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John silbó y sacó la mano. Ellos se saludaron y Butch sonrió de nuevo.

– Así que ¿estás listo para ir? -preguntó el hombre un poco más gentilmente. Como se le había dicho, John tenía que volver a ver a Havers para “hablar con alguien”.

Dios… ¿Tenía que saberlo todo el mundo?

Mientras John cerraba la puerta, se imaginó que los tipos de la clase de entrenamiento se enteraban y quiso vomitar.

Él y Butch caminaron hacia el Escalade negro con ventanas tintadas y algo realmente cromado (tipo de pintura para coches) en las ruedas. En el interior, el coche estaba cálido y olía a cuero y a la impresionante colonia que Butch llevaba.

Arrancaron y Butch encendió el estéreo, Mystikal sonó a través del coche. Mientras John miraba por las ventanillas, las nubes de tormenta y la luz melocotón que estaba manando del cielo, deseó realmente que estuvieran yendo a cualquier otro sitio. Bueno, excepto a clase.

– Así que John -dijo Butch-, no voy a fingir. Se por qué estás yendo a la clínica, y quiero decirte que yo tuve que ir al psiquiatra también.

Cuando John lo miró con sorpresa, el hombre asintió.

– Si, cuando yo estaba en la policía. Fui detective de homicidios durante 10 años, y en homicidios ves algunas preciosas cosas que te horrorizan. Siempre había algún tipo profundamente sincero, con gafas de abuela y un diván, incordiándome para que hablara. Lo odiaba.

John respiró hondo, curiosamente tranquilizado porque al tipo no le había gustado mucho más la experiencia de lo que le estaba gustando a él.

– Pero lo divertido fue… -Butch hizo el stop y puso las intermitentes. Un segundo después se lanzaron al tráfico-. Lo divertido fue… que creo que me ayudó. No cuando yo estaba sentado enfrente del Dr. Earnest, comparte-tus-sentimientos súper héroe. Francamente, quería salir corriendo todo el tiempo, me hormigueaba la piel mucho. Fue sólo… después, he pensado en las cosas que hablamos. Y, ¿sabes?, tuvo algunos puntos válidos. Me refrescó sacar cosas fuera, incluso aunque yo creyera que estaba bien. Así que fue del todo bueno.

John inclinó la cabeza hacia un lado.

– ¿Qué vi? -murmuró Butch. El hombre permaneció en silencio durante un largo rato. No fue hasta que giraron hacia otro vecindario muy lujoso que contestó-. Nada especial, hijo. Nada especial.

Butch giró hacia una entrada, se paró en un par de puertas y bajó la ventanilla. Después de que él pulsara el intercomunicador y dijera su nombre, se les permitió pasar.

Cuando aparcó el Escalade detrás de una mansión estucada del tamaño de un instituto, John abrió su puerta. Cuando encontró a Butch al otro lado del todoterreno, se dio cuenta de que había sacado una pistola: Tenía la cosa en la mano y la sostenía contra el muslo, casi no se notaba.

John había visto éste truco antes. Phury se había armado de forma parecida cuando fueron los dos a la clínica hacía un par de noches. ¿No estaban los Hermanos seguros ahí?

John miró alrededor. Todo parecía realmente normal, para una propiedad de lujo.

Quizás los Hermanos no estaban seguros en ningún lugar.

Butch tomó a John del brazo y caminó rápidamente hacia la puerta de hierro macizo, escudriñando todo el tiempo los diez coches aparcados detrás de la casa, los robles de la periferia, los otros dos coches aparcados en lo que parecía la entrada de la cocina. John corrió para mantenerse a su ritmo.

Cuando llegaron a la puerta de atrás Butch le mostró la cara a una cámara, y los paneles de hierro enfrente de ellos hicieron pequeño chasquido y se deslizaron hacia atrás. Cuando entraron en un vestíbulo, las puertas se cerraron tras ellos, y un montacargas se abrió. Lo cogieron para bajar un nivel y salieron.

Enfrente de ellos estaba una enfermera que John reconoció de antes. Cuando ella sonrió y les dio la enhorabuena, Butch guardó la pistola en la funda bajo su brazo izquierdo.

La enfermera señaló con una mano hacia el pasillo.

