No, pensó Phury.
– Sí -dijo.
El Reverendo pasó su mano de atrás para adelante por su cresta. Entonces se apoyó y presionó un botón del intercomunicador.
– Rally, quiero aquí trescientos en valor de la Reina. Asegúrese que sea de gránulo fino -dijo el Reverendo sentándose en su silla-. Levántate, no creo que deberías llevar esta clase de polvo a casa. No necesitas esta mierda.
– No es que ponga atención a tus consejos, pero me dijiste que debería ir hacia algo más fuerte.
– Me retracto de aquel comentario.
– Pensé que los symphaths no tenían conciencia.
– Soy hijo de mi madre, también. Entonces tengo un poco.
– No es usted afortunado.
La barbilla del Reverendo bajó, y por una fracción de segundo sus ojos flamearon un puro y purpúreo mal. Entonces sonrió.
– No… ustedes son los afortunados.
Rally llegó momentos después, haciendo que la transacción no tomara mucho tiempo. El paquete doblado con esmero quedo dentro del bolsillo de Phury.
Cuando se marchaba el Reverendo dijo:
– La materia es muy pura. Muerte pura. Puedes rociarlo o derretirlo en tu porro y chutártelo. Pero un consejo. Sería más seguro para ti si lo fumas. Tendrás más control de la dosis.
– Estas familiarizado con tus productos.
– Nah, nunca uso nada de esta basura tóxica. Esto mata. Pero tengo noticias de la gente sobre que funciona. Y que te deja una etiqueta en el dedo del pie.
La realidad de lo que hacía brilló a través de la piel de Phury en una repugnantemente sensación de cosquilleo. Pero cuando regresó a la mesa con los Hermanos no podía esperar para irse a casa. Quería embrutecerse completamente. Quería el cabeceo profundo que había oído que la heroína daba. Y él sabía que había comprado bastante de la droga para tomar el infierno divino varias veces.
– ¿Qué pasa contigo? -Preguntó Butch-. No puedes quedarte quieto esta noche.
– No hago nada. -Cuando puso su mano dentro de su bolsillo y sintió lo que él había comprado, comenzó a dar un golpeteo con su pie bajo la mesa.
Soy un heroinómano.
Excepto que, realmente, ya poco le importaba. La muerte estaba en todas partes alrededor de él, el hedor de la pena y fracaso que contaminaba el aire que respiraba. Necesitaba del tren loco durante algún tiempo, aun si esto significara la entrada a otra clase de enfermedad.
Por suerte, o tal vez lamentablemente, Butch y V no se quedaron mucho tiempo en el club, y estuvieron en casa un poco después de medianoche. Cuando ellos caminaban por el vestíbulo Phury sobaba sus nudillos, y un rubor que estallaba bajo su ropa. No podía esperar para estar solo.
– ¿Quieren comer? -dijo Vishous bostezando.
– Claro que si -dijo Butch. Entonces echó un vistazo sobre el hombro cuando V fue para la cocina. -. Phury, ¿vienes con nosotros para comer algo?
– Nah, hasta luego. -Cuando subió por la escalera podía sentir los ojos del macho en él.
– Phury… – llamó Butch.
Phury blasfemó y miro sobre su hombro. Un poco de su paseo maniático sangró sabiendo que los ojos del policía estaban fijos en el.
Butch sabía, pensó. De alguna manera el tipo sabía.
– Estás seguro que no quieres comer con nosotros -dijo el humano con voz leve.
Phury no supo que pensar. O tal vez sólo lo rechazo.
– Sí. Estoy seguro.
– Cuidado, amigo. Algunas cosas son difíciles de deshacer.
Phury pensó en Z. En él. Del futuro de mierda al que tenia poco interés en aferrarse.
– Crees que no lo sé -dijo, y salió.
Cuando llegó a su cuarto cerró la puerta y dejó caer su abrigo de cuero en una silla. Sacó el paquete, agarró un poco de humo rojo y un papel de arroz, y preparó un porro. No pensaba en lo que hacía. Se enviciaba sólo de pensarlo, estaba demasiado cerca.
Al menos para esta primera vez.
