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Debería haber estado yo allí adentro con ella. Lavándola. Confortándola. Cuidándola.

Mía, pensó, mirando la puerta desde donde salía el canto.

Phury empezó a dirigirse hacia el baño, repentinamente furioso más allá de lo imposible. La cólera territorial encendía su pecho como una hoguera, levantando una llama de poder que le rugía en el cuerpo. Agarró fuertemente el pestillo de la puerta… Y oyó ese hermoso sonido que era la melodía que entonaba el tenor.

Phury se quedó allí de pie, temblando. Mientras el enojo se convertía en un anhelo que lo asustaba, apoyo la frente contra el marco de la puerta. Oh, Dios… no.

Apretó los ojos cerrándolos, tratando de encontrar otra explicación para su comportamiento. No había otra. Y, después de todo él y Zsadist eran mellizos.

Así que tendría sentido que desearan a la misma hembra. Que terminaran… vinculándose a la misma mujer.

Soltó una maldición.

Mierda santa, esto eran problemas… de la clase que te enterraban-bien-muerto. Para empezar, dos machos emparejados atados a la misma mujer era una combinación letal. Si le agregabas el hecho de que estos fueran dos guerreros, tenías el potencial para que ocurrieran serios daños. Después de todo, los vampiros eran animales. Caminaba y hablaban y eran capaces de razonamientos más elevados, pero fundamentalmente eran animales. Así que había algunos instintos que ni siquiera el más ingenioso de los cerebros podía superar.

Lo bueno era que todavía no habían llegado a ese punto. Se sentía atraído por Bella y la deseaba, pero no había llegado a sentir el profundo sentido de posesión que era la carta de presentación de un macho emparejado. Y no había detectado la esencia de emparejamiento irradiando de Zsadist, así que tal vez todavía hubiera esperanzas.

Aun así ambos tenían que alejarse de Bella. Los Guerreros, probablemente por su naturaleza agresiva se emparejaban, fuerte y rápidamente. Así que tenía esperanzas de que ella se fuera pronto con su familia, donde pertenecía.

Phury soltó el pomo de la puerta y salió de la habitación. Bajó las escaleras como un zombi y se dirigió fuera hacia el patio. Quería que el frío le golpeara para poder aclarar sus pensamientos. Pero lo único que logró fue que su piel se pusiera tirante.

Estaba a punto de encender un porro de humo rojo cuando se dio cuenta que el Ford Taurus, al que Z le había hecho un puente para traer a casa a Bella, estaba aparcado en frente de la mansión. Todavía estaba en marcha, olvidado ante todo el drama.

Bien, esa no era la clase de escultura de césped que precisaban. Sólo Dios sabía que clase de dispositivo de rastreo había en él.

Phury se metió en el sedán, puso la cosa en movimiento y se dirigió hacia la salida.

CAPÍTULO 9

Cuando John salió del túnel subterráneo, se quedó momentáneamente cegado por la luminosidad. Luego su vista se adecuó. Oh, mi dios. Es hermoso.

El vasto vestíbulo era un vívido arco iris, tan colorido que le pareció que sus retinas no podrían admirarlo en su totalidad. Desde las columnas verdes y rojas de mármol hasta el mosaico multicolor del suelo, desde los paneles dorados que se hallaban por todos lados hasta el…

Santo Miguel Ángel, mira ese techo.

Se hallaba tres pisos por encima, las pinturas de ángeles, nubes y guerreros sobre grandes caballos cubrían una extensión que parecía tan grande como un estadio de fútbol. Y había más… alrededor de todo el segundo piso había un balcón dorado que tenía insertados paneles con representaciones similares. Después ahí estaba la espléndida escalera con su propia y recargada balaustrada.

