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Amigo, tenía que alejarse de ella…

Bueno, iba a pasar pronto, no era cierto. Se marcharía por la noche. Saldría para irse a casa.

Sus instintos se volvieron locos, haciéndolo querer luchar para que permaneciera en su cama. Pero maldito su estúpido y primitivo corazón. Tenía que hacer su trabajo. Tenía que salir, encontrar a un lesser en particular y matar al jodido por ella. Era lo que tenía que hacer.

Z se dirigió hacia el armario, se puso una camisa y se armó. Mientras se colocaba la pistolera sobre el pecho, pensó en pedirle una descripción del asesino que se la había llevado. Pero no quería traumatizarla… No, se lo preguntaría Tohr, porque el hermano manejaba esa clase de cosas bien. Cuando fuera devuelta a su familia esta noche, entonces Tohr hablaría con ella.

– Me voy -dijo Z mientras se abrochaba el porta dagas de cuero que atravesaba sus costillas-. ¿Quieres que le diga a Fritz que te traiga comida antes de marcharme?

Como no hubo ninguna respuesta, miró desde el batiente de la puerta. Estaba de lado, mirándolo.

Otra ola de severo instinto lo golpeó.

Quería verla comer. Después del sexo, después de estar en su interior, quería que comiera el alimento que le traía, y quería que lo comiera de su mano. Infiernos, quería salir y matar algo para ella, traer la carne, cocinarla él mismo y alimentarla hasta que estuviera llena. Entonces quiso estar a su lado con una daga en la mano, protegiéndola mientras dormía.

Regresó al armario. Amigo, se estaba volviendo loco. Directamente loco.

– Te traeré alguna cosa.

Comprobó las hojas de sus dos dagas negras, probándolas en el interior de su antebrazo, cortándose la piel. Cuando el dolor le zumbó en el cerebro, miró fijamente la marca que Bella le había hecho sobre la muñeca.

Sacudiéndose para concentrarse, se colocó la pistolera alrededor de sus caderas y puso directamente la SIG Sausers en su gemelo. La nueve milímetros tenía la recámara llena de balas y había otros dos clips de puntas huecos en el cinturón. Resbaló un cuchillo de lanzamiento en una pequeña hebilla de su espalda y se aseguró de que tenía alguna hira shuriken. Las botas de combate eran lo siguiente. La ligera campera impermeable para cubrir el arsenal era lo último.

Cuando salió, Bella todavía tenía la vista alzada hacia él desde la cama. Sus ojos eran tan azules. Azules como la noche. Azules como…

– ¿Zsadist?

Luchó contra el impulso de golpearse a sí mismo.

– ¿Si?

– ¿Soy desagradable para ti? -Como él retrocedió, ella se puso las manos sobre la cara-. No importa.

Mientras se ocultaba de él, él pensó en la primera vez que la vio, cuando ella lo había sorprendido en el gimnasio hacia tantas semanas. Lo había asombrado, dejándolo como un estúpido y ella todavía tenía ese efecto sobre su cerebro. Era como si tuviera un interruptor del cual sólo ella tuviese el control remoto.

Se aclaró la garganta.

– Eres como siempre lo has sido para mí.

Se dio la vuelta, sólo para oír un sollozo. Entonces otro. Y otro.

Miró sobre el hombro.

– Bella… Infierno santo…

– Lo siento -le dijo dentro de las palmas-. Soy lamentable. Sólo vete. Estoy bien… lo siento, estoy bien.

Mientras se acercaba y se sentaba sobre el colchón, deseaba tener el don de las palabras.

– No tienes por qué sentirlo.

– He invadido tu cuarto, tu cama. Obligándote a dormir cerca de mí. He hecho que me des de tu vena. Soy tan… lo siento. -Suspiró y se recogió a sí misma, pero incluso así su desesperación permanecería mucho tiempo, trayendo el olor terroso de las gotas de agua sobre la acera caliente-. Sé que debería marcharme, sé que no me quieres aquí, pero sólo necesito… no me puedo ir a mi granja. El lesser me llevó de allí, por lo que no puedo soportar la idea de regresar. Y no quiero estar con mi familia. Ellos no entenderán lo que me pasa ahora y no tengo energía para explicárselo. Sólo necesito algo de tiempo, necesito de alguna manera conseguir que mi cabeza salga de ello, pero no puedo sola. Incluso aunque no quiera ver a nadie excepto…

Cuando acabó, él dijo.

