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El hambre de sangre se despertó en él cuando captó su olor. Después de todo lo que la Mistress le había hecho, no podía verla como alguien de quien beber, pero esta hembra diminuta era diferente. De repente estaba muerto de la sed, las necesidades de su cuerpo emergiendo como un coro de gritos y demandas. Dio unos pocos pasos tambaleantes hacia la criada, sintiendo sólo el instinto.

La hembra golpeó la puerta, pero entonces pareció notar que no estaba sola. Cuando se giro y vio con quién la habían encerrado, gritó.

El esclavo casi fue superado por su impulso de beber, pero se forzó lejos de ella y volvió de nuevo a donde había estado. Se agachó, envolviendo los brazos alrededor de su tembloroso cuerpo desnudo para mantenerlo en el lugar. Volviendo la cara hacia la pared, intentó respirar… y se encontró al borde del llanto por el animal al que lo habían reducido.

Un poco después la mujer dejó de gritar, y después de más tiempo aún dijo:

– ¿Eres tú, verdad? El muchacho de la cocina. El que llevaba la cerveza.

Asintió con la cabeza sin mirarla.

– Había oído rumores de que te habían traído aquí, pero yo… creí a los que dijeron que habías muerto durante tu transición. -Hubo una pausa-. Eres muy grande. Como un guerrero. ¿Por qué?

Él no tenía ni idea. Ni siquiera sabia que aspecto tenia, pues no había espejo en la celda.

La hembra se acercó cautelosamente. Cuando la miró, ella estaba mirando sus bandas tatuadas.

– En verdad, ¿qué te hacen aquí? -susurró ella-. Dicen que… cosas terribles son hechas al varón que mora en este lugar.

Cuando no dijo nada, ella se sentó a su lado y le tocó suavemente el brazo. Él se estremeció con el contacto y entonces se dio cuenta que lo calmaba.

– Estoy aquí para alimentarte, ¿no es así? Ésa es la razón por la que me trajeron. -Después de un momento ella le despego la mano alrededor de su pierna y le puso su muñeca en la palma.

– Debes beber. -Entonces él lloró, lloró por su generosidad, por su amabilidad, por la sensación de su mano tierna mientras frotaba su hombro… el único roce al que había dado la bienvenida en… siempre. Finalmente ella le apretó la muñeca contra su boca.

Aunque sus colmillos salieron y él la anheló, no hizo nada, sólo besar su tierna piel y rechazarla. ¿Cómo podría tomar de ella lo que era tomado regularmente de él? Ella lo ofrecía, pero la estaban forzando a hacerlo, prisionera de la Mistress justo como lo era él.

Los guardias entraron más tarde. Cuando la encontraron acunándolo, se sorprendieron, pero no fueron duros con ella. Mientras se iba, miro al esclavo, con preocupación en su cara

Momentos más tarde los dardos vinieron a él, tantos por la puerta que era como si lo hubieran cubierto con cemento. Mientras se deslizaba hacia la inconsciencia, pensó vagamente que la naturaleza frenética del ataque no era de buen agüero.

Cuando se despertó, la Mistress estaba de pie sobre él, furiosa. Había algo en su mano, pero no podía ver que era.

– ¿Piensas que eres demasiado bueno para los regalos que te doy?

La puerta se abrió y el cuerpo blando de la joven hembra fue traído. Mientras los guardias se iban, cayo pesadamente al suelo como un trapo. Muerta.

El esclavo gritó en su furia, el rugido rebotando en las paredes de piedra de la celda, como un trueno amplificado. Tiró contra las bandas de acero hasta que el corte le llego al hueso, hasta que uno de los postes se rajó con un chillido… y todavía bramaba.

Los guardias se alejaron. Incluso la Mistress pareció insegura de la furia que había desatado. Pero como siempre, no paso mucho tiempo antes de que tomara el mando.

– Dejadnos -gritó a los guardias.

Esperó hasta que el esclavo se agotó. Entonces se inclinó hacia él, sólo para ponerse pálida.

– Tus ojos -susurró mirándolo-. Tus ojos…

Por un momento, pareció asustada de él, pero entonces se cubrió con una capa de majestuoso autodominio.

– ¿Las hembras que te ofrezco? Beberás de ellas. -Echó un vistazo al cuerpo sin vida de la criada-. Y es mejor que no dejes que te consuelen, o haré esto otra vez. Eres mío y de nadie más.

– No beberé -gritó-. ¡Nunca!

Dio un paso atrás.

– No seas ridículo esclavo.

Él mostró sus colmillos y siseo.

– Mírame Mistress. ¡Observa como me marchito!

Gritó la última palabra, su retumbante voz llenando el cuarto. Mientras ella estaba rígida de la furia, la puerta voló abierta y los guardias entraron con las espadas afuera.

– Dejadnos -gruñó, la cara roja, el cuerpo tembloroso.

Levantó la mano y había una fusta en ella. Con una sacudida brusca del brazo, golpeó con el arma y cruzó el pecho del esclavo. Su carne se rasgó y sangró, y él se rió de ella.

– Otra vez -gritó-. Hazlo otra vez. ¡No lo sentí, eres tan débil!

Alguna presa se había reventado en su interior, y las palabras no paraban… La insulto mientras lo azotaba hasta que la plataforma del lecho fluía con lo que había estado en sus venas. Cuando finalmente no pudo levantar más el brazo, jadeaba y estaba salpicada de sangre y sudor. Él estaba concentrado, helado, tranquilo a pesar del dolor. Aunque fue él quien había sido golpeado, ella era la que se había roto primero.

Su cabeza cayó hacia abajo como en sumisión mientras arrastraba el aliento por sus labios blancos.

– Guardia -llamo con voz ronca-. ¡Guardia!

La puerta se abrió. El macho uniformado que entró vaciló cuando vio lo que había sido hecho, el soldado palideció y osciló en sus botas.

– Sostén su cabeza. -La voz de la Mistress era aguda mientras dejaba caer la fusta-. He dicho sostén su cabeza. Ahora.

El guardia tropezó, apresurándose sobre el suelo resbaladizo. Entonces el esclavo sintió una palmada carnosa en su frente.

La Mistress se inclinó sobre el cuerpo del esclavo, todavía respirando con fuerza.

– No tienes… permitido… morir.

Su mano encontró su carne masculina y luego pasó a los pesos gemelos debajo. Apretó y retorció, haciendo que su cuerpo entero tuviera espasmos. Mientras él gritaba, ella se mordió la muñeca y la sostuvo sobre su boca abierta, y sangró.

Z se alejo de la cama. No quería pensar en la Mistress en presencia de Bella… como si todo aquel mal pudiese escapar de su mente y ponerla en peligro mientras dormía y se curaba.

Se acercó a la plataforma y comprendió que estaba curiosamente cansado. Agotado, en realidad.

Mientras se estiraba en el suelo, su pierna palpitó como una maldita.

Dios, había olvidado que le habían pegado un tiro. Se quitó las botas de combate y los pantalones y encendió una vela al lado para alumbrar. Levantando y girando la pierna, inspeccionó la herida sobre su pantorrilla. Había agujero de entrada y de salida, así que sabía que la bala le había atravesado. Viviría.