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Seguro como el infierno que era él. Y el bastardo había estado desnudo como el pecado y listo para saltar sobre ella. En vista de todo por lo que había pasado, era una vergüenza. Amigo… Hace años Phury había cogido a Z teniendo sexo en un callejón con una puta. No había sido bonito, y la idea de Bella pasando por eso lo puso enfermo.

– Ponte la chaqueta. -Phury se dio la vuelta-. Aquí no te quedas. -Cuando finalmente oyó moverse la ropa de cama y el crujido del cuero, hizo una respiración profunda-. ¿Estás decente?

– Sí, pero no quiero irme.

Miró sobre su hombro. Se veía diminuta en la chaqueta que el vestía siempre, su largo cabello de caoba cayendo alrededor de sus hombros, las puntas rizadas como si se hubieran mojado y se hubieran secado sin ser cepilladas. Se la imagino en la bañera, con agua limpia corriendo sobre su piel pálida.

Y entonces vio a Zsadist surgiendo amenazador sobre ella, mirándola con esos ojos negros sin alma, deseando follarla, probablemente sólo porque estaba asustaba. Sí, su miedo sería lo que le encendiera. Era bien sabido que el terror en una hembra le excitaba más que algo encantador o caliente o digno.

Sácala de aquí, pensó Phury. Ahora.

Su voz se volvió temblorosa.

– ¿Puedes caminar?

– Estoy mareada.

– Te llevaré. -Se acercó, a cierto nivel incapaz de creer que iba a poner los brazos alrededor de su cuerpo. Pero entonces ya estaba sucediendo… Deslizo la mano alrededor de su cintura y llegó abajo, tomándola por detrás de las rodillas. Notando apenas su peso, sus músculos aceptándolo fácilmente.

Mientras caminaba a la puerta se relajó contra él, poniendo la cabeza en su hombro, agarrando algo de su camisa en la mano.

Oh… Dulce Virgen. Esto se sentía tan bien.

Phury la llevó por el pasillo al otro lado de la casa, a la habitación contigua a la suya.

John estaba en piloto automático cuando él y Tohr dejaron las instalaciones de entrenamiento y caminaron a través del aparcamiento donde habían dejado el Range Rover. Sus pasos hacían eco en el bajo techo de hormigón, rebotando a través del espacio vacío.

– Sé que tienes que ir por el resultado -dijo Tohr cuando llegaron al SUV-. Esta vez iré contigo, pase lo que pase.

En realidad, John deseaba poder ir solo.

– ¿Cuál es el problema, hijo? ¿Estas enfadado porque no te llevé esta noche? -John puso la mano en el brazo de Tohr y sacudió la cabeza vigorosamente.

– Bien, sólo quería estar seguro.

John miró a lo lejos, deseando no haber ido nunca al doctor. O por lo menos cuando estuvo allí, haber mantenido la boca cerrada. Infiernos. No debería haber dicho ni una palabra sobre lo que había sucedido el año pasado. El problema fue, que después de todas las preguntas sobre su salud, había estado en modo respuestas. Así que cuando el doctor había preguntado por su historia sexual, él se refirió a la cosa que paso en enero. Pregunta. Respuesta. Como todas las demás… casi.

Por un momento se sintió aliviado. Nunca había ido al médico ni nada antes, y en el fondo de su mente siempre había estado preocupado acerca de que tal vez debiera haberlo hecho. Se imaginó que al menos al sincerarse conseguiría que le hicieran un chequeo completo y de esa forma acabar de una vez por todas con el asunto del ataque. En vez de ello, el doctor había comenzado por hablarle acerca de hacer terapia y la necesidad de hablar sobre la experiencia.

¿Como si deseara revivirlo? Había pasado meses tratando de enterrar la maldita cosa, así que de ninguna manera desenterraría ese cadáver en descomposición. Había costado demasiado ponerlo bajo tierra.

– ¿Hijo? ¿Qué pasa? -Ni iría a ver ningún terapeuta. Trauma del pasado. Que se joda.

John saco su block y escribió:

– Cansado.

