John miró a Tohr. Después a Wellsie. Jesús… ¿Y si era enteramente humano? ¿Qué le harían? ¿Tendría que marcharse…?
– John, eres por completo un guerrero. Sólo tienes un rastro muy pequeño de sangre de fuera de nuestra especie.
Tohr rió en una explosión ruidosa y juntó las manos.
– ¡Joder! ¡Eso es genial!
John empezó a sonreír y continuó hasta que sus labios se estiraron en una gran sonrisa.
– pero hay algo más. -Havers empujó las gafas más arriba por su nariz-. Eres de la línea de Darius de Marklon. Tan cerca que podrías ser su hijo. Tan cerca… que debes ser su hijo.
Un silencio sepulcral invadió el cuarto.
John miró hacia adelante y atrás entre Tohr y Wellsie. Los dos estaban totalmente congelados. ¿Eran estas buenas noticias? ¿Malas noticias? ¿Quién era Darius?, Guiándose por sus expresiones, el individuo quizá era un criminal o algo…
Tohr saltó del sofá y tomó a John en sus brazos, estrechándolo tan fuerte que los dos se convirtieron en uno. Jadeando para coger aire, con los pies colgando, John miró a Wellsie. Ella tenía ambas manos sobre la boca, y por su cara rodaban lágrimas.
Abruptamente Tohr lo soltó y retrocedió. Tosió un poco, con los ojos brillantes.
– Bueno… lo que se descubre.
El hombre despejó la garganta varias veces. Frotó su cara. Parecía un poco aturdido.
– ¿Quién es Darius? -señaló John cuando se volvió a sentar.
Tohr sonrió lentamente.
– Era mi mejor amigo, mi hermano en la lucha, mi… No puedo esperar para contarte todo sobre él. Y esto significa que tienes una hermana.
– ¿Quién?
– Beth, nuestra reina. La shellan de Warth…
– Sí, sobre ella -dijo Havers, mirando a John-. No entiendo la reacción que tuviste a ella. La tomografía computarizada axial está muy bien, al igual que el electrocardiograma, y el análisis completo de sangre. Te creo cuando dices que ella fue la que causó los ataques, aunque no tengo idea de porqué. Me gustaría que permanecieras un tiempo lejos de ella para ver si eso sucede en otro ambiente, ¿vale?
John asintió, aunque quería volver a ver a la mujer, especialmente si estaba emparentado con ella. Una hermana. Qué genial…
– Ahora, sobre el otro tema -dijo Havers intencionadamente.
Wellsie se inclinó hacia delante y puso su mano en la rodilla de John.
– Havers tiene algo sobre lo que quiere hablarte.
John frunció el ceño.
– ¿Qué? -señaló lentamente.
El doctor sonrió, intentando ser tranquilizador.
– Me gustaría que vieses a ese terapeuta.
John se quedó frío. En pánico, buscó la cara de Wellsie, después a Tohr, preguntándose cuánto les habría dicho el doctor sobre lo que le había sucedido hacía un año.
– ¿Por qué tendría que ir? -señaló-. Estoy bien.
La contestación de Wellsie fue franca.
– Es sólo para ayudarte a hacer la transición a tu nuevo mundo.
– Y tu primera cita es mañana por la tarde -dijo Havers, inclinando su cabeza. Miró fijamente la cara de John sobre el borde de sus gafas, y el mensaje en sus ojos era: O vas o les digo la verdadera razón por la que tienes que ir.
John se vio superado, y eso lo cabreó. Pero supuso que era mejor someterse a chantaje compasivo a que Tohr y Wellsie supiesen algo de lo que le habían hecho.
– Muy bien. Lo haré.
– Te llevo yo -dijo Tohr rápidamente. Entonces frunció el ceño-. Digo… podemos encontrar a alguien para que te lleve… Butch lo hará.
La cara de John quemaba. Sí, no quería a Tohr cerca del rollo del terapeuta. De ninguna manera.
El timbre delantero sonó.
Wellsie sonrió.
– Oh, bien. Esa es Sarelle. Ha venido para trabajar en el festival del solsticio. John, ¿quizá te gustaría ayudarnos?
¿Sarelle estaba aquí otra vez? No le había mencionado eso cuando se habían mandado emails ayer por la noche.
