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Cuando cerró la puerta tras él, su corazón empezó a latir más fuerte. Especialmente cuando oyó que cerraba.

Retrocedió hasta quedar contra la cama.

– ¿Qué quieres, Zsadist?

Fue hacia ella como si la escudriñara, con los ojos amarillos obsesionados. Su cuerpo era una completa espiral de tensión y de repente no hizo falta ser un genio para adivinar que clase de liberación estaba buscando.

– No me digas que viniste aquí para emparejarte.

– De acuerdo, no lo hice. -Su voz no fue sino un gruñido profundo y ronroneante

Sacó la mano. Bien, eso marcará la diferencia. Él la podía tomar si quisiera, tanto si ella decía que sí o no. Sólo… que como una idiota no lo rechazaría. Aun tras toda la mierda que le había echado, todavía lo deseaba. Maldita sea.

– No tendré sexo contigo.

– No estoy aquí por mí -dijo llegando a su altura.

Oh, Dios. Su perfume… su cuerpo… tan cerca. Iba a volverse loca.

– Apártate de mí. Ya no te deseo más.

– Sí, lo haces. Puedo olerlo. -Extendió una mano y tocó su cuello, recorriendo con el dedo índice su yugular-. Y puedo sentir el latido de esta vena.

– Te odiaré si lo haces.

– Ya me odias.

Si sólo fuera verdad…

– Zsadist, de ninguna manera quiero acostarme contigo.

Se inclinó hasta que la boca estuvo en su oreja.

– No te estoy pidiendo esto.

– ¿Entonces qué quieres? -Empujándolo por los hombros. Sin resultado-. ¿Maldito seas, por qué estás haciendo esto?

– Porque vengo de la habitación de mi gemelo.

– ¿Perdón?

– No le dejaste beber de ti -la boca de Zsadist rozó su cuello. Entonces retrocedió y la miró fijamente-. ¿No lo aceptarás nunca, no? Nunca estarás con Phury, no importa cuan correcto sea para ti socialmente, personalmente.

– Zsadist, por todos los infiernos, déjame sola…

– No estarás con mi gemelo. ¿Así que nunca volverás aquí, verdad?

Exhaló rápidamente.

– No, no volveré.

– Y por eso tuve que venir.

La furia hirvió en ella, creciendo hasta convertirse en deseo de sexo.

– No lo comprendo. Has aprovechado cada oportunidad para apartarme. ¿Recuerdas el pequeño episodio en el callejón la pasada noche? Bebiste de ella para mandarme a paseo, ¿no? No fue por el comentario que hice.

– Bella…

– Y luego quieres que esté con tu hermano. Mira, sé que no me quieres, pero eres consciente de lo que siento por ti. ¿Tienes alguna idea de lo que es que el macho que amas te diga que alimentes a otro?

Dejó caer la mano. Retrocediendo.

– Tienes razón -se restregó la cara-, No debería estar aquí, pero no puedo dejarte marchar sin… En lo más profundo de mi mente siempre pensé que regresarías. Sabes, para estar con Phury. Siempre pensé que te vería otra vez, aunque fuera a distancia.

Que Dios la ayudara, estaba harta de esto.

– ¿Por qué infiernos te importa si me ves o no?

Sólo negó con la cabeza y se volvió hacia la puerta. Lo que la hizo enfadar aún más.

– ¡Contéstame! ¿Por qué te importa si nunca regreso?

Tenía la mano en la manija mientras le gritaba.

– ¿Por qué te importa?

– No me importa.

Se lanzó a través de la habitación con la intención de pegarle, arañarlo, hacerle daño, estaba tan frustrada. Pero él se dio la vuelta y en vez de abofetearle le agarró la cabeza y lo arrastró hacia su boca. Sus brazos se cerraron alrededor de ella, abrazándola tan fuerte que no podía respirar. Mientras la lengua entraba en su boca, la levantó y se dirigió hacia la cama.

El sexo fiero y desesperado era una mala idea. Una muy mala idea.

Estaban enredados en el colchón en un segundo. Le sacó los pantalones y estaba a punto de romper con los dientes las bragas cuando un golpe sonó en la puerta.

