Cuándo sus caderas embistieron, colocó uno de sus brazos sobre su estómago, reteniéndola en el sitio. Ella dio tumbos otra vez y él se detuvo sin levantar la cabeza.
– ¿Estás bien? -preguntó él, la áspera voz amortiguada, las palabras vibrando en su centro.
– Por favor… -Era lo único que le vino a la mente.
El se echó hacia atrás un poco, y todo lo que ella pudo hacer fue mirar los labios brillantes y pensar en dónde habían estado.
– Bella, no creo que pueda parar. Hay un… rugido en mi cabeza diciéndome que mantenga mi boca en ti. ¿Cómo puedo hacer esto… bueno para ti?
– Hazme… acabar -dijo ella con voz ronca.
El parpadeó como si lo hubiera sorprendido.
– ¿Cómo te hago correrte?
– Simplemente sigue haciendo lo que estás haciendo. Sólo que más rápido.
El aprendió con mucha rapidez mientras descubría lo que le hacía volverse salvaje, y fue despiadado una vez que descubrió cómo darle un orgasmo. La impulsó duramente, mirando como ella estallaba una vez, dos veces… muchas veces. Fue como si se alimentara de su placer y fuera insaciable.
Cuando él levantó finalmente la cabeza, ella estaba sin energía.
Él la miró seriamente.
– Gracias.
– Dios… Soy yo la que debería estar diciendo eso.
Él sacudió la cabeza.
– Le has permitido a un animal estar en tu parte más hermosa. Soy el único que debe sentir gratitud.
Él se apartó de su cuerpo, con aquel rubor todavía en las mejillas. Aquella erección aún tensa.
Ella le tendió los brazos.
– ¿Dónde vas? No hemos acabado.
Cuando él vaciló, ella recordó. Rodó sobre su estómago y se puso a gatas, una oferta descarada. Cuándo él no movió, miró hacia atrás. Él había cerrado los ojos como si sufriera, y eso la confundió.
– Sé que sólo lo haces de esta manera -dijo ella suavemente-. Eso es lo que me dijiste. Está bien para mí. De verdad. -Hubo un silencio largo-. Zsadist, yo quiero terminar esto entre nosotros. Quiero conocerte… así.
Él se frotó la cara. Ella pensó que se iba a ir, pero entonces se movió rodeándola hasta que estuvo detrás de ella. Sus manos cayeron suavemente sobre sus caderas y él la instó a girarse, sobre su espalda.
– Pero tú sólo…
– No contigo -su voz era áspera-. No de ésta forma contigo.
Ella abrió las piernas, preparándose para él, pero él sólo se sentó sobre los talones.
Su aliento salía entrecortado.
– Déjame ir a por un condón.
– ¿Por qué? No soy fértil ahora, así que no lo necesitas. Y quiero que tú… termines.
Sus cejas bajaron sobre sus ojos negros.
– Zsadist… esto no ha sido suficiente para mí. Quiero estar contigo.
Ella estuvo a punto de levantarse hacia él cuando él se arrodilló y se llevó las manos al frente de sus pantalones de deporte. Manoseó el cordón y entonces tiró de la pretina elástica hacia afuera.
Bella tragó duramente.
Su excitación era enorme. Una perfecta, hermosa y sólida roca como una aberración de la naturaleza.
Sagrado… Moisés. ¿Podía él ajustarse?
Sus manos temblaban mientras enganchaba los pantalones bajo las pesas gemelas debajo de su erección. Entonces inclinó su cuerpo, posicionándose en su centro.
Cuándo ella extendió la mano para acariciarlo, él se alejó de un tirón lejos.
– ¡No! -Cuando ella reculó, él maldijo-. Lo siento… Mira, sólo deja que yo me ocupe de esto
Él movió sus caderas adelantándolas y ella sintió la cabeza roma y caliente contra ella. Le pasó una mano por debajo de una de las rodillas y le extendió más la pierna; entonces se introdujo un poco, después un poco más. Mientras el sudor cubría todo su cuerpo, una oscura esencia llegó hasta su nariz. Por un momento, ella se preguntó si…
No, no podía estar uniéndose a ella. No estaba en su naturaleza.
