Los ojos de ella se ampliaron cuando vio su pecho desnudo y sus tatuajes.
– No sabía que estabas marcado -murmuró ella, con la voz sacudiéndole todo el cuerpo.
Él se acomodó en el sofá, extendiendo los brazos y levantando una de las piernas.
– Ven aquí, Marissa. Toma lo que necesitas.
Ella le miró la muñeca, cubierta por un doblez francés.
– No -dijo él- Ésta es la forma en la que quiero que lo hagas. De mi cuello. Es lo único que pido.
Cuando ella vaciló, él supo que los rumores sobre ella eran verdad. Verdaderamente no había sido tocada por ningún macho. Y la pureza de ella era… algo a ser tomado.
Él cerró los ojos cuando la oscuridad en él cambió y se reveló, una bestia atrapada por la jaula de la medicación. Cristo, quizás esto no era una buena idea.
Pero ella se estaba moviendo hacia él lentamente, arrastrándose sobre su cuerpo, su aroma como el del océano. Entreabrió los párpados para ver su cara y supo que estaba indefenso para detener la alimentación. Y él no iba a perdérselo; tenía que permitir que unas cuantas sensaciones vinieran a él. Aflojando su disciplina, abrió el canal de su sentido del tacto, y lo recibió con avaricia incluso con la droga, todo tipo de impetuosa información surgiendo a través de la niebla de la dopamina.
El raso de lo que llevaba puesto era suave contra su piel y sintió como la calidez de ella se mezclaba con su propio calor. Su leve peso se apoyó sobre su hombro y… sí, su rodilla estaba entre sus muslos.
La boca de ella se abrió y los colmillos surgieron.
Por una décima de segundo su demonio interior rigió y él clamó por su juicio con pánico. Gracias a la Virgen, la maldita cosa vino al rescate, la parte racional de él tomó apresuradamente la delantera, encadenando sus instintos, calmando la muy sexual necesidad de dominarla.
Ella se tambaleó cuando se inclinó hacia su garganta, inestable como se mantenía encima de él.
– Acuéstate sobre mí -dijo él con voz gutural-. Colócate… sobre mí.
Con un respingo ella permitió que la parte baja de su cuerpo ahondara en la horquilla de sus muslos. Estaba claramente preocupada por encontrarse con una erección, y cuando no encontró nada de lo que esperaba miró entre sus cuerpos, como si pensara que había golpeado contra el sitio equivocado.
– No tienes que preocuparte de eso -murmuró él, recorriéndole con las manos los esbeltos brazos-. No de mí. -Su alivio fue tan palpable que él se sintió ofendido- ¿Follar conmigo sería tanta faena?
– Oh, no, Rehvenge. No. -Ella bajó la mirada a los gruesos músculos del pecho-. Eres… bastante encantador. Es sólo que… hay otro. Para mí, hay otro.
– Todavía amas a Wrath.
Ella sacudió la cabeza.
– No, pero no puedo pensar en el único que quiero ahora. No… ahora.
Rehv levantó la barbilla.
– ¿Qué clase de idiota no te alimentaría cuando lo necesitaras?
– Por favor. No hablemos más de esto. -Abruptamente, sus ojos se fijaron en su cuello y se dilataron.
– Qué hambre -gruñó él, ilusionado por ser utilizado-. Sigue adelante. Y no te preocupes por ser amable. Tómame. Cuanto más duro mejor.
Marissa descubrió los colmillos y lo mordió. Las dos penetraciones agudas se dispararon a través de la neblina de la droga, y el dolor dulce traspasó su cuerpo. Mientras gemía, pensó que nunca se había sentido agradecido por su impotencia antes, pero lo estaba ahora. Si su polla funcionara del todo, tan seguro como el infierno que le hubiera quitado la túnica, separado las piernas y la hubiera tenido de forma agradable y profunda mientras se alimentaba.
Casi inmediatamente ella se echó hacia atrás y se lamió los labios.
