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John asintió mientras arribaban al área de estacionamientos recordó una lejana noche. Dios, se sentía como si hubieran pasado cien años desde que había venido aquí con Mary y Bella.

El y Tohr se apearon del Rand Rover.

– ¿Con quien me entrenaré?

– Con otra docena de machos de aproximadamente tu misma edad. Todos tienen algo de sangre guerrera en las venas, que es por lo que los escogimos. El entrenamiento perdurará a lo largo de sus transiciones y luego seguirá por otro largo periodo, hasta que pensemos que están listos para salir al campo.

Caminaron hacia un par de puertas de metal y Tohr las abrió completamente. Al otro lado había un corredor que parecía no terminar nunca. Mientras lo transitaban Tohr le mostraba un salón de clases, el gimnasio, una habitación para pesarse y un vestuario. El macho se detuvo cuando llegó a una puerta hecha de vidrio escarchado.

– Aquí es a donde vengo cuando no estoy en casa o en el campo.

John entró. La habitación estaba casi vacía y era muy poco notoria. El escritorio era de metal y estaba cubierto con equipo informático, teléfonos y papeles. Había archivadores alineados en la pared del fondo. Sólo había dos lugares donde sentarse, asumiendo que dar vuelta a la papelera para sentarse sobre ella no era una opción. Sobre una esquina, había una silla de las que comúnmente se utilizaban para equipamiento de oficina. La otra estaba detrás del escritorio y era bien fea: una monstruosidad con el tapizado roto, de cuero color verde aguacate con bordes orejeros, el asiento flojo y un par de patas que le daban un nuevo significado a la palabra firme.

Tohr puso la mano sobre el alto respaldo de la cosa.

– ¿Puedes creer que Wellsie me obligó a deshacerme de esto?

John asintió haciendo señas,

– Si, puedo.

Tohr sonrió y caminó hacia un gabinete alto hasta el techo. Cuando abrió la puerta y digitó una serie de números en el tablero, la parte trasera se abrió a una especie de oscuro pasadizo.

– Aquí vamos.

John entró aunque no podía ver mucho.

Un túnel de metal. Lo suficientemente ancho como para que entraran tres personas caminando lado a lado, y tan alto que sobraba espacio incluso sobre la cabeza de Tohr. Las luces estaban embutidas en el techo cada diez pies o así, pero no alumbraban mucho en la oscuridad reinante.

Esta es la cosa más increíble que he visto en mi vida, -pensó John cuando empezaron a caminar.

El sonido de las botas de cowboy de Tohr rebotó en las paredes de acero, como también lo hizo su profunda voz.

– Mira, acerca de conocer a Wrath. No quiero que te preocupes. Es intenso, pero no hay nada que temer. Y no te asustes por sus gafas de sol. Está casi ciego y es hipersensible a la luz, así que debe usarlas. Pero aunque no pueda ver, aun así, leerá en ti como en un libro abierto. Tus emociones serán tan claras para él como la luz del día.

Un poco más tarde, a la izquierda apareció una escalera baja, que llevaba hasta una puerta y a otro panel. Tohr se detuvo y apunto hacia el túnel, que hasta donde John podía ver, continuaba eternamente.

– Si sigues derecho por allí, llegarás a la casa del guarda a unas ciento cincuenta yardas. Tohr subió los pocos escalones, manipulo el panel, y abrió la puerta. Una brillante luz inundó el lugar como agua liberada de un dique.

John miró hacia arriba, con un extraño sentimiento resonando en su pecho. Tenía la rarísima sensación de que estaba soñando.

– Todo está bien, hijo -Tohr sonrió, su dura cara suavizándose un poco-. Nada va a lastimarte aquí arriba. Confía en mí.

– Ok, está hecho -dijo Havers.

Zsadist abrió los ojos, pudiendo ver únicamente el grueso cabello negro de Wrath.

– ¿Ha sido…?

– Ella está bien. No hay señales de relaciones forzadas ni de ningún tipo de trauma. -Se oyó un chasquido, como si el médico se estuviera quitando los guantes.

Zsadist flaqueo y sus hermanos aguantaron el peso. Cuando finalmente levantó la cabeza, vio que Havers había apartado el sangriento camisón, y había cubierto nuevamente a Bella con la toalla, y se estaba colocando un nuevo par de guantes. El macho se inclinó sobre el maletín, sacó un par de tenazas y unas pinzas, y luego miró hacia arriba.