– Te quedarás aquí mientras quieras.

Ella comenzó a sollozar otra vez. Maldita sea.

Esto era lo que debía decir.

– Bella… yo… -¿Qué se suponía que estaba haciendo?

Tiéndele la mano, gilipollas. Cógele la mano, pedazo de mierda.

No podía hacerlo.

– ¿Quieres que me mude? ¿Qué te dé espacio?

Más lloros, en algún sitio en medio de los cuales ella musitó:

– Te necesito.

Dios, si la había oído bien, la compadecía.

– Bella, deja de llorar. Deja de llorar y mírame. -Finalmente ella suspiró y se limpió la cara.

Cuando él estuvo seguro de que tenía su atención, le dijo- No te preocupes por nada. Te quedarás aquí mientras tú quieras. ¿Está claro?

Ella sólo lo miró fijamente.

– Asiente con la cabeza para mí, entonces sabré que me has escuchado. -Cuando ella lo hizo, él se levantó-. Y soy lo último que necesitas. Entonces deja de decir chorradas ahora mismo.

– Pero…

Se dirigió a la puerta.

– Regresaré antes del alba. Fritz sabe como encontrarme-nos, a todos.

Después de dejarla, Z cruzó el corredor de estatuas, giró a la izquierda y rápidamente pasó por delante del estudio de Wrath y por la magnífica escalera. Tres puertas más allá, él llamó. No hubo respuesta. Volvió a llamar.

Se dirigió abajo y encontró lo que buscaba en la cocina.

Mary, la mujer de Rhage, pelaba patatas. Muchas patatas. Como, un ejército de ellas. Sus ojos grises se levantaron y su cuchillo para pelar se detuvo sobre una patata Idaho golden. Miró a su alrededor, figurándose que él estaba buscando a alguien más. O tal vez sólo esperaba no quedarse a solas con él.

– ¿Podrías aplazar esto por un ratito? -dijo Z, cabeceando hacia el montón.

– Um, claro. Rhage siempre puede comer algo más. Además, de todos modos, Fritz está teniendo un berrinche porque yo iba a cocinar. ¿Qué… ah, que necesitas?

– Yo no. Bella. Ella podría necesitar ahora mismo una amiga.

Mary bajó el cuchillo y la patata a medio pelar.

– Estoy deseando verla.

– Está en mi habitación. -Z se giró, ya pensando en cual de los callejones del centro de la ciudad iba a golpear.

– ¿Zsadist?

Él se paró con la mano sobre la puerta del mayordomo.

– ¿Qué?

– Estás cuidando muy bien de ella.

Él pensó en la sangre que había dejado que tragara. Y la urgencia de tener un orgasmo en su cuerpo.

– No realmente. -Le dijo sobre el hombro.

A veces se tiene que empezar desde el principio, pensó O mientras caminaba por el parque.

Aproximadamente a trescientas yardas de dónde había aparcado el camión, los árboles cedían su paso a un prado raso. Se paró mientras todavía estaba oculto entre los pinos.

A través de la blanca manta de nieve estaba la granja donde había encontrado a su esposa y a la mortecina luz del día su casa era todo Norman Rockwell, una postal de Hallmark, la perfecta Middle América. La única cosa que faltaba era algo de humo saliendo de la chimenea de ladrillo rojo.

Sacó sus binoculares y exploró la zona, luego se concentró en la casa. Todas las huellas de neumáticos en el camino de la entrada y en la puerta hacían que se preocupase por si hubiese cambiado de manos y los promotores hubiesen venido. Pero todavía había muebles dentro, muebles que reconoció de cuando había estado allí con ella.

Dejó caer los binoculares, dejando que colgaran de su cuello y se agachó. La esperaría aquí. Si estaba viva, iría a la casa o quienquiera que la cuidara vendría a por algunas de sus cosas. Si estuviera muerta, alguien comenzaría a sacar su mierda.

Al menos, esperaba que algo así pasara. No tenía nada más para continuar, no sabía su nombre o el paradero de su familia. Además no podía adivinar dónde podría estar. Su única opción era salir y preguntar a los civiles. Como ninguna otra mujer había sido secuestrada, seguramente sería el tema de conversación dentro de su raza. El problema era que esa camino podía llevar semanas… meses. Y la información de técnicas persuasivas no era siempre sólida.