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La Mistress siempre tuvo que usar el bálsamo sobre él, y últimamente había notado algo extraño: Incluso cuando estaba atrapado en su cuerpo y todo lo que le hacían era intenso, aun cuando los sonidos y los olores anidaban como ratas en su cerebro, había un desplazamiento curioso debajo de su cintura. Lo que fuera que sentía allí abajo era registrado como un eco, como algo separado del resto de él. Era extraño, pero estaba agradecido. Cualquier clase de entumecimiento era bueno.

Siempre que lo dejaban sólo, trabajaba para aprender a controlar los enormes músculos y huesos de después de la transición. Esto lo logró, y había atacado a los guardias varias veces, totalmente impenitente sobre sus actos de agresión. En verdad, ya no sentía que conocía a los machos que lo cuidaban, los que encontraban tal repugnancia en su tarea: Sus caras le eran familiares como figuras de sueño, sólo restos nebulosos de una vida desgraciada de la que debería haber disfrutado más.

Cada vez que lo había hecho había sido golpeado durante horas, aunque sólo sobre las palmas de las manos y las plantas de los pies, porque A la Mistress le gustaba que se mantuviera agradable a la vista. Como consecuencia de sus ofensivas, ahora era vigilado por una escuadrilla rotatoria de guerreros, todos llevaban una cota de malla por si entraban en su celda. Además, la plataforma del lecho ahora tenía cadenas empotradas que podían abrirse desde fuera, de modo que después de que hubiera sido usado, los guardias no tenían que poner en peligro sus vidas al soltarlo. Y cuando la Mistress quería venir, era drogado hasta la sumisión ya fuera por su alimento o por dardos que le disparaban por una ranura en la puerta.

Los días pasaban despacio. Estaba concentrado en encontrar la debilidad en los guardias y en alejarse tanto como pudiera de la depravación… cuando en realidad ya estaba muerto. Y tan muerto que incluso cuando estuviera lejos de la Mistress, en realidad nunca estaría vivo otra vez.

El esclavo comía en la celda, tratando de conservar las fuerzas para el siguiente enfrentamiento con los guardias, cuando vio que el panel se abría y un tubo hueco se asomaba. Salto, aunque no había donde esconderse, y sintió la primera picadura en el cuello. Sacó el dardo tan rápidamente como pudo, pero fue golpeado con otro y luego otro hasta que su cuerpo se puso pesado.

Despertó sobre el lecho, con los grilletes puestos.

La Mistress estaba sentada directamente a su lado, la cabeza baja, el cabello cubriéndole el rostro. Como si supiera que estaba consciente, poso su mirada en la de el.

– Seré comprometida.

Ah, dulce Virgen en el Fade, las palabras que había anhelado escuchar. Sería libre ahora, ya que ella no necesitaría a ningún esclavo de sangre si tenía un hellren. Podría volver a sus deberes en la cocina… el esclavo se obligó a dirigirse a ella con respeto, aunque para él fuera una hembra indigna.

– Mistress, ¿me dejará ir?

Sólo hubo silencio.

– Por favor déjeme ir -dijo él toscamente. Considerando todo por lo que había pasado, dejar su orgullo de lado por la posibilidad de ser libre era un sacrificio fácil.

– Se lo ruego, Mistress. Libéreme de este confinamiento. -Cuando ella lo miró, había lágrimas en sus ojos. -Encuentro que no puedo… tengo que mantenerte. Debo mantenerte.

Él comenzó a luchar, y cuanto más fuerte luchaba contra las ataduras mas crecía la mirada de amor sobre su cara.

– Eres tan magnífico -dijo, bajando las manos para tocarlo entre las piernas. Su cara era… melancólica, casi de adoración-. Nunca he visto un macho como tu. Si no fuera porque estas tan por debajo de mi… mostraría tu cara en mi corte como consorte.

Vio su brazo moverse despacio arriba y abajo y supo que debía estar trabajando esa cuerda de carne que tanto la interesaba. Afortunadamente, no podía sentirlo.

– Déjeme ir…

– Nunca te endureces sin el bálsamo -murmuró con voz triste-. Y nunca encuentras la liberación. ¿Por qué?

Le acarició con más fuerza hasta que sintió que le quemaba abajo donde ella lo tocaba. Había frustración en sus ojos, oscureciéndolos.

– ¿Por qué? ¿Por qué no me quieres? -Cuando se quedó silencioso, ella dio un tirón en su parte masculina-. Soy hermosa.

– Sólo para otros -dijo antes de poder detener las palabras.

Su aliento se detuvo, como si la hubiera ahogado con sus propias manos. Entonces sus ojos se deslizaron sobre su estómago y del pecho a la cara. Todavía estaban brillantes con lágrimas, pero la rabia también los llenaba.

La Mistress se levantó de la cama y lo miro. Entonces le pegó con la mano tan fuerte que debió hacerse daño en la palma. Mientras escupía sangre, se preguntó si uno de sus dientes no iría en ella.

Mientras sus ojos le taladraban, estuvo seguro de que haría que lo mataran, y la calma se apodero de él. Al menos el sufrimiento terminaría entonces. La muerte… la muerte sería gloriosa.

Bruscamente le sonrió, como si conociera sus pensamientos, como si hubiera estirado la mano y los hubiera tomado de él, como si los hubiera robado tal como había robado su cuerpo.

– No, no te enviaré al Fade.

Se inclinó y besó uno de sus pezones, luego lo aspiró en su boca. Su mano fue a la deriva sobre sus costillas, luego a su vientre.

Su lengua revoloteo sobre su carne.

– Estas demacrado. Tiene que alimentarte, ¿verdad?

Bajó por su cuerpo, besando y chupando. Y luego, rápidamente, ocurrió. El bálsamo. Ella colocándose sobre él. Aquella horrible unión de sus cuerpos.

Cuando cerró los ojos y giró la cabeza, ella lo golpeó con la mano una vez… dos veces… muchas veces más. Pero rechazó mirarla, y ella no era lo bastante fuerte para girar su cara, incluso cuando le agarró por una de las orejas.

Mientras se negaba a mirarla, el llanto creció, tan ruidoso como el sonido de su carne contra sus caderas. Cuando termino, se fue en un remolino de seda, y no mucho tiempo después de eso fue liberado de las cadenas.

El esclavo se alzó sobre el antebrazo y limpió su boca. Mirando la sangre en su mano, le sorprendió que siguiese siendo roja. Se sentía tan sucio, que no le hubiera extrañado que fuese alguna clase de marrón herrumbroso.

Se bajó de la cama, aún mareado por los dardos, y encontró la esquina a la cual siempre iba. Se sentó con la espalda hacia la juntura de las paredes y encogió las piernas hacia arriba contra el pecho de modo que los talones estuvieran apretados a sus partes masculinas.

Algo más tarde escucho una lucha fuera de su celda, y luego los guardias empujaron a una hembra pequeña dentro. Ella cayó en un montón, pero se lanzó a la puerta cuando esta se cerró.

– ¿Por qué? -gritó ella-. ¿Por qué me castigan?

El esclavo se levantó, sin saber qué hacer. No había visto a una hembra con excepción de la Mistress desde que había despertado en cautiverio. Ésta era una criada o algo así. La recordó de antes…