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Se forzó a cerrar los ojos.

Un minuto después estaba levantada y paseando, sintiendo la suave alfombra oriental bajo sus pies desnudos. Ni siquiera la elegancia a su alrededor tenía sentido y sentía que era incapaz de describir lo que estaba viendo. La normalidad, la seguridad en la que se encontraba empapada, parecía otro idioma, uno que ella había olvidado hablar o leer. ¿O quizás fuera un sueño?

En la esquina de la habitación el antiguo reloj dio las 5 de la mañana. ¿Exactamente, cuánto tiempo llevaba siendo libre? ¿Cuánto había pasado desde que La Hermandad había ido a por ella y la habían sacado de la tierra para llevarla al aire libre? ¿8 horas? Quizás, salvo que parecía como si fueran minutos. ¿O quizás como si fueran años?

La cualidad borrosa del tiempo se parecía a su visión, aislándola, atemorizándola.

Se apretó más la bata de seda. Todo esto estaba mal. Debería estar contenta. Bien sabía Dios que después de pasar tantas semanas en el tubo bajo tierra con ése lesser vigilándola, debería estar llorando con dulce alivio.

En cambio, sentía que todo lo que la rodeaba era falso e irreal, como si estuviera en una casa de muñecas de tamaño natural, llena de falsificaciones de papel maché.

Se paró frente a la ventana y se dio cuenta de que sólo había una cosa que sentía real. Y ella deseaba estar con él.

Zsadist debería haber sido el que hubiera venido al lado de su cama cuando despertó la primera vez. Había estado soñando que estaba de vuelta en el negro agujero con el lesser. Cuando abrió los ojos, todo lo que vio fue una gran forma negra deteniéndose sobre ella, y por un momento, no fue capaz de distinguir la realidad de la pesadilla.

Todavía tenía el mismo problema.

Dios, quería ir ahora con Zsadist, quería volver a su habitación. Pero en medio de todo el caos, después de que hubiera gritado, él no le había impedido que se alejara ¿verdad? Quizás prefería que estuviera en otra parte.

Bella forzó a sus pies a moverse de nuevo, se trazó un pequeño rumbo: alrededor de los pies de la gigantesca cama, en torno a la silla, una vuelta rápida por las ventanas, después un gran cambio de escena hacia la cómoda y la puerta del hall y el antiguo escritorio. La casa se alargaba hasta llegar a la chimenea y a la estantería de los libros.

Un paso más. Un paso más. Un paso más.

Finalmente fue al cuarto de baño. No se paró en frente del espejo, no quería saber qué aspecto tenía. Lo que buscaba era agua caliente. Quería darse cientos de duchas, un millar de baños. Quería quitarse a tiras la primera capa de piel y afeitarse el pelo que aquel lesser tanto había amado y cortarse las uñas y restregarse las plantas de los pies.

Abrió el grifo de la ducha. Cuando el agua estuvo templada se quitó la bata y se metió bajo el chorro. En el instante en que el torrente le golpeó la espalda, se cubrió por instinto, un brazo sobre los pechos, una mano protegiendo el vértice de los muslos… hasta que se dio cuenta de que no tenía que ocultarse. Estaba sola. Aquí tenía privacidad.

Se enderezó y se forzó a llevar las manos a los costados, sintiendo como si hubiera pasado una eternidad desde que se le había permitido bañarse a solas. El lesser había estado siempre ahí, mirando, o peor, ayudando.

Gracias a Dios, nunca había intentado tener relaciones sexuales con ella. Al principio, uno de sus mayores temores era la violación. Había estado aterrorizada, estaba segura de que la iba a forzar, pero entonces descubrió que era impotente. No importaba cuánto la mirara, su cuerpo siempre había permanecido flácido.

Con un estremecimiento, alcanzó la pastilla de jabón que tenía a un lado, enjabonándose las manos y deslizándolas sobre los brazos. Extendió la espuma sobre el cuello y a través de los hombros y siguió hacia abajo…

Bella frunció el ceño y se inclinó. Había algo en su vientre… pálidas cicatrices. Cicatrices que… ¡Oh!, Dios. Era una D, ¿verdad? Y la siguiente… era una A. Después una V y una I y otra D.

