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John movió rápidamente su Bic. Mientras le tendía el bloc a Phury, el macho de la mirada negra frunció el ceño.

– ¿Qué ha escrito el chaval?

– Dice que está bien. Que es bueno escuchando. Que tú puedes llevar toda la conversación.

Esos ojos sin alma se apartaron.

– No tengo nada que decir. Ahora ¿Cómo mierda regulo el termostato?

– Ah, veintiún grados -Phury fue hacia el otro lado de la habitación-. El indicador debe señalar aquí. ¿Lo ves?

– No lo giré lo suficiente.

– Y debes asegurarte que el interruptor de abajo esté en el extremo derecho. De otra forma, no importa donde este señalando el indicador, no calentara.

– Si… vale. ¿Y puedes leerme lo que pone aquí?

Phury miró al trozo de papel.

– Es la información para la dosis de la inyección.

– No jodas. ¿Y que hago?

– ¿Esta intranquila?

– Ahora, no, pero quiero que llenes esto por mi y me digas que debo hacer. Necesito tener una dosis preparada por si Havers no puede venir deprisa.

Phury tomó el frasco y desenvolvió la aguja.

– Vale.

– Hazlo bien -cuando Phury terminó con la jeringa, la volvió a tapar y luego se pusieron a hablar en el Idioma Antiguo. Luego el tío horripilante preguntó-. ¿Cuánto tiempo estarás ausente?

– Tal vez una hora.

– Entonces, primero hazme un favor. Deshazte de ese sedan en el que la traje.

– Ya lo hice.

El hombre de la cicatriz asintió y dejo la habitación cerrando la puerta.

Phury se puso las manos sobre las caderas y miró el suelo.

Luego fue hacia una caja de caoba que había sobre el escritorio y sacó lo que parecía un porro. Sosteniendo el cigarrillo liado a mano entre el pulgar y el índice, lo encendió aspirando profundamente, manteniendo el humo en sus pulmones por un momento para luego exhalar lentamente, cerrando los ojos. Cuando exhaló, el humo olía como una combinación de granos de café tostado y chocolate caliente. Delicioso.

Cuando los músculos de John se relajaron, se preguntó de qué estaría hecha esa cosa. Estaba seguro de que no era marihuana. Pero no era un cigarrillo común.

¿Quien es él? -escribió John, y le mostró el bloc.

– Zsadist. Mi gemelo -Phury se echo a reír brevemente cuando a John se le aflojó la mandíbula-. Si, lo sé, no nos parecemos mucho. Al menos, ya no. Escucha, es un poco sensible, así que probablemente quieras darle un poco de espacio.

No jodas, -pensó John.

Phury se colocó una funda sobaquera y puso una pistola en uno de los lados y una daga negra en el otro. Fue hacia un armario y volvió luciendo un chaquetón de cuero negro.

Puso el porro o lo que fuera en un cenicero de plata cercano a la cama.

– Bueno, vamos.

CAPÍTULO 11

Zsadist entró silenciosamente en su cuarto. Después de fijar el termostato y puso la medicina sobre la mesa, se acercó a la cama y se apoyó contra la pared, quedándose en las sombras. Quedo suspendido en el tiempo mientras se inclinó sobre Bella y valoró la leve subida y bajada de las mantas que marcaban su respiración. Podía sentir los minutos goteando en horas, y aun así no pudo moverse, aun cuando sus piernas se entumecieron.

A la luz de la vela vio su piel curarse directamente frente a sus ojos. Era milagroso, las magulladuras desvaneciéndose de la cara, la hinchazón alrededor de los ojos y los cortes desapareciendo. Gracias al profundo sueño en el que se hallaba, su cuerpo estaba eliminando los daños, y cuando su belleza fue revelada de nuevo, estuvo condenadamente agradecido. En las altas esferas en que ella se movía, evitarían a una hembra con imperfecciones de cualquier clase. Los aristócratas eran así.

Se imaginó la cara sin fallas y hermosa de su gemelo y supo que Phury debería ser el que cuidara de ella. Phury era perfecto material de salvador, y era obvio que ella le gustaba. Además a ella le gustaría despertarse a lado de un macho así. A cualquier hembra le gustaría.

