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Clase. Sí, iba a ir a… a dar clases ahora.

CAPÍTULO 17

Diez minutos pasadas las cuatro, John subió al autobús local mientras arrastraba su petate.

– ¡Hola!, señor -dijo el doggen alegremente detrás del volante-. Bienvenido.

John lo saludó con la cabeza y miró a los doce tipos sentados de a pares que lo miraban fijamente.

Whoa. Realmente el sentimiento del amor no estaba aquí, tíos, pensó.

Se sentó en un asiento vacío detrás del conductor.

Cuando el autobús comenzó a moverse, una división baja hacía que los aprendices quedaran encerrados juntos en la parte posterior y no pudieran ver el frente. John caminó arrastrando los pies de manera que se sentó de lado. Vigilar lo que estaba pasando detrás de sí parecía una buena idea.

Todas las ventanas estaban oscurecidas, pero las luces encendidas en el suelo y en el techo eran lo bastante brillantes para que pudiera dar cuenta de sus compañeros de clase. Todos eran como él, delgados y pequeños, aunque tenían el color de pelo diferente, algunos rubios, algunos oscuros. Uno era pelirrojo. Como John, todos iban vestidos con el traje blanco de artes marciales jis. Y todos tenían el mismo petate a sus pies, un Nike de nylon negro lo bastante grande para llevar una ropa de repuesto y mucha comida. Cada uno de ellos llevaba una mochila, también y especuló que contenía los mismos materiales que llevaba en la suya: un cuaderno y algunos bolígrafos, un teléfono móvil, una calculadora. Tohr había enviado una lista con las provisiones requeridas.

John apretó la mochila acercándola a su estómago y se quedó mirándola fijamente. Esto lo ayudó a pensar en todos los números del mensaje de texto, entonces los repitió muchas veces en su cabeza. El de casa. El móvil de Wellsie. El móvil de Tohr. El número de la Hermandad, el de Sarelle…

Pensar en ella lo hizo sonreír. Habían pasado horas online la pasada noche. Amigo, IM’ing una vez que le cogió la onda, era el modo perfecto de comunicarse con ella. Con ambos escribiendo las palabras, le parecía que eran iguales. Y si le había gustado cenando, realmente estaba con ella ahora.

– ¿Cómo te llamas?

John miró por encima de un par de asientos. Un tipo con el pelo largo rubio y un pendiente de diamante le había hablado.

Al menos utilizan el español, pensó.

Cuando abrió la mochila y sacó el cuaderno, el tipo dijo:

– ¿Hola? ¿Eres sordo o algo así?

John escribió su nombre y giró el bloc.

– ¿John? ¿Qué diablos de nombre es ese? ¿Y por qué estás escribiendo?

Oh, Amigo… Esto de la escuela iba a apestar.

– ¿Cuál es tu problema? ¿No puedes hablar?

John miró al tipo directamente a los ojos. Las leyes de la probabilidad promulgaban que dentro de cada grupo, había un macho-alfa dolor de culo y este de cabellera suave con el brillante en el lóbulo lo era claramente.

John negó con la cabeza para contestar a la pregunta.

– ¿No puedes hablar? ¿En absoluto? -El tipo levantó la voz como si quisiera que todos se enteraran. -¿Qué diablos estas haciendo entrenándote para ser soldado si no puedes hablar?

– Tú no luchas con palabras ¿verdad? -Escribió.

– Sí, y todos esos músculos que haces estallar realmente dan miedo.

Como los tuyos, quiso garabatear.

– ¿Por qué tienes un nombre humano? -La pregunta le llegó del pelirrojo del asiento de detrás.

John escribió:

– Crecí con ellos-, y luego giró el bloc.

– Huh. Bien, soy Blaylock. John… wow, extraño.

Por impulso, John tiró de la manga y enseñó la pulsera que había hecho, una con los caracteres con los que había soñado.

Blaylock se inclinó. Colocando sus pálidos ojos azules encima.

– Su nombre real es Tehrror.

Susurros. Muchos susurros.

