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Momentos más tarde los dardos vinieron a él, tantos por la puerta que era como si lo hubieran cubierto con cemento. Mientras se deslizaba hacia la inconsciencia, pensó vagamente que la naturaleza frenética del ataque no era de buen agüero.

Cuando se despertó, la Mistress estaba de pie sobre él, furiosa. Había algo en su mano, pero no podía ver que era.

– ¿Piensas que eres demasiado bueno para los regalos que te doy?

La puerta se abrió y el cuerpo blando de la joven hembra fue traído. Mientras los guardias se iban, cayo pesadamente al suelo como un trapo. Muerta.

El esclavo gritó en su furia, el rugido rebotando en las paredes de piedra de la celda, como un trueno amplificado. Tiró contra las bandas de acero hasta que el corte le llego al hueso, hasta que uno de los postes se rajó con un chillido… y todavía bramaba.

Los guardias se alejaron. Incluso la Mistress pareció insegura de la furia que había desatado. Pero como siempre, no paso mucho tiempo antes de que tomara el mando.

– Dejadnos -gritó a los guardias.

Esperó hasta que el esclavo se agotó. Entonces se inclinó hacia él, sólo para ponerse pálida.

– Tus ojos -susurró mirándolo-. Tus ojos…

Por un momento, pareció asustada de él, pero entonces se cubrió con una capa de majestuoso autodominio.

– ¿Las hembras que te ofrezco? Beberás de ellas. -Echó un vistazo al cuerpo sin vida de la criada-. Y es mejor que no dejes que te consuelen, o haré esto otra vez. Eres mío y de nadie más.

– No beberé -gritó-. ¡Nunca!

Dio un paso atrás.

– No seas ridículo esclavo.

Él mostró sus colmillos y siseo.

– Mírame Mistress. ¡Observa como me marchito!

Gritó la última palabra, su retumbante voz llenando el cuarto. Mientras ella estaba rígida de la furia, la puerta voló abierta y los guardias entraron con las espadas afuera.

– Dejadnos -gruñó, la cara roja, el cuerpo tembloroso.

Levantó la mano y había una fusta en ella. Con una sacudida brusca del brazo, golpeó con el arma y cruzó el pecho del esclavo. Su carne se rasgó y sangró, y él se rió de ella.

– Otra vez -gritó-. Hazlo otra vez. ¡No lo sentí, eres tan débil!

Alguna presa se había reventado en su interior, y las palabras no paraban… La insulto mientras lo azotaba hasta que la plataforma del lecho fluía con lo que había estado en sus venas. Cuando finalmente no pudo levantar más el brazo, jadeaba y estaba salpicada de sangre y sudor. Él estaba concentrado, helado, tranquilo a pesar del dolor. Aunque fue él quien había sido golpeado, ella era la que se había roto primero.

Su cabeza cayó hacia abajo como en sumisión mientras arrastraba el aliento por sus labios blancos.

– Guardia -llamo con voz ronca-. ¡Guardia!

La puerta se abrió. El macho uniformado que entró vaciló cuando vio lo que había sido hecho, el soldado palideció y osciló en sus botas.

– Sostén su cabeza. -La voz de la Mistress era aguda mientras dejaba caer la fusta-. He dicho sostén su cabeza. Ahora.

El guardia tropezó, apresurándose sobre el suelo resbaladizo. Entonces el esclavo sintió una palmada carnosa en su frente.

La Mistressse inclinó sobre el cuerpo del esclavo, todavía respirando con fuerza.

– No tienes… permitido… morir.

Su mano encontró su carne masculina y luego pasó a los pesos gemelos debajo. Apretó y retorció, haciendo que su cuerpo entero tuviera espasmos. Mientras él gritaba, ella se mordió la muñeca y la sostuvo sobre su boca abierta, y sangró.

Z se alejo de la cama. No quería pensar en la Mistress en presencia de Bella… como si todo aquel mal pudiese escapar de su mente y ponerla en peligro mientras dormía y se curaba.

