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Myron asintió.

– Lo mejor de Internet es que da voz a todo el mundo. Y lo peor de Internet es que da voz a todo el mundo.

– El gran bastión de los cobardes y los anónimos -asintió Win-. Suzze tendría que borrarlo antes de que Lex lo vea.

– Demasiado tarde. Es parte del problema. Al parecer, Lex se ha largado.

– Entiendo -dijo Win-. ¿Quiere que nosotros le encontremos?

– Y que le llevemos a casa, sí.

– No será muy difícil encontrar a una famosa estrella del rock -afirmó Win-. ¿Cuál es la otra parte del problema?

– Ella quiere saber quién escribió esto.

– ¿La verdadera identidad del señor Loco?

– Suzze cree que es algo más gordo. Que alguien va a por ella.

Win sacudió la cabeza.

– Es un loco.

– Vamos. Escribir «No es suyo»… Es bastante asqueroso.

– Un loco asqueroso. ¿Acaso no lees las tonterías de Internet? Coges cualquier noticia, en cualquier sitio, y te encuentras siempre con los típicos comentarios racistas, homófobos y paranoicos. -Trazó comillas en el aire con dos dedos-. Te hará aullar a la luna.

– Lo sé, pero le prometí investigarlo.

Win exhaló un suspiro, se puso de nuevo las gafas y se inclinó hacia la pantalla.

– La persona que lo colgó es una tal Abeona F. Supongamos que se trata de un seudónimo.

– Supongamos.

– ¿Qué pasa con la foto del perfil? ¿Qué significa este símbolo?

– No lo sé.

– ¿Se lo preguntaste a Suzze?

– Sí. Dijo que no tenía ni idea. Se parece a un símbolo chino.

– Quizá podamos encontrar a alguien que lo traduzca. -Win se echó hacia atrás y volvió a unir los dedos-. ¿Te has fijado en la hora que colgaron el comentario?

Myron asintió.

– La tres y diecisiete de la madrugada.

– Muy tarde.

– Es lo que estaba pensando -dijo Myron-. Podría ser el equivalente a la red social de los borrachos.

– Un ex con agravios -opinó Win.

– ¿Los hay de otra clase?

– Si recuerdo bien la alocada juventud de Suzze, podría haber, por lo menos, unos cuantos candidatos.

– Ninguno al que ella crea capaz de hacer esto.

Win continuó mirando la pantalla.

– ¿Cuál va a ser nuestro primer paso?

– ¿De verdad?

– ¿Perdón?

Myron se paseó por su despacho recién renovado. Habían desaparecido los carteles de las obras de Broadway y los recuerdos de Batman. Los habían quitado cuando tuvieron que pintarlo, y Myron no tenía claro si quería volver a colgarlos. También habían desaparecido los viejos trofeos y premios de sus días de deportista -los anillos de los campeonatos de la NCAA, su certificado del Parade All-American, su premio como Jugador del Año del Colegio Universitario-, salvo una excepción. Justo antes de su primer partido profesional, con los Boston Celtics, cuando su sueño por fin se hizo realidad, Myron había sufrido una grave lesión en la rodilla. Sports Illustrated lo sacó en portada con este título: «¿ESTÁ ACABADO?». Y si bien ellos no contestaban a la pregunta, la respuesta acabó siendo un gran «¡SÍ!». No tenía claro por qué había conservado aquella portada enmarcada. Si le preguntaban, decía que era una advertencia para cualquier «superestrella» que entrara en su despacho sobre lo rápido que podría desaparecer del firmamento, pero Myron, hasta cierto punto, sospechaba que se trataba de algo más profundo.

– No es tu modus operandi habitual -señaló Myron.

– Oh, por favor, dime.

– Ahora viene cuando me dices que soy un agente, no un investigador privado, y que tú no ves ningún sentido en hacerlo porque no hay ningún beneficio económico en juego para la firma.

Win no dijo nada.

– A veces te quejas de que tengo complejo de héroe y de que tengo necesidad de ayudar a la gente para sentirme realizado. Y últimamente, o tal vez debería decir, más recientemente, tratas de explicarme que mis intervenciones han hecho más daño que bien o que he acabado hiriendo, e incluso matando, quizás a más personas de las que haya podido salvar.

Win bostezó.

– ¿Hay algo más que quieras decir?