John replegó su brazo y se relajó hacia atrás contra la ventana otra vez. Deseó haber dejado la manga bajada. ¿Qué diablos estaban pensando ellos ahora?

Después de un momento Blaylock se acordó de la educación y le presentó a los demás. Todos tenían nombres raros. El rubio era Lash. ¿Y cómo de apropiado era eso?

– Tehrror… -murmuró Blaylock-. Es un nombre muy viejo. Es el nombre de un verdadero guerrero.

John frunció el ceño. Y aun cuando sería mejor alejarse de la atención de estos muchachos, escribió:

– ¿ Lo es el tuyo? ¿Y el del resto de ellos?

Blaylock negó con la cabeza.

– Tenemos algo de sangre de los guerreros en nosotros, por lo que fuimos escogidos para entrenarnos, pero ninguno de nosotros tiene un nombre así. -¿De qué línea desciendes? Dios… ¿Eres criado por la Hermandad?

John frunció el ceño. Nunca se había dado cuenta de que podría ser relacionado con la Hermandad.

– Creo que él es demasiado bueno para contestarte. -Le dijo Lash.

John lo dejó pasar. Sabía que tropezaría con todo tipo de clases sociales, haciendo estallar minas a derecha e izquierda, debido a su nombre, el crecer con los humanos y la incapacidad de hablar.

Tenía el presentimiento de que ese día en la escuela iba a ser una infernal prueba de resistencia, por lo que tendría que ahorrar energía.

El viaje duró aproximadamente quince minutos, con los últimos cinco más o menos implicando muchas marchas y paradas, lo que significaba que estaban atravesando el sistema de puertas dentro del recinto de entrenamiento.

Cuando el autobús paró y la partición se retrajo, John colocó el petate sobre sus hombros y la mochila y salió primero. El parking subterráneo estaba tal y como había estado anoche: sin coches, sólo otro autobús local como en el que ellos habían entrado. Se apartó hacia un lado y miró como los demás circulaban en masa, una multitud de jis blancos. Sus voces le recordaron el sonido de palomas batiendo las alas.

Las puertas del centro se abrieron de golpe y el grupo se paralizó.

Pero Phury podía hacer eso con una muchedumbre. Con su cabello espectacular y su gran cuerpo vestido de negro, era suficiente para hacer que alguien se paralizara.

– Hey, John -dijo él, saludándolo con la mano-. ¿Qué haces?

Los tipos se dieron la vuelta y lo miraron fijamente.

Le sonrió a Phury. Después se ocupó de quedarse en segundo plano.

Bella miró a Zsadist caminar por la habitación. Le recordaba como se había sentido la noche anterior cuando había salido a buscarlo: enjaulado. Miserable. Empujado con demasiada fuerza.

¿Por qué demonios lo forzaba a esto?

Cuando abrió la boca para suspender todo esto, Zsadist se paró delante de la puerta del cuarto de baño.

– Necesito un minuto -dijo él. Entonces se encerró.

Perpleja, se acercó y se sentó sobre la cama, esperándolo para saber por que se había echado atrás. Cuando empezó la ducha y se mantuvo, ella entró en una introspección.

Intentó imaginarse volviendo a casa con su familia y caminando por aquellas habitaciones tan familiares, sentándose en sus sillas, abriendo las puertas y durmiendo en la cama de su niñez. Lo sintió todo equivocado, como si fuera un fantasma en aquel lugar que conocía tan bien.

¿Y cómo la tratarían su madre y su hermano? ¿Y la glymera?

En el mundo aristocrático había sido deshonrada antes de haber sido secuestrada. Ahora la evitarían rotundamente. Siendo controlada por un… lesser… atrapada en la tierra… La aristocracia no manejaba bien aquella clase de fealdad y la culparían. Infiernos, que era probablemente por lo que su madre había sido tan reservada.

Dios pensó Bella. ¿El resto de su vida iba a ser como ahora?

Cuando el temor la ahogaba, la única cosa que la mantenía unida era pensar en permanecer en ese cuarto y dormir durante días con Zsadist bien cerca suyo. Él era el frío que la hacía condensarse en ella otra vez. Y el calor que le paraba los temblores.