Entonces ¿por qué demonios no la cogía y la ponía en la cama de Phury? Ahora mismo.

Pero no podía moverse. Y mientras la miraba ahora que estaba sobre almohadas que él nunca había usado, entre sábanas que nunca había alzado para él, recordó el pasado…

Habían pasado meses desde que el esclavo había despertado por primera vez en cautividad. En este tiempo no había nada que no le hubiera sido hecho, en él, o sobre él, y había un ritmo predecible en el abuso.

La Mistressestaba fascinada por sus partes privadas y sentía la necesidad de mostrarlas a otros machos que ella favorecía. Traía a esos forasteros a la celda, sacaba el bálsamo, y lo mostraba como un caballo premiado. Él sabía que lo hacia para mantener a los demás inseguros, ya que podía ver el placer en sus ojos cuando los machos sacudían sus cabezas con asombro.

Cuando las inevitables violaciones comenzaron, el esclavo hizo todo lo posible por salirse de su piel y huesos. Era mucho más soportable cuando podía elevarse en el aire, y subía más alto y más alto hasta que rebotaba a lo largo del techo, una nube de él mismo. Si tenia suerte, podía transformarse completamente y sólo flotar, viéndoles desde arriba, jugando a ser el testigo de la humillación, dolor y degradación de alguien más. Pero no siempre funcionaba. A veces no podía liberarse, y era forzado a soportarlo.

La Mistresssiempre tuvo que usar el bálsamo sobre él, y últimamente había notado algo extraño: Incluso cuando estaba atrapado en su cuerpo y todo lo que le hacían era intenso, aun cuando los sonidos y los olores anidaban como ratas en su cerebro, había un desplazamiento curioso debajo de su cintura. Lo que fuera que sentía allí abajo era registrado como un eco, como algo separado del resto de él. Era extraño, pero estaba agradecido. Cualquier clase de entumecimiento era bueno.

Siempre que lo dejaban sólo, trabajaba para aprender a controlar los enormes músculos y huesos de después de la transición. Esto lo logró, y había atacado a los guardias varias veces, totalmente impenitente sobre sus actos de agresión. En verdad, ya no sentía que conocía a los machos que lo cuidaban, los que encontraban tal repugnancia en su tarea: Sus caras le eran familiares como figuras de sueño, sólo restos nebulosos de una vida desgraciada de la que debería haber disfrutado más.

Cada vez que lo había hecho había sido golpeado durante horas, aunque sólo sobre las palmas de las manos y las plantas de los pies, porque A la Mistress le gustaba que se mantuviera agradable a la vista. Como consecuencia de sus ofensivas, ahora era vigilado por una escuadrilla rotatoria de guerreros, todos llevaban una cota de malla por si entraban en su celda. Además, la plataforma del lecho ahora tenía cadenas empotradas que podían abrirse desde fuera, de modo que después de que hubiera sido usado, los guardias no tenían que poner en peligro sus vidas al soltarlo. Y cuando la Mistress quería venir, era drogado hasta la sumisión ya fuera por su alimento o por dardos que le disparaban por una ranura en la puerta.

Los días pasaban despacio. Estaba concentrado en encontrar la debilidad en los guardias y en alejarse tanto como pudiera de la depravación… cuando en realidad ya estaba muerto. Y tan muerto que incluso cuando estuviera lejos de la Mistress, en realidad nunca estaría vivo otra vez.

El esclavo comía en la celda, tratando de conservar las fuerzas para el siguiente enfrentamiento con los guardias, cuando vio que el panel se abría y un tubo hueco se asomaba. Salto, aunque no había donde esconderse, y sintió la primera picadura en el cuello. Sacó el dardo tan rápidamente como pudo, pero fue golpeado con otro y luego otro hasta que su cuerpo se puso pesado.

Despertó sobre el lecho, con los grilletes puestos.

La Mistressestaba sentada directamente a su lado, la cabeza baja, el cabello cubriéndole el rostro. Como si supiera que estaba consciente, poso su mirada en la de el.