Armas. Munición. Explosivos plásticos.
El arsenal de sus enemigos.
Entró en el cuarto de baño. Nada excepto una ducha y un cubo con un asiento de inodoro encima.
– No está aquí, mi hermano -dijo Phury.
En un ataque de furia Z se lanzó a sí mismo sobre la mesa de autopsia, cogiéndola con una mano y empujándola contra una pared. En medio del vuelo, una cadena chocó con él, atrapándole el hombro, clavándose hasta el hueso.
Y luego lo oyó. Un sonido suave de gimoteo.
Su cabeza giró a la izquierda.
En la esquina, en el suelo, había tres tubos cilíndricos de metal proyectándose de la tierra firme, y sellados con una tapa de malla blindada que eran marrón oscuro como la suciedad del suelo. Lo que explicaba que no los hubiera advertido.
Se acercó y pateó fuera una de las cubiertas. El gimoteo se volvió más fuerte.
Repentinamente mareado, cayó de rodillas.
– ¿Bella?
Un galimatías ascendió de la tierra para contestarle. Dejó caer su pistola. ¿Cómo iba a…? Había unas cuerdas saliendo de lo que parecía una alcantarilla. Agarró una de ellas y tiró suavemente.
Lo que emergió fue un varón sucio, ensangrentado, habrían pasado diez años desde su transición. El civil estaba desnudo y tembloroso, su labios azules, su ojos recorrían el alrededor.
Z le arrastró fuera, y Rhage abrigó con su trinchera de cuero al varón.
– Sácale de aquí -dijo alguien mientras Hollywood cortaba las cuerdas.
– ¿Puede desmaterializarse? -preguntó otro Hermano al varón.
Z prestó poca atención a la conversación. Iba por el siguiente hueco, pero no había cuerdas que salieran de debajo, y su nariz no detectó perfume. La cosa estaba vacía.
Estaba dando un paso hacia la tercera cuando el cautivo gritó.
– ¡No! ¡Pu-puso una trampa!
Z se congeló.
– ¿Cómo?
A través del castañetear de sus dientes, el civil dijo:
– No lo sé. Pero oí al l-lesser advertir a uno de sus h-hombres sobre ella.
Antes de que Z pudiera preguntar, Rhage empezó a recorrer el cuarto.
– Hay un arma aquí. Apuntado en esa dirección.
Hubo chasquidos de metal y desplazamiento.
– Ya no está armada.
Z miró por encima del hueco. Montado sobre las vigas expuestas del techo, aproximadamente a quince pies del suelo, había un dispositivo pequeño.
– ¿V, qué tenemos aquí?
– Láser óptico. Si lo interrumpes, probablemente se accionará.
– Mantente firme -dijo Rhage-. Hay otra pistola para vaciar aquí.
V acarició su perilla.
– Debe haber un activador por control remoto, aunque el tipo probablemente se lo llevó con él. Eso es lo que haría yo. -Miró de reojo el techo-. Ese modelo en particular funciona con baterías de litio. Así que no podemos destrozar el generador para cerrarlo. Y tienen su truco para desarmarse.
Z miró a su alrededor en busca de algo que pudiera usar para quitar la tapa y pensó en el cuarto de baño. Entró, arrancó la cortina de la ducha, y se colocó el palo del que había colgado a la espalda.
– Todo el mundo fuera.
Rhage habló agudamente.
– Z, amigo, no sé si he encontrado todos los…
– Llévate al civil contigo. -Cuando nadie se movió, maldijo-. No hay tiempo para divertirnos, y si alguien queda jodido entonces voy a ser yo. ¿Jesucristo, saldréis, hermanos?
Cuándo el lugar quedo vacío, Z se acercó al hueco. Volviendo a colocarse en la espalda unas de las armas que había sacado, por si hubiera estado en su línea de fuego, dio un golpe con el palo. Un disparo salió con un sonido retumbante.
Z percibió el golpe en su pierna izquierda. El impacto abrasador le hizo caer sobre una rodilla, pero lo ignoró y se arrastró a sí mismo hacia el cuello de la tubería. Sujetó las cuerdas que sujetaban la tapa en la tierra firme y comenzó a tirar.
La primera cosa que vio fue su pelo. El pelo largo, bello de color caoba de Bella estaba por todas partes alrededor de ella, un velo sobre su cara y sus hombros.
