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El pequeño pecho de John se expandió y se contrajo. Abrió rápidamente el bloc y cogió el boli. Hubo una pausa, y entonces escribió algo y le mostró el papel a Butch.

– Séptima Calle.

Butch frunció el ceño. Era una parte de la ciudad realmente jodida.

Abrió la boca para preguntar por qué allí de todos los sitios, pero cortó su exabrupto. El chaval ya había tenido suficientes preguntas sobre él esta noche. Además, Butch iba armado, y era ahí a dónde John quería ir. Una promesa era una promesa.

– Ok, compañero. Marchando Calle Séptima.

– Pero conduce un rato primero -escribió el chico.

– Sin problema. Sólo nos enfriaremos.

Butch encendió el motor. Justo mientras le daba la vuelta al Escalade, tuvo un flash de algo tras él. Un coche llegaba a la parte de atrás de la mansión, un muy grande y muy caro Bentley. Frenó para que pudiera pasar y…

Se olvidó de respirar.

Marissa salió de la casa por una puerta lateral. Su larga melena rubia hasta las caderas se movía con el viento, y se arrebujó en la capa negra que llevaba. Moviéndose rápidamente a través del aparcamiento trasero, evitó los montones de nieve, saltando de trozo de asfalto en trozo de asfalto.

Las luces de seguridad recogieron las líneas refinadas de su cara, su maravilloso pelo pálido y la perfecta piel blanca. Recordó lo que había sentido al besarla, la única vez que lo había hecho, y sintió una punzada en el pecho como si los pulmones le hubieran reventado. Superado, quiso salir corriendo del coche, tirarse al suelo en la nieve y arrastrarse como el perro que era.

Excepto porque se dirigía al Bentley. Vio como la puerta se abría para ella, como si el conductor se hubiera inclinado y hubiera cogido la manilla. Cuando las luces iluminaron el interior Butch no pudo ver demasiado, sólo lo suficiente para decir que era un hombre, o un macho, lo que estaba tras el volante. Unos hombros tan anchos no podían ser de un cuerpo femenino.

Marissa juntó la capa con las manos y se deslizó dentro, cerrando la puerta.

Las luces se apagaron.

Confusamente Butch escuchó algún tipo de revuelto cerca de él y miró a John. El chico se había encogido contra la ventana y estaba mirando a través de los asientos con miedo en los ojos. Fue entonces cuando Butch se dio cuenta que tenía la pistola en la mano y estaba gruñendo.

Totalmente sobrepasado por la loca reacción, quitó el pie del freno del Escalade y pisó a fondo el acelerador.

– No te preocupes hijo. No voy a hacer nada.

Mientras giraban miró por el retrovisor hacia el Bentley. Se estaba moviendo ahora, haciendo su propio giro en el aparcamiento. Con una brusca maldición Butch enfiló el camino de salida, las manos agarraban el volante tan duramente que los nudillos le escocían.

Rehvenge frunció el ceño mientras Marissa entraba en el Bentley. Dios, había olvidado lo hermosa que era. Y olía tan bien… el limpio aroma del océano llenó su nariz.

– ¿Por qué no quieres que vaya a la puerta principal? -Dijo él, apreciando el hermoso cabello y la piel sin faltas-. Deberías haberme permitido recogerte apropiadamente.

– Ya sabes cómo es Havers. -La puerta se cerró con un sonido sólido-. Querrá que nos unamos.

– Eso es ridículo.

– Y ¿tú no eres igual con tu hermana?

– Sin comentarios.

Mientras esperaba que un Escalade saliera del aparcamiento, Marissa le puso una mano sobre la manga negra.

– Se que lo he dicho antes, pero siento mucho todo lo que le ha pasado a Bella. ¿Cómo está?

¿Cómo demonios iba a saberlo él?

– Yo preferiría no hablar de ella. No te ofendas, pero estoy sólo… Sí, no quiero ir allí.

– Rehv, ésta noche no tiene que pasar. Se que estás pasando por mucho y francamente, estoy sorprendida de que a pesar de todo me hayas querido ver.

– No seas ridícula. Estoy agradecida de que me hayas llamado.