Las proporciones del espacio eran perfectas. Los colores exquisitos. El arte sublime. Y no era al estilo pretencioso Donald Trump. Incluso John, que no sabía nada acerca de estilo, tenía la curiosa sensación de que lo que estaba mirando era verdaderamente de buen gusto. La persona que construyó esta mansión y la decoró sabía lo que hacía y tenía el dinero para comprar todo de buena calidad: un verdadero aristócrata.

– Bello, ¿no? Mi hermano D construyó este lugar en 1914. -Tohr se puso las manos sobre las caderas mientras miraba alrededor, luego se aclaró ligeramente la garganta-. Si, tenía un gusto excelente. Lo mejor de lo mejor para él.

John estudió cuidadosamente la cara de Tohr. Nunca lo había oído utilizar ese tono de voz. Tanta tristeza…

Tohr sonrió y poniéndole una mano sobre el hombro, apresuró a John para que siguiera caminando.

– No me mires así. Me siento como una salchicha desnuda cuando lo haces.

Se dirigieron al segundo piso, caminando por una alfombra roja tan mullida que era como caminar sobre un colchón. Cuando John llegó arriba, se asomó sobre el balcón al diseño del suelo del vestíbulo. Los mosaicos se fundían en una espectacular representación de un árbol frutal en plena floración.

– Las manzanas son parte de nuestros rituales, -dijo Tohr-. O al menos, lo son cuando los practicamos. Últimamente no hemos tenido muchos de esos, pero Wrath está convocando a todos para realizar la primera ceremonia del solsticio de invierno de los últimos cien años o así.

En eso es en lo que Welssie ha estado trabajando, ¿verdad? -dijo John por señas.

– Sí. Se está haciendo cargo de casi toda la logística. La raza está ansiosa de volver a practicar los rituales, y ya era hora.

Dado que John no dejaba de admirar el esplendor del lugar, Tohr le dijo:

– ¿Hijo? Wrath nos está esperando.

John asintió y lo siguió, yendo del rellano hacia un par de puertas dobles marcadas con alguna especie de sello. Tohr estaba levantando la mano para llamar cuando los tiradores de bronce giraron y fue revelado el interior. Excepto que no había nadie al otro lado. ¿Entonces cómo se habían abierto esas cosas?

John miró hacia dentro. La habitación era de un tono azul aciano y le recordaba las fotos de un libro de historia. Era francés, ¿no? Con todas las florituras y los muebles elegantes…

Repentinamente John tuvo problemas para tragar.

– Mi señor, -dijo Tohr, haciendo una reverencia y adelantándose.

John se quedó de pie en la entrada. Detrás de un espectacular escritorio francés que era demasiado hermoso y demasiado pequeño para él, se hallaba un imponente hombre con hombros incluso más grandes que los de Tohr. El largo cabello negro le caía recto a partir de las pronunciadas entradas de su frente, y el rostro…la dura compostura del mismo era como si deletreara no-jodas-conmigo. Dios, las envolventes gafas de sol lo hacían parecer indudablemente cruel.

– ¿John? -dijo Tohr.

John fue a situarse al lado de Tohr, escondiéndose un poco. Sí, era un poco cobarde por su parte, pero nunca se había sentido más pequeño o prescindible en su vida. Demonios, estando tan cerca del poder que desprendía el hombre que estaba delante de ellos, estaba casi convencido de que era totalmente insignificante.

El Rey se movió en la silla, inclinándose sobre el escritorio.

– Ven aquí, hijo -la voz era baja y con acento, estirando bastante la “q” antes de terminar la palabra.

– Ve -cuando no se movió, Tohr le dio un ligero codazo-. Está todo bien.

John se tropezó con sus propios pies, moviéndose a través de la habitación sin nada de aplomo. Se paró enfrente del escritorio como si fuera una piedra que hubiera rodado hasta detenerse.

El Rey se levantó y se mantuvo elevado hasta que pareció alto como un rascacielos. Wrath debía medir más de dos metros, y la ropa negra que usaba, particularmente la de cuero, lo hacía parecer todavía más alto.

– Ven, acércate.