Se acercó a la plataforma y comprendió que estaba curiosamente cansado. Agotado, en realidad.

Mientras se estiraba en el suelo, su pierna palpitó como una maldita.

Dios, había olvidado que le habían pegado un tiro. Se quitó las botas de combate y los pantalones y encendió una vela al lado para alumbrar. Levantando y girando la pierna, inspeccionó la herida sobre su pantorrilla. Había agujero de entrada y de salida, así que sabía que la bala le había atravesado. Viviría.

Apago la vela con un soplo, se cubrió las caderas con los pantalones, y se recostó. Abriéndose al dolor de su cuerpo, se convirtió en un recipiente para la agonía, recogiendo todos los matices de sus dolores y escozores.

Oyó un ruido extraño, como un pequeño grito. El sonido se repitió, y luego Bella comenzó a luchar sobre la cama, las sábanas crujiendo como si estuviera sacudiéndose.

Se levanto del suelo y se acercó, justo cuando ella ladeó la cabeza hacia él y abrió los ojos.

Parpadeó, lo miró… y gritó.

CAPÍTULO 12

– ¿Quieres algo de comer, Amigo?

Dijo Phury a John mientras caminaban hacia la mansión. El niño parecía agotado, pero cualquiera lo estaría. Ser hurgado y pinchado era duro. Él mismo se sentía como un trapo.

Cuando John sacudió la cabeza y la puerta del vestíbulo se cerró, Tohr venia bajando la escalera al trote, con el aspecto de un padre nervioso. Y eso a pesar de que Phury había llamado pasándole un informe de camino a casa.

La visita a Havers había ido bien, principalmente. A pesar del ataque, John estaba sano, y los resultados de la prueba de linaje estarían disponibles pronto. Con suerte, encontrarían alguna coincidencia con sus ancestros, y esto ayudaría a John a encontrar a su familia. Así que no había ningún motivo de preocupación.

De todos modos Tohr puso el brazo alrededor de los hombros del muchacho y el niño se aflojó. Una especie de comunicación de mirada-a-mirada ocurrió, y el hermano dijo:

– Creo que te llevaré a casa.

John asintió e hizo algunas señas. Tohr alzo la vista.

– Dice que olvidó preguntarte como está tu pierna.

Phury levantó la rodilla y se toco la pantorrilla.

– Mejor, gracias. Cuídate, John, ¿vale?

Observó como los dos desaparecían por la puerta bajo la escalera.

Qué buen chico, pensó, y gracias a Dios que lo habían encontrado antes de su transición.

Un grito femenino rasgó el vestíbulo, como si el sonido estuviera vivo y hubiera caído en picado desde el balcón.

La columna vertebral de Phury se helo. Bella.

Se precipitó al segundo piso y corrió por el pasillo de estatuas. Cuando abrió la puerta de Zsadist, la luz se derramó en el cuarto y la escena se grabo en su memoria al instante: Bella sobre la cama, encogida contra la cabecera, la sábana apretada a su garganta. Z agachado delante de ella, las manos levantadas, desnudo de la cintura para abajo.

Phury perdió el control y se lanzó hacia Zsadist, agarrando a su gemelo por la garganta y lanzándolo contra la pared.

– ¡Qué pasa contigo! -Gritó mientras estrellaba a Z contra el muro-. ¡Maldito animal! -Z no se defendió cuando lo golpeo otra vez.

– Llévatela. Llévatela a otra parte. -Fue todo lo que dijo.

Rhage y Wrath irrumpieron en el cuarto. Ambos comenzaron a hablar, pero Phury no podía oír nada excepto el rugido en sus oídos. Nunca había odiado a Z antes. Había sido tolerante por todo por lo que había pasado. Pero ir tras Bella…

– Maldito enfermo -siseó Phury. Clavó aquel duro cuerpo a la pared una vez más-. Maldito enfermo… Dios, me repugnas.

Z simplemente lo miraba, sus ojos negros como el asfalto, opacos y sin vida.