– Petrilla está esperando.

Apretando su cuaderno, John respiró hondo y siguió a la mujer, sintiéndose como si fuera hacia la horca.

Z se detuvo enfrente de la puerta de la habitación. Iba simplemente a comprobar cómo estaba Bella y después iba a ir en línea recta hacia la habitación de Phury y conseguir sentirse bien y drogado. Odiaba cualquier tipo de bienestar producido por las drogas, pero todo era mejor que ésta vehemente urgencia de tener sexo.

Abrió de golpe la puerta y se apoyó en el marco. El aroma del cuarto era como un jardín en plena flor, la cosa más adorable que alguna vez le había entrado por la nariz.

El frente de sus pantalones saltó, la cosa clamaba por salir.

– ¿Bella? -dijo a la oscuridad.

Cuando oyó un gemido, entró, cerrando la puerta tras él.

Oh, Dios. El perfume de ella… Comenzó un profundo gruñido desde el fondo de su garganta, y dobló los dedos como garras. Los pies lo llevaron, caminando hacia la cama, sus instintos dejaban su mente atrás.

Bella estaba retorciéndose encima de las mantas, enredada en las sábanas. Cuando lo vio gritó, pero entonces se sentó, como si deseara calmarse.

– Estoy bien. -Rodó sobre su estómago, juntando los muslos mientras tiraba del edredón sobre su cuerpo-. Estoy… realmente… Va a ser…

Otra oleada salió de ella, tan fuerte que lo impulsó hacia atrás mientras ella se plegaba como una pelota.

– Vete -gimió ella-. Es peor… cuando estás aquí. Oh… Dios

Cuando ella soltó una enfurecida maldición, Z volvió a trompicones a la puerta a pesar de que su cuerpo rugía para quedarse.

Conseguir salir al pasillo fue como apartar a un mastín de su objetivo, y una vez que cerró la puerta corrió buscando a Phury.

Por todo el pasillo de las estatuas podía olerse lo que habían encendido su hermano y V. Y cuando él irrumpió en la habitación, el manto de humo era ya casi tan espeso como la niebla.

Vishous y Phury estaban en la cama, con gruesos cigarros entre los dedos, con las bocas apretadas y los cuerpos tensos.

– ¿Qué demonios estás haciendo aquí? -preguntó V.

– Dame algo -dijo apuntando con la cabeza a la caja de caoba entre ellos.

– ¿Por qué la has dejado? -V aspiró duro, la punta anaranjada resplandeció más brillante-. La necesidad no ha pasado.

– Ella dijo que era peor si yo estaba allí. -Z se inclinó hacia su gemelo y cogió uno de los liados a mano. Tuvo problemas para encenderlo porque le temblaban horriblemente las manos.

– ¿Cómo es posible?

– ¿Tengo pinta de tener alguna experiencia con esa mierda?

– Pero se supone que es mejor si tiene un hombre con ella. -V se restregó la cara, entonces lo miró con incredulidad-. Espera un minuto… no has follado con ella, ¿verdad? ¿Z…? Z, contesta a la jodida pregunta.

– No, no lo he hecho -dijo bruscamente, consciente de que Phury estaba muy, muy callado.

– ¿Cómo puedes dejar a esa pobre mujer sin servirla en su condición?

– Ella dijo que estaba bien.

– Si, bueno, sólo está empezando. Ella no va a estar bien. La única forma de aliviar el dolor es si un hombre termina dentro de ella, ¿me entiendes? No puedes dejarla así. Es cruel.

Z se dirigió a una de las ventanas. Las persianas todavía estaban cerradas porque era de día, y él pensó en el sol, aquel enorme, brillante carcelero. Dios, deseaba salir de la casa. Sentía como si una trampa se estuviera cerrando sobre él, y la urgencia por salir corriendo era casi tan mala como la lujuria que desarbolaba su cuerpo.

Pensó en Phury, que estaba manteniendo la mirada baja y no decía ni una palabra.

Ahora es tu oportunidad, pensó Z. Sólo manda a tu gemelo pasillo abajo hacia ella. Envíalo a servirla en su necesidad.

Vamos. Dile que salga de ésta habitación y vaya a la tuya y se quite la ropa y la cubra con su cuerpo.