– ¿John? ¿Quieres trabajar con Sarelle?
Él asintió e intentó mantenerse frío, aunque su cuerpo se había encendido como un anuncio de neón. Sentía hormigueos por todo el cuerpo. Sí. Puedo hacer eso.
Puso las manos en su regazo y bajó la vista hacia ellas, intentando guardarse su sonrisa.
CAPÍTULO 23
Definitivamente Bella volvería a casa. Esta misma noche.
En circunstancias óptimas Rehvenge no era el tipo de macho que sobrellevara bien la frustración. Por lo que su límite de tolerancia ya había sido más que sobrepasado en espera de que su hermana volviera al lugar al que pertenecía. ¡Maldita fuera!, él era más que su hermano, era su Guardián, y eso le daba derechos.
Mientras se arrancaba de un tirón su largo abrigo de marta cibelina, la piel se arremolinó alrededor de su gran cuerpo, cayendo sobre sus tobillos. Usaba un traje negro de Hermenegildo Zegna. Los revólveres gemelos de nueve milímetros que llevaba bajo los brazos eran Heckler amp; Koch.
– Rehvenge, por favor no hagas esto.
Miró a su madre. Madalina estaba de pie, debajo del candelabro del vestíbulo, era la imagen de la aristocracia, con su porte real, sus diamantes y su vestido de raso. La única cosa fuera de lugar era la preocupación en su rostro, y ésta no era a causa de la tensión de desentonar con su Harry Winston y la Alta Costura. Ella nunca se disgustaba. Jamás.
Respiró profundo. Era más probable que lograra calmarla si su infame temperamento no asomaba, pero, más bien en su actual estado mental, era propenso a destrozarla allí mismo, y no sería justo.
– Ella volverá a casa de esta forma -le dijo.
La graciosa mano de su madre se alzó hasta la garganta, un signo seguro de que estaba atrapada entre lo que quería y lo que pensaba que era correcto.
– Pero es tan extremo.
– ¿La quieres durmiendo en su propia cama? ¿La quieres en el lugar en el que debería estar? -La voz empezó a perforar el aire-. ¿O quieres que se quede con la Hermandad? Esos son guerreros, Mahmen. Sedientos de sangre, guerreros hambrientos de sangre. ¿Piensas que dudarían en tomar a una mujer? Y sabes perfectamente bien que por ley el Rey Ciego puede acostarse con cualquier mujer que escoja. ¿La quieres en esa clase de ambiente? Yo no.
Cuando su Mahmen dio un paso atrás, se dio cuenta de que le estaba gritando. Aspiró hondo nuevamente.
– Pero Rehvenge, hablé con ella. No quiere volver a casa aún. Y ellos son hombres de honor. En el Antiguo País…
– Ya ni siquiera sabemos quien forma parte de la Hermandad.
– Ellos la salvaron.
– Entonces pueden devolverla a su familia. ¡Por el amor de Dios!, es una mujer de la aristocracia. ¿Piensas que la Glymera la aceptará después de esto? Ya tuvo una aventura.
Y que enredo había resultado de eso. El macho había sido totalmente indigno de ella, un completo idiota, y aun así el bastardo se las había arreglado para salir del aprieto sin que mediara palabra. Por otro lado, habían cuchicheado acerca de Bella por meses, y aunque ella pretendía que no le preocupaba, Rehv sabía que si le había molestado.
Odiaba a la aristocracia en la que se hallaban atrapados, realmente la odiaba.
Sacudió, enojado consigo mismo, la cabeza.
– Nunca debió haberse mudado de esta casa. Nunca debí habérselo permitido.
Y ni bien la tuviera de vuelta, nunca se le permitiría salir otra vez sin su consentimiento. Iba a hacer que la consagraran como una mujer Sehcluded. Su sangre era lo suficientemente pura como para justificarlo, y francamente ya debería ser una. Una vez que estuviera hecho, la Hermandad estaba obligada legalmente a entregarla al cuidado de Rehvenge, y en consecuencia, no podría dejar la casa sin su permiso. Y aún había más. Cualquier macho que quisiera verla tendría que hablar con él como jefe de familia, e iba a negarse a todos y cada uno de esos hijos de puta. Había fallado en proteger a su hermana una vez. No permitiría que eso sucediera nuevamente.