La voz de Fritz se oyó a través de los paneles, agradable y respetuosa.

– Señora, si las maletas están preparadas…

– Ahora no, Fritz -respondió Zsadist con voz gutural. Dejó al descubierto los colmillos, cortando a tiras la seda entre los muslos, lamiendo su centro-. Joder…

La lengua descendió otra vez lamiéndola, gimiendo. Ella se mordió el labio para no gritar y agarrándole la cabeza giró sus caderas.

– Oh, amo, le pido perdón. Pensé que usted estaba en el centro de entrenamiento…

– Más tarde, Fritz.

– Desde luego. Cuánto tiempo…

El resto de las palabras del doggen fueron cortadas por el erótico gruñido de Zsadist que le dijeron a Fritz todo lo que necesitaba saber. Y probablemente un poco más.

– Oh… Dios mío. Perdóneme, amo. No regresaré a por sus cosas hasta que, ah… luego.

La lengua de Zsadist hacía círculos alrededor mientras las manos sujetaban sus muslos. La llevó duramente, todo el tiempo susurrando cosas calientes, cosas hambrientas contra su carne secreta. Ella se empujó contra su boca, arqueándose. Fue tan rudo, tan voraz… quedó destrozada. La provocaba alargando el orgasmo, manteniéndola en ese estado como si estuviera desesperado para que no se terminara.

El silencio de después la dejó tan fría como la liberación de su centro en la boca de él. Se alzó entre sus piernas, pasando la mano por sus labios. Cuando la miró, se chupó la palma de la mano, atrapando cada bocado de lo que había retirado su cara.

– Vas a parar ahora, ¿no? -dijo rudamente.

– Te lo dije. No vine aquí por sexo. Sólo quería esto. Sólo quería tenerte contra mi boca una última vez.

– Bastardo egoísta. -Y cuan irónico era llamarle esto por no follarla. Dios… Esto era tan horrible.

Mientras ella alcanzaba los vaqueros, él hizo un suave sonido en el fondo de su garganta.

– ¿Crees que no mataría por estar dentro de ti en este instante?

– Vete al infierno, Zsadist. Vete directamente allí…

Se movió tan rápido como un relámpago, bajándola duramente contra la cama, aplastándola con su peso.

– Estoy en el infierno -siseó, poniendo las caderas entre las suyas. Las balanceó contra su centro, esa maciza erección empujaba contra el suave lugar que había tenido en su boca. Con una maldición retrocedió, abrió la cremallera de sus pantalones… y empujó en ella, estirándola tanto que casi dolía. Ella gritó con la invasión, pero alzó las caderas para que pudiera penetrarla aún más.

Zsadist le agarró las rodillas y le estiró las piernas hacia arriba, haciéndola una pelota bajo él, luego bombeó contra ella, su cuerpo guerrero no le escatimó nada. Ella se agarró a su cuello, la sangre fluyendo, perdida en un ritmo demoledor. Esto era lo que siempre había pensado que sería con él. Fuerte, duro, salvaje… rudo. Mientras tenía otro orgasmo, él rugió, explotando en ella. Chorros calientes la llenaron, entonces se desparramaron en sus muslos como si no dejara de bombear.

Cuando finalmente se colapsó sobre ella, le soltó las piernas respirando contra su cuello.

– Oh, Dios… No puedo creer que esto haya pasado -dijo finalmente.

– Estoy bastante segura sobre eso. -Lo apartó a un lado y se sentó, más cansada de lo que había estado en su vida-. Tengo que reunirme pronto con mi hermano. Quiero que te vayas.

Él maldijo, un sonido vacío y doloroso. Entonces le tendió los pantalones, aunque no los soltó. La miró un largo instante, y como una tonta esperaba que él le dijera lo que quería oír: Lo siento, te hice daño, te quiero, no te vayas.

Tras un momento dejó caer su mano y se levantó, arreglándose, abrochándose los pantalones. Fue hacia la puerta, moviéndose con esa gracia letal con la que siempre caminaba. Al mirar sobre su hombro, ella se dio cuenta que había hecho el amor estando completamente armado y vestido.