrarse en la decoloración entre el codo y la muñeca.
– ¿Estás hablando conmigo? -preguntó Bonita Washington al entrar en la zona de laboratorio, contemplando los microscopios y teniendo cuidado de no tocar el cromatógrafo.
– Supongo que hablaba solo -le dijo, rodando hacia atrás con su silla.
– ¿Has detectado algo extraño en ese brazo? -Señaló hacia la fotografía que yacía sobre su lugar de trabajo.
– Le falta el cuerpo.
– Qué listo eres. ¿Nada más?
– Su esmalte de uñas no va a juego con su lápiz de labios, oh, espera… Washington, que normalmente era lacónica o taciturna, mostró una auténtica sonrisa.
– Me refería a esto -dijo, señalando con un dedo una mancha sobre la piel del antebrazo-. ¿A ti qué te parece que es?
– No estoy seguro.
– ¿Una quemadura por congelación? Jay volvió a mirar.
– Igual que cuando metes un pollo en el congelador y la bolsa no está bien cerrada o, aunque lo esté, permanece ahí durante un largo tiempo.
Jay rodó con su silla de vuelta a su escritorio y usó su microscopio para examinar la mancha sobre el brazo.
– Crees que el brazo… no, que el cuerpo fue congelado antes de ser introducido en el pantano.
– Así es.
– De modo que nuestro hombre no las conserva con vida -pensó en voz alta. Su esperanza de encontrar vivas a las estudiantes desaparecidas sufrió un duro golpe.
– No sabemos lo que les hace, pero apostaría gustosa mi nuevo Porsche a que, en un momento dado, esta mujer fue congelada.
– Creía que tenías un Pontiac.
– Por el momento. Pero si tuviera un Porsche, lo apostaría. -Ella asintió como si confirmase lo que decía-. No podría permitirme perder el Grand Am.
¿Por qué introduciría el asesino los cadáveres en hielo? ¿Por qué no simplemente arrojarlos frescos después del homicidio? ¿Acaso no deseaba que se pudriesen y olieran? ¿No podía llevarlos rápidamente a un vertedero? ¿Y por qué no había sangre en el miembro seccionado?
Jay golpeó la goma del extremo de su lápiz sobre el escritorio.
¿Qué clase de chiflado estaba detrás de todo esto?
Pensó en Kristi una vez más y, esta vez, no pudo controlar su miedo.
A mitad de la semana, Kristi no estaba más cerca que antes de la verdad. Nadie había osado entrar en su apartamento; su encuentro con el doctor Grotto no había hecho más que dejarlo más tranquilo; incluso tuvo el valor de llamarla en clase y sonreír de una forma casi bondadosa. Los foros que frecuentaba cada noche, esperando coincidir con «DrDoNoGood» o con «SoloO», eran un continuo fracaso. Se habían ido silenciando lentamente, quizá a causa de los exámenes parciales que acechaban durante las próximas semanas. El campus estaba tranquilo.
Casi demasiado tranquilo.
La calma antes de la tormenta, se dijo a sí misma al maniobrar con su bicicleta a través del patio central, dirigiéndose a su clase de Redacción. Encadenó su vehículo en la horquilla para bicicletas y después se apresuró a entrar en el edificio, unos metros por detrás de Zena y Trudie.