– Dios… eres tan ajustada -refunfuñó él-. Oh… Bella, No quiero despedazarte.
– Sigue entrando. Sólo ve despacio.
Su cuerpo se agitó bajo la presión y el estiramiento. Incluso estando tan preparada, él era una invasión, pero ella lo adoró, especialmente cuando el aliento de él explotó saliendo del pecho y tembló. Cuándo estuvo completamente adentro, su boca se abrió, con los colmillos alargándose por el placer que él sentía.
Ella deslizó las manos por sus hombros, sintiendo los músculos y la calidez de él.
– ¿Está todo bien? -preguntó él a través de los dientes apretados.
Bella le oprimió un beso a un lado del cuello y giró las caderas. Él siseó.
– Hazme el amor-dijo ella.
El gimió y empezó a moverse como una gran onda encima de ella, con esa parte gruesa y dura de él acariciando su centro.
– Oh, mierda… -Él dejó caer la cabeza en su cuello. Su ritmo se intensificó, su aliento salía con fuerza, precipitándose en su oído-. Bella… mierda, me temo que… pero no puedo… parar…
Con un gemido él se sostuvo sobre los brazos y permitió a sus caderas balancearse libremente, cada empuje clavándola contra ella, empujándola más arriba en la cama. Ella se agarró a sus muñecas para mantener su cuerpo en su lugar bajo el asalto. Mientras él golpeaba, ella pudo sentir como se acercaba al límite de nuevo, y cuanto más rápido iba él, más se acercaba ella.
El orgasmo estalló en su centro, después le atravesó el cuerpo, la fuerza que se extendió por ella fue infinitamente amplia y prolongada. Las sensaciones duraron una eternidad, las contracciones de sus músculos internos se aferraban a la parte de él que la penetraba.
Cuando ella regresó a su propia piel, se dio cuenta de que él estaba inmóvil, completamente helado encima de ella. Parpadeando para alejar las lágrimas, estudió su cara. Los ángulos duros estaban tensos, y así como el resto de su cuerpo.
– ¿Te hice daño? -preguntó apretadamente-. Gritaste. Fuerte.
Ella le tocó la cara.
– No de dolor.
– Gracias a Dios. -Sus hombros se relajaron mientras exhalaba-. No hubiera podido soportar herirte así.
Él la besó suavemente. Y entonces se retiró y se bajó de la cama, subiéndose los calzones mientras entraba en el cuarto de baño y cerraba la puerta.
Bella frunció el ceño. ¿Él había acabado? Parecía estar completamente erecto mientras se retiraba.
Ella deslizó fuera de cama y miró hacia abajo. Cuándo vio que no había nada entre sus muslos, se puso la bata y fue tras él, sin ni siquiera molestarse en llamar.
Los brazos de Zsadist estaban apoyados en el lavabo, la cabeza le colgaba. Respiraba con dificultas y parecía febril, la piel resbaladiza, su postura antinaturalmente tensa.
– ¿Qué, nalla? -dijo él con un ronco susurro.
Ella se detuvo, insegura de si lo había oído bien. Pero él había… Amada. Le había llamado amada.
– ¿Por qué tú no…? -Ella no parecía poder concretar las demás palabras-. ¿Por qué paraste antes de que tú…?
Cuándo él sólo sacudió la cabeza, fue hacía él y le dio la vuelta. A través de los calzones podía ver que su excitación latía, dolorosamente rígida. De hecho, parecía que el cuerpo entero le dolía.
– Déjame ayudarte -dijo, buscándolo.
Él retrocedió contra la pared de mármol entre la ducha y el lavabo.
– No, no lo… Bella…
Ella se recogió la bata con las manos y empezó a arrodillarse a sus pies.
– ¡No! -Él la arrastró hacia arriba.
Ella lo miró directamente a los ojos y fue por su bragueta.
– Déjame hacer esto por ti.