– ¿Me ocuparé de sus ojos ahora, ¿está bien? -Cuando Z asintió, el médico sostuvo los instrumentos-. Tenga cuidado, señor. Si me asusta podría dejarla ciega con estas. ¿Me entiende?

– Si. Sólo no le hagas daño…

– No sentirá nada. Lo prometo.

Z sí observó esta parte, y fue eterna. Tenía una vaga idea de que hacia la mitad de la cura ya no se estaba sosteniendo a si mismo. Phury y Wrath estaban cargando con todo su peso para mantenerlo en pie, la cabeza le colgaba sobre el costado del macizo hombro de Wrath mientras miraba atentamente.

– La última -murmuró Havers-. Bien he sacado todas las suturas.

Todos los machos de la habitación respiraron hondo, hasta el doctor, y luego Havers volvió a sus suministros y recogió un tubo. Puso un poco de ungüento sobre los párpados de Bella; luego guardó todo en su maletín.

Cuando el médico se puso en pie, Zsadist se desasió de sus hermanos y caminó un poco. Wrath y Phury extendieron los brazos.

– Las heridas son dolorosas, pero por ahora ninguna pone en riesgo su vida -dijo Havers-. Para mañana o pasado mañana estarán curadas, siempre que se la dejen sola. Está desnutrida y necesita alimentarse. Si se va a quedar en esta habitación, necesitara encender la calefacción y trasladarla a la cama. Cuando se despierte debe ingerir comida y bebida. Y otra cosa más. En el examen interno encontré… -sus ojos pasaron por Wrath y Phury, y luego se fijaron en Zsadist. -Algo de índole personal.

Zsadist fue hacia el doctor.

– ¿Qué?

Havers lo llevó hacia un rincón y hablo despacio.

Para cuando el macho terminó, Z estaba aturdido, sin palabras.

– ¿Estás seguro?

– Sí

– ¿Cuándo?

– No lo sé. Pero relativamente pronto.

Z miró hacia Bella. Oh, Cristo

– Ahora, ¿asumo que tiene aspirinas o Motrin en la casa?

Z no tenía idea; nunca tomaba remedios para el dolor. Miró a Phury.

– Si, tenemos -dijo su hermano.

– Suminístrenselas. Y les daré algo más fuerte como respaldo para el caso de que no alivien del todo el dolor.

Havers sacó un pequeño frasco de vidrio que tenía un sello de goma rojo como tapa y se puso en la palma de la mano dos jeringas hipodérmicas envueltas en paquetes estériles. Escribió algo en un pequeño bloc, y luego le entregó el papel y los suministros a Z.

– Si es de día y siente mucho dolor cuando se despierte, puede darle una inyección de esto de acuerdo a mis indicaciones. Es la misma morfina que le acabo de administrar, pero debe prestar atención a las dosis que le indico. Llámeme si tiene preguntas o si quiere que le asista en el procedimiento de dar inyecciones. Por otra parte, si el sol ya se puso, vendré y le daré la inyección yo. -Havers miró la pierna de Z-. ¿Quiere que examine su herida?

– ¿Puedo bañarla?

– Definitivamente sí.

– ¿Ahora?

– Sí -Havers frunció el ceño-. Pero, señor, su pierna…

Z entró al baño, abrió los grifos del jacuzzi, y metió la mano debajo del chorro. Esperó hasta que estuvo lo suficientemente caliente, luego volvió a buscarla.

Para entonces, el doctor ya se había ido, pero Mary, la mujer de Rhage, estaba en la entrada de la habitación, queriendo ver a Bella. Phury y Wrath hablaron con ella brevemente y negaron con la cabeza. Ella se fue, viéndose abatida.

Cuando la puerta se cerró, Z se arrodilló cerca del jergón y empezó a levantar a Bella.

– Espera, Z. -la voz de Wrath era dura-. Su familia deber cuidar de ella.

Z se detuvo y pensó en quien habría alimentado a sus peces. Dios…probablemente esto no estuviera bien. Mantenerla aquí, lejos de aquellos que tenían todo el derecho a cuidarla en su dolor. Pero la idea de dejarla ir era intolerable. Acababa de encontrarla…