Bella soltó la pastilla de jabón y se cubrió el estómago con las manos, dejándose caer contra las baldosas. Tenía su nombre en el cuerpo. En su piel. Como una repugnante parodia del ritual matrimonial más elevado de su especie. Realmente era su mujer…

Salió tambaleándose de la ducha, resbalando en el suelo de mármol, tiró de una toalla y se envolvió en ella. Agarró otra e hizo lo mismo. Hubiera cogido tres, cuatro… cinco si hubiera encontrado más.

Trémula, con nauseas, se dirigió al empañado espejo. Inspirando profundamente, limpió el vaho con los brazos. Y se miró.

John se limpió la boca y de alguna forma se las arregló para tirar la servilleta. Maldiciéndose, se agachó para recogerla… y también lo hizo Sarelle, que la cogió primero. Vocalizó la palabra gracias cuando se la alcanzó.

– De nada -dijo ella.

Chico, amaba su voz. Y amaba la forma en que olía a loción corporal de lavanda. Y amaba sus largas y delgadas manos.

Pero odiaba comer. Wellsie y Tohr llevaban la conversación por él, dándole a Sarelle una versión resumida de su vida. Lo poco que él había escrito en su cuaderno de notas parecía un relleno estúpido.

Cuando volvió a levantar la cabeza, Wellsie estaba sonriéndole. Pero entonces se aclaró la garganta, como si estuviera intentando jugar limpio.

– Así que, como iba diciendo, un par de mujeres de la aristocracia solían organizar la ceremonia del solsticio de invierno en el Antiguo país. La madre de Bella era una de ellas, por cierto. Quiero tratarlo con ellas. Asegurarme de que no olvido nada.

John dejó transcurrir la conversación, sin prestarle mucha atención hasta que Sarelle dijo:

– Bueno, mejor me voy. Faltan treinta y cinco minutos para que amanezca. Mis padres estarán preocupados.

Apartó la silla, y John se levantó como todos los demás. Mientras se despedían, se encontró perdiéndose en el fondo. Al menos hasta que Sarelle lo miró directamente.

– ¿Me acompañas? -preguntó.

Desplazó los ojos hacia la puerta. ¿Acompañarla? ¿A su coche?

En una acometida repentina, un crudo instinto masculino brotó en su pecho, tan poderoso que lo sacudió un poco. Súbitamente le empezaron a cosquillear las palmas de las manos, y las miró, sintiendo como si tuviera algo en ellas, como si estuviera sosteniendo algo… entonces podía protegerla.

Sarelle se aclaró la garganta.

– Okay… um…

John se dio cuenta de que le estaba esperando y rompió su pequeño trance. Adelantándose, le indicó con la mano la puerta de la calle.

Y mientras salían le preguntó:

– Así que estás ansioso por entrenar.

John asintió y encontró que sus ojos vagaban por los alrededores, buscando entre las sombras. Sintió como se tensaba y como las palmas empezaban a picar de nuevo. No estaba seguro qué buscaba exactamente. Sólo sabía que tenía que mantenerla a salvo a cualquier precio.

Ella sacó las tintineantes llaves del bolso.

– Creo que mi amigo va a estar en tu clase. Se suponía que se matriculaba esta noche. -Abrió el coche-. De todas formas, sabes por qué estoy aquí realmente ¿no?

Él negó con la cabeza.

– Creo que quieren que te alimentes de mí. Cuando se produzca tu transición.

John carraspeó por el shock, estaba seguro de que los ojos se le habían salido de las cuencas y estaban rodando calle abajo.

– Lo siento -sonrió-. Deduzco que no te lo dijeron.

Yeah, él hubiera recordado esa conversación.

– Me parece guay -dijo ella- ¿y a ti?

Oh. Dios mío.

– ¿John? -Ella se aclaró la garganta-. Dime qué opinas. ¿Tienes algo en lo que puedas escribir?