– Voy a tener un sabor diferente a Wrath -dijo él, contando con el hecho de que como ella sólo se había alimentado de un hombre, no podía saber exactamente porqué su sangre le impactaría en la lengua de una forma extraña. Realmente, la única razón por la que la había podido ayudar era por su inexperiencia. Cualquier otra hembra que hubiera tenido un poco habría sabido demasiado-. Vamos, toma algo más. Estás acostumbrada a ello.
Ella dejó caer la cabeza otra vez y él sintió el hormigueo de otro mordisco.
Envolvió con sus pesados brazos la frágil espalda de ella y la abrazó más estrechamente mientras cerraba los ojos. Había pasado mucho tiempo desde que había sostenido a alguien, y aunque no podía arriesgarse a coger mucha experiencia, lo encontró sublime.
Mientras ella sorbía de su vena, él tuvo el absurdo impulso de llorar.
O levantó el pie del acelerador del camión y pasó a poca velocidad por delante de otro alto muro de piedra.
Maldición, las casa eran enormes en la Avenida Thorne. Bueno, no era que pudieras ver las mansiones desde la calle. Sólo asumió que con cercados y murallas como éstos, no eran un puñado de dúplex y apartamentos del tipo de Cape Cods.
Cuando ésta barricada en particular se abrió para permitir una entrada, apretó los frenos. A la izquierda había una placa pequeña de latón en la que se leía, 27 AVENIDA THORNE. Se inclinó hacia adelante, estirándose para ver más allá, pero el camino y el muro desaparecían en la oscuridad, no podía decir qué habría al otro lado.
Con un caprichoso qué-demonios, giró y avanzó por la senda. A unas buenas cien yardas de la calle había un alto juego de puertas, y él se detuvo, notando las cámaras montadas en lo alto de ellas, el sistema de intercomunicación y el aire de ‘no traspasar’.
Bueno… esto era interesante. La otra dirección había sido una mierda, sólo una casa de clase media en un vecindario de clase media con humanos en el salón viendo la televisión. Pero lo que fuera que estuviera detrás de un arreglo así era un gran negocio.
Ahora tenía curiosidad.
Aunque infiltrarse a través de esas barreras requeriría una estrategia de coordinación y una ejecución cuidadosa. Y lo último que necesitaba es el inconveniente de enredarse con la policía sólo porque había irrumpido en alguna McMansión de un ricachón.
¿Pero por qué se habría sacado del culo ese vampiro ésta dirección para salvarse?
Entonces O vio algo raro: una cinta negra atada a la puerta. No, dos, una en cada lado, ondeando al viento…
¿Cómo si estuvieran de luto?
Fijado por su propio temor, salió del camión e hizo crujir el hielo, dirigiéndose a la cinta de la derecha. Estaba montada a dos metros y medio del suelo, así que tuvo que estirar el brazo para tocarla.
– ¿Estás muerta, esposa? -susurró. Dejó caer la mano y miró a través de las puertas más allá a la negra noche.
Regresó al camión y volvió por la entrada.
Necesitaba traspasar ése muro. Tenía que encontrar algún sitio para deshacerse del F-150.
Cinco minutos después estaba maldiciendo. Maldita sea. No había dónde aparcar en Thorne sin ser demasiado evidente. La calle no era más que muros sin apenas arcén. Jodida gente rica.
O apretó el acelerador y miró a la izquierda. A la derecha. Quizás pudiera dejar el camión abajo, al fondo de la colina y subir por la avenida principal. Era casi media milla en pendiente, pero podía cubrir la distancia lo suficientemente rápido. Las farolas bajo las que tenía que pasar eran una putada, por supuesto, pero no era algo que nadie de los que vivía en ésta calle pudiera ver desde sus torres de marfil.
Su teléfono móvil sonó y contestó con un desagradable:
– Qué.
La voz de U, la que estaba empezando a odiar, era tensa.
– Tenemos un problema. Dos lessers han sido arrestados por la policía.
O cerró los ojos.
– ¿Qué demonios han hecho?
– Estaban capturando a un vampiro civil y un coche de policía sin marcar fue por ellos. Dos policías se ocuparon de los asesinos y más policías aparecieron. Los lessers están siendo llevados a prisión y tengo una llamada ahora de uno de ellos.