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Cogió un taxi en Central Park West. El cliché sobre los taxistas de Manhattan es que son todos extranjeros y apenas saben hablar inglés. El cliché puede ser cierto, pero habían pasado por lo menos cinco años desde la última vez que Myron había hablado con uno. Todos los taxistas de Nueva York llevan el audífono de un móvil Bluetooth en el oído, las veinticuatro horas del día, siete días a la semana, y hablan en voz baja en su lengua nativa con quien sea que esté al otro lado. Modales aparte, Myron siempre se preguntaba qué persona podía haber en sus vidas que quisiera hablar con ellos a todas horas. En ese sentido, se podía afirmar que se trataba de hombres muy afortunados.

Myron estaba preparado para encontrarse con una cola de público inmensa, un cordón de terciopelo o algo así, pero cuando llegaron a la dirección, en la Calle 17, no había ninguna señal de un club nocturno. Por fin comprendió que el «Three» correspondía al tercer piso y que Downing era el nombre del edificio que había enfrente. Alguien había ido a la Escuela de Nombres Literales de MB Reps.

El ascensor llegó al tercer piso. Tan pronto como se abrieron las puertas, Myron sintió el ritmo del bajo en su pecho. La larga cola de desesperados por entrar ya se había formado. Al parecer, las personas acudían a clubes como éste para divertirse, pero la realidad era que la mayoría, después de hacer cola, acababan recibiendo un severo recordatorio de que no eran lo bastante interesantes para sentarse a la mesa de los chicos más populares. Los vips pasaban a su lado casi sin mirarles, y eso hacía que su deseo de entrar creciera aún más. Había un cordón de terciopelo, que indicaba su estatus inferior, vigilado por tres gorilas con cabezas afeitadas y caras agrias.

Myron se acercó con su mejor andar estilo Win.

– Hola, chicos.

Los gorilas no le hicieron caso. El más grande de los tres llevaba un traje negro sin camisa. Nada. La chaqueta y sin camisa. Su pecho untado con vaselina mostraba una impresionante musculatura metrosexual. Ahora mismo se estaba ocupando de un grupo de cuatro chicas de quizá-veintiún años. Todas llevaban unos tacones ridículamente altos -la confirmación de que los tacones estaban de moda este año-, y más que caminar, se tambaleaban. Los vestidos eran lo bastante cortos como para que las denunciasen, pero eso ya no era nada nuevo.

El gorila las miró como si fuesen ganado. Las chicas hicieron poses y sonrieron. Myron casi esperó verlas abrir la boca para que él pudiese mirarles los dientes.

– Vosotras tres, vale -dijo Músculos-. Vuestra amiga es demasiado gorda.

La chica gorda, que debía de usar una talla cuarenta y dos, comenzó a llorar. Sus tres amigas formaron un círculo y discutieron si debían entrar sin ella. La chica gorda se marchó llorando. Las amigas se encogieron de hombros y entraron. Los tres gorilas sonrieron.

– Elegante -dijo Myron.

Las sonrisas burlonas se volvieron hacia él. Músculos le miró a los ojos, con actitud desafiante. Myron aguantó la mirada y no la apartó. Músculos le miró de arriba abajo y, evidentemente, le pilló en falta.

– Bonito atuendo -comentó Músculos-. ¿Va camino de discutir una multa de aparcamiento en el juzgado de tráfico?

Sus dos colegas, ambos con camisetas Ed Hardy ajustadísimas, le rieron la gracia.

– Sí -respondió Myron, y le señaló el pecho-. Tendría que haberme dejado la camisa en casa.

El gorila situado a la izquierda de Músculos formó una O de sorpresa con los labios.

Músculos levantó el pulgar, al estilo de un árbitro de béisbol.

– Al final de la cola, compañero. O mejor todavía, váyase.

– Estoy aquí para ver a Lex Ryder.

– ¿Quién dice que está aquí?

– Lo digo yo.

– ¿Y usted es?

– Myron Bolitar.

Silencio. Uno de ellos parpadeó. Myron estuvo a punto de gritar: «¡Tachán!», pero se contuvo.

– Soy su agente.

