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Bella levantó el borde del jersey y se miró el estómago. La piel allí no tenía defectos, ya no llevaba el nombre del lesser. Ella posó la mano por donde habían estado las letras.

– ¿Estás lista? -preguntó Zsadist.

Ella miró hacia arriba en el espejo. Él apareció detrás de ella, vestido de negro, con armas que colgaban de su cuerpo. Sus ojos como el carbón estaban clavados en la piel que Bella había expuesto.

– las cicatrices han curado -dijo ella-. En sólo cuarenta y ocho horas.

– Sí. Y me alegro.

– Tengo miedo de ir a mi casa.

– Phury y Butch vienen con nosotros. Tienes un montón de protección.

– Lo sé… -Ella bajó el jersey-. Es sólo… ¿y si no soy capaz de entrar?

– Entonces lo volvemos a intentar otra noche. Todo el tiempo que haga falta. -Él le acercó la parka.

Metiéndose en la prenda, ella dijo:

– Tienes mejores cosas que hacer que cuidar de mí.

– no, ahora no. Dame tu mano.

A Bella le temblaron los dedos al extenderlos. Tuvo el vago pensamiento de que era la primera vez que él le pedía que lo tocase, y esperaba que el contacto llevase a un abrazo.

Pero él no estaba interesado en abrazar. Puso una pistola pequeña en su mano sin ni siquiera rozar su piel.

Ella retrocedió deprisa.

– no, Yo…

– Agárrala de esta…

– espera un minuto, no…

– … manera. -Él colocó la pequeña culata contra su palma-. Aquí está el seguro. Puesto. Sacado. ¿Lo tienes? Puesto… sacado. Tienes que estar cerca para matar con esto, pero está cargada con dos balas que retrasarán lo suficiente a un lesser para que puedas escapar. Simplemente apunta y aprieta el gatillo dos veces. No necesitas amartillarla ni nada de eso. Y apunta al torso, será un blanco más grande.

– no quiero esto.

– Y yo no quiero que lo tengas. Pero es mejor que enviarte sin nada.

Ella sacudió la cabeza y cerró los ojos. A veces este negocio de la vida era tan feo.

– ¿Bella? Bella, mírame. -Cuando lo hizo, él dijo-, mantenla en el bolsillo exterior de tu abrigo, en el lado derecho. La querrás en tu mano buena si tienes que utilizarla. -Ella abrió la boca y él habló justo por encima-. Vas a permanecer con Butch y Phury. Y mientras estés con ellos, es extremadamente difícil que necesites utilizar eso.

– ¿Dónde estarás tú?

– Alrededor. -Al girarse Zsadist, notó que tenía un cuchillo en la parte baja de la espalda… añadiéndose a las dos dagas en el pecho, y el par de pistolas en las caderas. Se preguntó cuántas otras armas tendría que ella no pudiese ver.

Él se detuvo en el umbral, con la cabeza inclinada.

– Voy a asegurarme de que no tengas que sacar esa arma, Bella. Te lo prometo. Pero no puedo tenerte desarmada.

Ella respiró profundamente. Y deslizó el pequeño pedazo de metal en el bolsillo de la capa.

Fuera en el pasillo Phury estaba esperando, apoyado contra el balcón. También estaba vestido para luchar, con pistolas y todas esas dagas sobre él, una calma mortal irradiando de su cuerpo. Cuando ella le sonrió, él asintió y se puso su abrigo negro de cuero.

El teléfono móvil de Zsadist sonó y él lo abrió.

– ¿Estás allí, poli? ¿Cómo va? -Cuando colgó, asintió-. Todo bien para ir.

Los tres se dirigieron al vestíbulo y después salieron al patio. En el aire frío ambos machos se tocaron las pistolas, y entonces todos se desmaterializaron.

Bella tomó forma en el porche de entrada, de cara a la reluciente puerta roja con su pomo de latón. Podía sentir a Zsadist y Phury detrás de ella, dos enormes cuerpos masculinos llenos de tensión. Sonaron pasos y ella miró sobre su hombro. Butch estaba avanzando hacia el porche. Su arma también estaba fuera.

A Bella la idea de tomarse su tiempo y entrar tranquila en la casa le pareció peligrosa y egoísta. Abrió la puerta con su mente y se adentró.