Se dobló y perdió la vista, en parte desmayándose, pero aun a través del mareo de su cuerpo, continuó tirando. De repente el esfuerzo se volvió más fácil… porque había más manos ayudándole… otras manos en la cuerda, otras manos colocándola amablemente sobre el suelo.
Vestida con un puro camisón manchado con su sangre, no se movía, pero respiraba. Cuidadosamente le apartó el pelo de la cara.
La presión sanguínea de Zsadist cayó en picado.
– Oh, dulce Jesús… oh, dulce Jesús… oh, dulce…
– ¿Qué hicieron…? -Quienquiera que había hablado no podía encontrar las palabras para terminar.
Las gargantas se aclararon. Un par de toses fueron ahogadas. O tal vez fueron amordazadas.
Z la cogió en sus brazos y sólo… la abrazó. Tenía que llevarla fuera, pero no podía moverse por lo que le habían hecho. Parpadeando, mareado, gritando por dentro, la meció amablemente. Las palabras se caían de su boca, lamentaciones por ella en el Viejo Idioma.
Phury se agachó sobre sus rodillas.
– ¿Zsadist? Tenemos que llevarla fuera de aquí.
La conciencia volvió a Z a la carrera, y repentinamente todo en lo que podía pensar era en llevarla a la mansión. Cortó en rodajas el arnés de su torso, luego se levantó con dificultad con ella en sus brazos. Cuando trató de caminar, su pierna izquierda se agotó y tropezó. Pero durante una fracción de segundo no pudo pensar en por qué.
– Déjame llevarla -dijo Phury, levantando las manos-.Te han disparado.
Zsadist negó con la cabeza y pasó rozando a su gemelo, cojeando.
Sacó a Bella hacia el Taurus que estaba estacionado delante del edificio. Sosteniéndola contra su pecho, rompió la ventana del acompañante con el puño, luego metió el brazo dentro y abrió mientras la alarma se volvía loca. Abriendo la puerta trasera, se agachó y la puso en el asiento. Cuando le dobló las piernas ligeramente para meterlas dentro, el camisón se subió y él se sobresaltó. Tenía magulladuras. Un montón de ellas.
Mientras la alarma se quedaba callada, dijo:
– Que alguien me de una chaqueta.
En el segundo en que extendió la mano tras él, el cuero golpeó su palma. La arropó cuidadosamente en lo que se percató era el abrigo de Phury, y luego cerró y se metió detrás del volante.
Lo último que oyó fue una orden de Wrath.
– V, saca esa mano tuya. Este lugar necesita ser una antorcha.
Incorporándose a la carretera, Z sacó el sedan de la escena como alma que lleva el diablo.
O puso su camión en la cuneta de una sección oscura de la Décima Calle.
– Todavía no entiendo por qué mentiste.
– Si llegas a ser enviado a casa con el Omega, entonces ¿dónde nos deja eso? Eres uno de los asesinos más fuertes que hemos tenido.
O le miró con desagrado.
– ¿Eres un hombre de empresa?
– Me enorgullezco de nuestro trabajo.
– Cómo en 1950, Howdy Doody.
– Sí, y esa mierda salvó tu culo, sé agradecido.
Cualquier cosa. Tenía mejores cosas por las que preocuparse que la majadería de U.
U y él salieron del camión. El Zero-Sum, el Screamer y el Snuff estaban un par de bloques más abajo, y aunque hacía frío, había colas esperando para entrar en los clubes. Algunas de las masas temblorosas serían indudablemente vampiros, y aun si no lo eran, la noche estaría ocupada. Siempre había peleas con los Hermanos con las que relajarse.
O tecleó la alarma de seguridad, se puso las llaves en su bolsillo… y se paró en seco en la mitad de la Décima Calle. Literalmente no podía moverse.
Su esposa… Jesús, su esposa realmente no había tenido buen semblante cuando había salido con U.
O agarró la parte delantera de su cuello vuelto negro, sintiéndose como si no pudiera respirar. No se preocupaba por el dolor que ella sufría; se lo había buscado. Pero no podría soportar si muriera, si le dejara… ¿Qué ocurriría si se estaba muriendo ahora mismo?
– ¿Qué ocurre? -preguntó U.