– ¿Seguro? -Asintió con la cabeza y miro a Tohr para que el hombre pensase que no mentía. Mientras tanto, se marchitaba en su propia piel. ¿Qué pensaría Tohr si supiera lo qué había sucedido? Los verdaderos hombres no permitían que les hicieran eso sin importar qué clase de arma tenían contra sus gargantas.

John escribió:

– La próxima vez quiero ir a lo de Havers solo, ¿vale?

Tohr frunció el ceño.

– Ah… eso no es muy inteligente hijo. Necesitas un guardia.

– Entonces debe ser otro. Tú no. -John no podía mirar a Tohr cuando le enseño el papel. Hubo un largo silencio.

La voz de Tohr se volvió muy baja.

– OK. Eso es… ah, eso está muy bien. Quizás Butch pueda llevarte.

John cerró los ojos y exhaló. Quienquiera que fuera este Butch le serviría.

Tohr arranco el coche.

– Como quieras, John.

John. No hijo.

Mientras salían, todo lo que él podía pensar era, querido Dios, no dejes que Tohr lo descubra nunca, por favor.

CAPÍTULO 13

Mientras Bella colgaba el teléfono, le rondó el pensamiento de que lo que estaba ocurriendo en el interior de su pecho era tan explosivo, que iba a hacerse añicos en cualquier momento. No había manera de que sus quebradizos huesos y su frágil piel soportaran el tipo de emoción que estaba sintiendo.

Con desesperación miró alrededor de la habitación, viendo los indefinidos y borrosos perfiles de pinturas al óleo, muebles antiguos y lámparas hechas de jarrones orientales y… a Phury mirándola desde una tumbona.

Se recordó a sí misma, que al igual que su madre, era una dama. Así que al menos debía fingir que tenía algún autocontrol. Se aclaró la garganta.

– Gracias por quedarte aquí mientras llamaba a mi familia.

– De nada.

– Mi madre estaba… muy aliviada de oír mi voz.

– Puedo imaginármelo.

Bueno, al menos su madre había dicho palabras de alivio. Su afecto había sido tan suave y calmado como siempre. Dios… la hembra era casi como un estanque de agua sin gas, impertérrita ante los acontecimientos terrenales por más crueles que fueran. Y todo por su devoción a la Virgen Escribana. Para mahmen, todo ocurría por una razón… incluso nada le parecía verdaderamente importante.

– Mi madre… estaba muy aliviada. Ella… – Bella se detuvo.

Había dicho ya esas mismas palabras, ¿verdad?

– Mahmen estaba… realmente estaba… estaba aliviada.

Pero habría ayudado si al menos se hubiera sofocado. O hubiera mostrado algo que no fuera la beatífica aceptación de la espiritualidad ilustrada. Por Dios, la hembra había enterrado a su hija y había sido testigo de su resurrección. Cabría pensar que mostrase algún tipo de reacción emocional. En cambio, fue como si hubieran hablado justo ayer, y nada de las pasadas seis semanas hubiera pasado.

Bella volvió a mirar hacia el teléfono. Se abrazó por el estómago.

Sin ninguna advertencia de lo que iba a ocurrir, se desmoronó. Los sollozos salieron de ella como estornudos: rápidos, duros, sacudiéndola con su ferocidad.

La cama se inclinó y unos fuertes brazos la rodearon. Ella luchó contra la atracción, pensando que un guerrero no querría tratar con tal sucia debilidad.

– Perdóname…

– Está bien, Bella. Apóyate en mí.

Oh, demonios… Ella se dejó caer contra Phury, deslizando sus brazos por su delgada cintura. Su largo y hermoso cabello le hizo cosquillas en la nariz y olía tan bien que lo sintió maravillosamente bien bajo su mejilla. Se enterró en él, respirando profundamente.

Cuando finalmente se calmó se sintió más ligera, pero no era agradable. Las furiosas emociones la habían llenado, le habían dado curvas y peso. Ahora, que su piel no era más que un cedazo, estaba filtrándose, convirtiéndose en aire… convirtiéndose en nada.

Quería desaparecer.

Inhaló y se separó del abrazo de Phury. Parpadeando rápidamente, intentó enfocar la mirada, pero el aturdimiento producido por el l ungüento persistía. Dios, ¿qué le había hecho aquel lesser? Tenía la sensación de que había sido malo…