El lugar todavía olía igual… una combinación de la cera de limón del piso que había utilizado en los anchos tableros de pino y las velas de romero que le gustaba quemar.

Cuando oyó que la puerta se cerraba y la alarma de seguridad se apagaba, miró hacia atrás. Butch y Phury estaban pegados a sus talones, pero a Zsadist no se le veía por ninguna parte.

Bella sabía que él no los había dejado. Pero deseaba que estuviese dentro con ella.

Respiró fuerte y miró alrededor de su cuarto de estar. Sin ninguna luz encendida, solamente pudo ver sombras y formas familiares, más bien el patrón de los muebles y las paredes que otra cosa.

– Todo parece… Dios, exactamente igual.

Aunque había una mancha blanca sobre su escritorio. Faltaba un espejo, uno que ella y su madre habían seleccionado en Manhattan hacía más o menos una década. A Rehvenge siempre le había gustado. ¿Se lo había llevado? No estaba segura si sentirse conmovida u ofendida.

Cuando se movió para encender una lámpara, Butch la detuvo.

– Ninguna luz. Lo siento.

Ella asintió. Al avanzar más profundamente en la granja y ver más cosas suyas, ella se sintió como si estuviese entre viejos amigos a los que no había visto en años. Era encantador y triste. Aunque sobre todo un alivio. Había estado tan segura de que se disgustaría.

Se paró al llegar al comedor. Más allá del amplio arco, en el fondo, estaba la cocina. El terror se le enroscó en la tripa.

Armándose de valor, caminó en el otro espacio y paró. Al ver todo tan arreglado e intacto, recordó la violencia que había tenido lugar.

– Alguien limpió todo esto -susurró.

– Zsadist. -Butch la sobrepasó, con el arma a nivel del pecho y los ojos explorando alrededor.

– Él… ¿hizo él todo esto? -Ella hizo un gesto con la mano.

– La noche después de que te llevasen. Pasó horas aquí. La planta de abajo también está como un pincel.

Ella intentó imaginar Zsadist con una mopa y un cubo, limpiando las manchas de sangre y los trozos de cristal.

¿Por qué? se preguntó.

Butch se encogió de hombros.

– Dijo que era personal.

¿Había hablado en voz alta?

– Él explicó… ¿por qué era así?

Mientras el humano sacudía la cabeza, Bella se dio cuenta del interés que le prestaba Phury a la parte exterior de la casa.

– ¿Quieres ir a tu dormitorio? -preguntó Butch.

Cuando ella asintió, Phury dijo:

– Yo me quedo aquí arriba.

Abajo en el sótano Bella encontró todo en orden, colocado… limpio. Abrió el armario, pasó por los cajones del aparador, vagó por el cuarto de baño. Los pequeños objetos la cautivaban. Una botella de perfume. Una revista con fecha de antes del secuestro. Una vela que recordaba haber encendido al lado de la bañera con patas de garra.

Pararse, tocar, volver gradualmente a su sitio de una cierta manera profunda, quería pasar horas… días. Pero podía sentir como aumentaba la tensión en Butch.

– Creo que he visto suficiente por esta noche -dijo ella, deseando poder quedarse más tiempo.

Al dirigirse de nuevo a la primera planta, Butch fue delante. Cuando entró en la cocina, miró a Phury.

– Bella está lista para marcharse.

Phury abrió su teléfono. Hubo una pausa.

– Z, hora de irse. Enciende el coche para el poli.

Cuando Butch cerró la puerta del sótano, Bella se acercó a su acuario y miró con fijeza dentro. Se preguntó si alguna vez volvería a vivir en la granja. Tenía la sensación de que no.

– ¿Quieres llevarte algo? -preguntó Butch.

– No, creo…

Sonó un tiro afuera, el ruido hueco al estallar sonó amortiguado.

Butch la agarró y apretó contra su cuerpo.

– Quédate quieta -le dijo al oído.

– Fuera y de frente -siseó Phury al agacharse. Apuntó su arma más allá del pasillo, a la puerta por la que habían entrado.

Otro tiro. Y otro. Acercándose. Viniendo alrededor de la casa.

– Saldremos por el túnel -susurró Butch mientras la movía y empujaba hacia la puerta del sótano.