– Creía que era evidente, pero aquí está. ¿Por qué de pronto pareces tan dispuesto, e incluso entusiasmado, a aceptar esta misión en particular, cuando en el pasado…?

– En el pasado -interrumpió Win-. Siempre te he ayudado, ¿no?

– La mayoría de las veces, sí.

Win me miró, se golpeó la barbilla con el índice.

– ¿Cómo explicarlo? -Se detuvo, pensó, asintió-. Tenemos tendencia a creer que las cosas buenas durarán para siempre. Está en nuestra naturaleza. Por ejemplo, los Beatles. Oh, siempre estarán con nosotros. Los Soprano, esa serie que no dejarán nunca de emitir. La serie de Zuckerman, de Philip Roth. Los conciertos de Springsteen. Pero las cosas buenas son escasas. Hay que disfrutarlas, porque siempre nos dejan demasiado pronto.

Win se levantó y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir de la habitación miró atrás.

– Trabajar contigo -dijo- es una de esas cosas buenas.

4

No costó mucho encontrar a Lex Ryder.

Esperanza Díaz, la socia de Myron en MB Reps, le llamó a las once de la noche y dijo:

– Lex acaba de usar su tarjeta de crédito en el Three Downing.

Myron se alojaba, como hacía a menudo, en el apartamento de Win en el legendario edificio Dakota, que daba a Central Park West, en la esquina de la Calle 72. Win tenía uno o tres dormitorios libres. El Dakota databa de 1884 y destacaba. Su estructura de fortaleza era hermosa, oscura y, en cierto modo, maravillosamente deprimente. Era un batiburrillo de gabletes, balcones, florones, pedimentos, balaustradas, hierros forjados, medias cúpulas, rejas forjadas, arcadas, buhardillas; una extraña mezcla sin solución de continuidad, más perfecta que abrumadora.

– ¿Qué es eso? -preguntó Myron.

– ¿No conoces el Three Downing? -preguntó Esperanza.

– ¿Debería?

– Sin duda. Ahora mismo es el local de moda en la ciudad. Diddy, las supermodelos, los diseñadores, toda esa pandilla. Está en Chelsea.

– Oh.

– Es un poco decepcionante -opinó Esperanza.

– ¿Qué?

– Que un chuleta de tu categoría no conozca los lugares de moda.

– Cuando Win y yo vamos de clubes, llegamos en la limusina Hummer blanca y utilizamos las entradas subterráneas. Los nombres se confunden.

– Puede que estar prometido esté estropeando tu estilo -dijo Esperanza-. ¿Quieres pasar por ir allí y recogerle?

– Estoy en pijama.

– Sí, todo un chuleta. ¿Tus pijamas tienen pies?

Myron consultó su reloj de nuevo. Podía estar en el centro antes de medianoche.

– Voy para allá.

– ¿Win está ahí? -preguntó Esperanza.

– No, todavía no ha vuelto.

– ¿Vas a ir solo?

– ¿Te preocupa que un bocado delicioso como yo vaya a un club nocturno solo?

– Me preocupa que no te dejen entrar. Me encontraré contigo allí. Dentro de media hora. En la entrada de la Calle 17. Vístete para impresionar.

Esperanza colgó. Eso sorprendió a Myron. Desde que había sido madre, Esperanza, una juerguista chica bisexual, ya no salía por las noches. Siempre se había tomado su trabajo muy en serio. Ahora era dueña del cuarenta y nueve por ciento de MB Reps y, con tantos viajes extraños de Myron en los últimos tiempos, había tenido que asumir casi toda la carga de la empresa. Pero, tras años de llevar una vida nocturna tan hedonista que hubiese puesto verde de envidia a Calígula, Esperanza se había pasado a la abstinencia total, después de casarse con el correctísimo Tom y tener un hijo llamado Héctor. Pasó de ser Lindsey Lohan a Carol Brady en cuatro segundos y cinco centésimas.

Myron echó un vistazo a su armario, preguntándose qué debería ponerse para ir al local nocturno de moda. Esperanza le había dicho que se vistiese para impresionar, así que se decidió por lo habitual y seguro -tejanos, americana azul, mocasines caros-, el Señor Chic Informal, más que nada porque era lo único disponible que encajaba con la sugerencia. En realidad había poco más en su armario que tejanos, americanas y un traje de confección, a menos que quisiese parecer un vendedor de una tienda de electrodomésticos.