Se estiró y la cogió de la mano. Los huesos bajo la piel eran tan delicados que tuvo que recordarse que tenía ser muy gentil con ella. Ella no era como las que estaba acostumbrado.

Mientras conducía hacia la ciudad, pudo sentir como sus nervios se tensaban.

– Todo va a ir bien. Estoy realmente encantado de que me hayas llamado.

– Más bien estoy avergonzada, realmente. Es sólo que no se qué hacer.

– Nos lo tomaremos con calma.

– Sólo he estado con Wrath.

– Lo se. Por eso quise venir a buscarte en coche. Pensé que estarías demasiado nerviosa para desmaterializarte.

– Lo estoy.

Mientras paraban en un semáforo, él le sonrió.

– Voy a cuidarte bien.

Sus pálidos ojos azules se deslizaron sobre él.

– Eres un buen hombre, Rehvenge.

Él ignoró ese error de cálculo y se concentró en el tráfico.

Veinte minutos después estaban saliendo de un ascensor y entrando en el vestíbulo del ático. Su espacio ocupaba la mitad de la última planta de la construcción de los años 30, sobre el río Hudson y todo Caldwell. Con los grandes ventanales, él nunca lo usaba durante el día. Pero era perfecto durante la noche.

Mantuvo las luces bajas y esperó mientras Marissa paseaba alrededor y miraba las cosas que un decorador había comprado para su guarida. A él no le preocupaban las tonterías o las vistas o los chismes elegantes. Le preocupaba la privacidad frente a su familia. Bella nunca había estado aquí, ni tampoco su madre. De hecho, ni siquiera sabían que tenía el ático.

Como si se diera cuenta de que estaba perdiendo el tiempo, Marissa se giró y lo miró. Bajo las luces su belleza era absolutamente aturdidora, y estaba agradecido por el golpe extra de dopamina que se había metido en el cuerpo hacía como una hora. La droga tenía efectos contrarios dependiendo si se administraba en vampiros o en humanos. La química incrementaba la actividad de ciertos neurotransmisores y la recepción, asegurándose que el Symphath no pudiera sentir placer, no… nada. Con el tacto de Rehv apagado, su cerebro podría manejar mejor el resto de sus impulsos.

Por esa razón era lo único por lo que Marissa estaba a salvo estando sola con él, considerando lo que iban a hacer.

Rehv se quitó el abrigo, entonces caminó hacia ella, confiando en su bastón más que nunca porque no podía apartar los ojos de ella. Equilibrando la vara contra sus muslos, él lentamente deshizo el lazo que mantenía la capa de ella unida. Ella miró abajo, hacia las manos que temblaban mientras le deslizaban las capas de lana negra por los hombros. Él le sonrió mientras lanzaba el peso en una silla. Su vestido era el tipo de cosas que su madre llevaría y exactamente lo que él deseaba que su hermana pusiera más a menudo: una túnica azul pálido de raso que le quedaba perfectamente. Era de Dior. Tenía que serlo.

– Ven aquí, Marissa.

La llevó hacia un sofá de cuero y la empujó para sentarla a su lado. En el resplandor de las ventanas, su pelo rubio era como un chal de seda, y tomó algo entre los dedos. El hambre de ella era tan fuerte, que podía sentirlo con claridad.

– Has esperado mucho tiempo, ¿no?

Ella asintió y se miró las manos. Las juntó en el regazo, marfil contra raso azul claro.

– ¿Cuánto?

– Meses -suspiró.

– Entonces necesitarás un montón, ¿no? -Cuando ella se ruborizó, él la empujó- ¿No lo harás, Marissa?

– Si -se ruborizó, obviamente incómoda con su hambre.

Rehv sonrió violentamente. Era bueno estar alrededor de una hembra de importancia. Su modestia y su gentileza eran malditamente suplicantes.

Se quitó la chaqueta y se desabrochó la corbata. Se había preparado para ofrecerle la muñeca, pero ahora que la tenía delante, la quería en su cuello. Había pasado una eternidad desde que le había permitido a una hembra alimentarse de él, y estaba sorprendido de lo que le excitaba la perspectiva.

Se desabotonó los botones del cuello y el resto de ellos, bajando por el pecho. Con una oleada de anticipación tiró de la camisa suelta y la abrió más.