Él lamió el borde del papel de arroz, presionó la unión, luego se acercó a su cama y se recostó contra las almohadas. Lo tomó ligeramente, acercándolo a la llama para darle vida, y se inclinó sobre el brillo naranja, lo hizo rodar por su mano entre los labios.
El golpe a su puerta lo enojo. Butch joder.
Apagó el encendedor.
– ¿Qué?
Cuando no hubo respuesta, guardó el cigarrillo con él y caminó a través del cuarto. Abrió la puerta.
John tropezó hacia atrás.
Phury respiró hondo. Una vez más. Relájate. Él tenía que relajarse.
– ¿Qué haces, hijo? -le preguntó, acariciando el porro con el dedo índice.
John tomo su almohadilla, escribió unas líneas y se las enseño.
– Siento molestarle. Necesito a alguien que me ayude con mis posiciones de jiu-jitsu, y tú eres muy bueno.
– Oh… sí. Esta noche no John. Lo siento. Estoy… ocupado.
El niño sacudió la cabeza. Después de una pausa, John agitó un adiós. Y giró alejándose.
Phury cerró la puerta, la cerró con llave, y fue derecho a la cama. Él saco el cigarrillo otra vez, puso el porro entre sus labios
Justo cuando la llama golpeó la punta del cigarrillo, se congeló.
No podía respirar. No podía… comenzó a jadear. Cuando sus palmas se pusieron mojadas, el sudor estalló encima de su labio superior, bajo sus axilas y bajó hacia su pecho.
¿Qué joder estaba haciendo? ¿Qué joder hacía?
Heroinómano… heroinómano hijo de puta. Heroinómano de bajos fondos… hijo de puta. Traer heroína ¿a la casa del Rey? Encender la mierda en el complejo de La Hermandad ¿Contaminarse porque era demasiado débil de mierda para enfrentarse a sus problemas?
Infiernos que no, él no haría eso. No deshonraría a sus hermanos, a su rey, con esto. Bastante se enviciaba con el humo rojo. ¿Pero H?
Temblando de la cabeza a los pies, Phury corrió al cuarto, recogió el paquete, y se escapó al cuarto de baño. Tiró el porro y la heroína dentro del inodoro descargándolo una y otra vez.
Tropezando por el cuarto, corrió por el corredor del vestíbulo.
John estaba a la mitad del camino de la magnífica escalera cuando Phury llegó tan rápidamente a la esquina que casi se cayó. Agarró al muchacho y lo arrastró a sus brazos con tanta fuerza, que aquellos huesos frágiles debieron doblarse.
Dejando caer su cabeza en el hombro del niño, Phury se estremeció.
– Ah, Dios… gracias. Gracias, gracias…
Pequeños brazos lo rodearon. Pequeñas manos acariciaron su espalda.
Cuando Phury finalmente lo soltó, tuvo que limpiar sus ojos.
– Pienso que es una gran noche para trabajar en tus posturas. Sí. Es buena hora también para mí. Vamos.
Cuando el niño lo miró… sus ojos de repente parecieron sorprendentemente sabios. Y luego la boca de John trabajó, moviéndose despacio, formando palabras que tenían un impacto aun cuando no tuvieran sonido.
– Usted está en una prisión sin barras. Me preocupo por usted.
Phury parpadeó, atrapado en una extraña deformación del tiempo. Alguien más le había dicho aquellas mismas cosas… El verano pasado.
La puerta del vestíbulo se abrió, rompiendo el momento. Phury y John lo aceptaron sin pensar, Zsadist entró en el vestíbulo.
El hermano lucía abatido mientras echaba un vistazo hacia las escaleras.
– Oh, oye, Phury. John.
Phury frotó su cuello, tratando de volver de cualquier déj à vu de rareza que acabara de pasar junto a John.
– ¿Así que, Z, de dónde vienes?
– De un pequeño viaje. Un pequeño viaje muy lejano. ¿Qué hacen?
– Vamos a ir al gimnasio para trabajar las posiciones de John.
Z cerró la puerta.
– ¿Y si me uno a ustedes? O… tal vez yo debería decir. ¿Puedo unirme a ustedes?
Phury se quedó mirándolo fijamente. John pareció igualmente sorprendido, pero al menos el niño tenía la gracia de asentir con la cabeza.