– Su nombre no está en la lista -señaló Músculos.

– Y no sabemos quién es usted -añadió O de Sorpresa.

– Así que… -el tercer gorila movió sus cinco gruesos dedos-, adiós.

– Qué ironía -dijo Myron.

– ¿Qué?

– Tíos, ¿no veis la ironía? -preguntó Myron-. Sois cancerberos de un lugar donde a vosotros nunca os permitirían la entrada. Sin embargo, en lugar de verlo y, por lo tanto, añadir un toque humano, actuáis como payasos.

Más parpadeos. Los tres avanzaron hacia él, una gigantesca pared de pectorales. Myron sintió que le ardía la sangre. Sus dedos se cerraron en puños. Los relajó y mantuvo la respiración normal. Se acercaron. Myron no retrocedió. Músculos, el líder, se inclinó hacia él.

– Será mejor que te largues, tío.

– ¿Por qué? ¿Soy demasiado gordo? Por cierto, dime la verdad, ¿crees que estos tejanos me hacen el culo grande? Dímelo.

La larga cola de aspirantes a entrar guardó silencio ante la visión del desafío. Los gorilas se miraron entre ellos. Myron se hizo un reproche a sí mismo. Podría tratarse de una actitud contraproducente. Había ido hasta allí a buscar a Lex, no para meterse con unos tipos dominados por la rabia.

Músculos se rió.

– Vaya, vaya. Al parecer tenemos aquí un comediante.

– Sí -asintió el gorila O de Sorpresa-, un comediante. Ja, ja.

– Sí -dijo su compañero-. Es un auténtico comediante, ¿verdad, gracioso?

– Bueno -respondió Myron-, a riesgo de parecer poco modesto, también soy un cantante bien dotado. Por lo general, comienzo con «Mac the Knife» y sigo con una versión más sencilla de «Lady», más en plan Kenny Rogers que Lionel Richie. No queda ni un ojo seco en la sala.

Músculos se inclinó hacia la oreja de Myron, con sus compañeros cada vez más cerca.

– ¿Se da cuenta, por supuesto, de que vamos a echarle de aquí a patadas en el culo?

– ¿Y usted se da cuenta, por supuesto -respondió Myron-, de que los esteroides le achican los testículos?

Entonces, detrás de él, Esperanza dijo:

– Viene conmigo, Kyle.

Myron se volvió, vio a Esperanza, y consiguió no decir «¡Caray!» en voz alta, aunque no fue fácil. Conocía a Esperanza desde hacía veinte años, había trabajado codo a codo con ella, y algunas veces, cuando ves a una persona todos los días y te conviertes en su mejor amigo, te olvidas de lo espectacular que es. Cuando se conocieron, Esperanza era una luchadora profesional con muy poca ropa conocida como La Pequeña Pocahontas. Adorable, ágil y caliente a más no poder, había dejado de ser la chica guapa de las Fabulosas Damas de la Lucha para convertirse en su ayudante personal, mientras estudiaba Derecho por las noches. Por decirlo de alguna manera, había ascendido y ahora era la socia de Myron en MB Reps.

En el rostro de Músculos Kyle apareció una sonrisa.

– ¿Poca? Chica, ¿de verdad eres tú? Estás tan buena que te lamería en un cucurucho de helado.

– Bonita frase, Kyle -aprobó Myron.

Esperanza le ofreció la mejilla para que le diera un beso.

– Yo también me alegro de verte.

– Ha pasado mucho tiempo, Poca.

La belleza morena de Esperanza hacía evocar cielos iluminados por la luna, paseos nocturnos por la playa y olivos mecidos por la brisa. Llevaba pendientes de aro. Su largo pelo negro tenía ese punto de despeinado perfecto. Su blusa blanca parecía cortada por una deidad generosa; quizá llevaba abierto un botón de más, pero funcionaba. Los tres gorilas se apartaron. Uno quitó el cordón de terciopelo. Esperanza le recompensó con una sonrisa deslumbrante. Mientras Myron la seguía, Músculos Kyle se interpuso en su camino para tropezar con él. Myron se preparó y se aseguró de que Kyle se llevase la peor parte. Esperanza murmuró: