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Dios, Rehvenge. Rehv la había vuelto loca con todo su comportamiento dominante, pero había tenido razón. Si se hubiera quedado con su familia, nunca habría conocido a Mary, la humana que vivía al lado. Y nunca habría cruzado el prado entre sus casa aquella noche para asegurarse de que estaba bien. Y nunca habría tenido que correr por el lesser… nunca habría terminado muerta y respirando.

Se preguntó cuanto tiempo la habría buscado su hermano. ¿Se habría rendido ya? Probablemente. Ni siquiera Rehv podría continuar durante tanto tiempo sin esperanza.

Apostaba que la había buscado, pero por una parte se alegraba de que no la hubiese encontrado. Aunque era un hombre sumamente agresivo, era civilizado y se sentiría responsable de que lo hirieran si él venía a rescatarla. Aquellos lessers eran fuertes. Crueles y poderosos. No, para que regresara necesitaría a alguien igual de monstruoso que el que la retenía.

Una imagen de Zsadist le vino a la mente, clara como una fotografía. Vio sus oscuros ojos salvajes. La cicatriz que atravesaba su cara y le deformaba el labio superior. El esclavo de sangre con tatuajes en la garganta y en las muñecas. Recordó las señales de los azotes sobre su espalda. Y los piercings que colgaban de sus pezones. Y los músculos, también el delgado cuerpo.

Pensó en su cruel voluntad, inflexibilidad y todo el odio totalmente volátil. Era aterrador, un horror de la especie. Arruinado, no, roto, en las palabras de su gemelo. Pero eso era lo que lo habría hecho un buen salvador. El único rival para el lesser que se la había llevado. Ese tipo de brutalidad de Zsadist era probablemente la única cosa que podría sacarla de ahí, aunque tenía mejor criterio que pensar que alguna vez intentaría encontrarla. Ella era solo una civil con la que se había encontrado un par de veces.

Y la segunda vez, él le había hecho jurar que nunca se le volvería a acercar.

El miedo la rodeaba e intentó refrenar la emoción diciéndose que Rehvenge todavía la buscaba. Y apelaría a la Hermandad si encontraba alguna pista de dónde estaba. Entonces tal vez Zsadist vendría por ella, por que sería necesario, como parte de su trabajo.

– ¿Hola? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? -la inestable voz masculina sonaba como amortiguada, un tono metálico.

Era el cautivo más nuevo, pensó. Ellos al principio siempre intentaban reaccionar

Bella se aclaró la garganta.

– Estoy… aquí.

Hubo una pausa.

– Oh, Dios mío… ¿Eres la mujer que se llevaron? ¿Eres Bella?

Escuchar su nombre fue un shock. Infiernos, el lesser la llamaba su esposa desde hacía tiempo, casi se había olvidado que había sido algo más.

– Sí… si, soy yo.

– Todavía estas viva.

Bien, su corazón todavía latía, de todos modos.

– ¿Te conozco? – y… yo fui a tu entierro. Con mis padres, Ralstam y Jilling.

Bella comenzó a temblar. Su madre y su hermano… la habían puesto a descansar. Su madre era profundamente religiosa, gran creyente de las Viejas Tradiciones. Una vez que se convenció que su hija estaba muerta, habría insistido en la ceremonia apropiada para que Bella pudiera entrar en el Fade.

Oh… Dios. Pensar que ellos se habían rendido y saberlo eran dos cosas diferentes. Nadie vendría por ella. Nunca.

Escuchó algo extraño. Y comprendió que sollozaba.

– Me escaparé -dijo el hombre con fuerza -. Te llevaré conmigo.

Bella permitió a sus rodillas se rindiesen y se deslizó hacia abajo por la pared acanalada del tubo hasta que quedó alojada en el fondo. Ahora estaba realmente muerta ¿verdad? Muerta y bien muerta.

Qué horriblemente adecuado que ella estuviera atrapada en la tierra.

CAPÍTULO 2

Las shitkickers de Zsadist lo llevaron a través de un callejón fuera de Trade Street, las pesadas suelas sonaban con fuerza sobre los charcos de aguanieve en parte congelados y aplastados por las huellas de los neumáticos. Estaba totalmente oscuro, porque no había ventanas en los edificios de ladrillo de uno u otro lado y las nubes se habían cerrado sobre la luna. Incluso caminando así, su visión nocturna era perfecta, penetrando en todas partes. Como su rabia.

Sangre negra. Necesitaba más sangre negra. La necesitaba sobre sus manos, golpeando en su cara y salpicando su ropa. Necesitaba océanos de ella corriendo por el suelo y rezumando en la tierra. En honor a la memoria de Bella, sangraría a los asesinos, cada muerte una ofrenda.

Sabía que no había sobrevivido, sabía en su corazón que debía haber sido asesinada de un modo espantoso. ¿Entonces por qué siempre les preguntaba a esos bastardos dónde estaba? Infiernos, no lo sabía. Sólo era la primera cosa que salía de su boca, sin importar cuantas veces se dijera que se había ido.

El iba a seguir haciendo esas jodidas preguntas. Quería saber el dónde, el como y con qué, ellos lo habían hecho. La información solo se lo devoraría, pero necesitaba saberlo. Tenía que saberlo. Y uno de ellos hablaría en algún momento.

Z se detuvo. Olió el aire. Rezó para que el suave olor a talco para bebé fuese a la deriva a su nariz. Maldita sea, no podía soportar esto… no saber nada por mas tiempo.

Pero entonces rió con un repugnante chasquido. Sí, el infierno no podría enfrentarlo. Gracias a sus cien años de cuidadosa educación con la Mistress, no existía ningún nivel de mierda al que no sobreviviera. Dolor físico, angustia mental, abatiéndose en las profundidades de la humillación y la degradación, desesperación, impotencia: Estas aquí, aguanta.

Así que, sobreviviría a esto.

Levantó la vista al cielo y cuando su cabeza se echó hacia atrás se balanceó. Con un rápido movimiento de mano se estabilizó, luego suspiró y esperó a ver si la sensación de mareo pasaba. No hubo suerte.

Hora de alimentarse. Otra vez.

Maldición, esperaba poder salir sin dificultad otra noche o dos. Lo más seguro era que hubiera arrastrado su cuerpo por pura fuerza de voluntad las dos últimas semanas, pero eso no era nada insólito. Y esta noche no quería tratar con la sed de sangre.

Vamos, vamos… concéntrate, gilipollas.

Se obligó a continuar, acechando por los callejones del centro, serpenteando el peligroso laberinto urbano de Caldwell, los clubs de New York y los escenarios de drogas.

A las tres A.M., estaba tan hambriento de sangre que se sentía como una piedra y fue la única razón por la cual se presentó. No podía aguantar más la disociación, el entumecimiento en su cuerpo. Le recordaba demasiado el letargo del opio al que le habían obligado cuando era un esclavo de sangre.

Caminando tan rápidamente como podía, se dirigió al ZeroSum, la guarida actual de la Hermandad en el centro de la ciudad. Los gorilas le permitieron evitar la cola de espera, el acceso fácil era uno de los beneficios de la gente que dejaba caer dinero en efectivo, como hacían los hermanos. Infiernos, el hábito del humo rojo de Phury valía solo un par de grandes al mes y a V y a Butch solo les gustaba la llamada que les llegaba desde el anaquel superior de las bebidas. Además estaban las regulares compras de Z.

El club estaba caluroso y oscuro por dentro, una especie de húmeda cueva tropical con música tecno en el aire. La gente atestaba la pista de baile, chupando piruletas, tragando agua, sudando mientras se movían con los lásers de color pastel rítmicamente.

Todo alrededor, cuerpos contra las paredes, emparejados o por triplicado, retorciéndose, tocándose.

Z se dirigió al salón Vip y la multitud cedía a su paso ante él, separándose como un paño de terciopelo rasgado. A pesar del alto consumo de X y coca, los sobrecalentados cuerpos todavía tenían suficiente instinto de supervivencia al ver su apariencia mortal que esperaba a pasar.