En la parte trasera, un gorila con un interfono le permitió entrar en la mejor zona del club. Aquí, en la relativa tranquilidad, veinte mesas con asientos de taburete estaban espaciadas, con solo el mármol negro iluminado desde el techo. El lugar de la Hermanad estaba cerca de la salida de incendios y no se sorprendió de ver a Vishous y a Butch allí con vasos cortos enfrente de ellos. El vaso de Martini de Phury estaba totalmente solo.
Los dos camaradas no parecieron alegrarse de verlo. No… parecían resignados por su llegada, como si hubieran esperado quitarse una carga y él acabara de lanzarles a ambos un motor en bloque.
– ¿Dónde está él? -preguntó Z, cabeceando hacia el martini de su gemelo.
– Haciendo humo rojo en la parte de atrás -dijo Butch -. Se quedó sin O-Z´s [3].
Z se sentó a la izquierda y se echó hacia atrás, retirándose de la brillante luz que caía sobre la mesa. Cuando echó un vistazo a su alrededor, reconoció los rostros insignificantes de los desconocidos. La sección Vip tenía unos duros clientes habituales, pero ninguno de los grandes derrochadores interactuaba mucho más allá del cerrado grupo. De hecho, el club entero estaba impregnado por sensaciones de “no me preguntes, no me hables”, lo cual era un de los motivos por el que los Hermanos iban allí. Incluso aunque el ZeroSum era propiedad de un vampiro, tenían que procurar pasar desapercibidos por lo que eran.
A lo largo del siglo, la Hermandad de la Daga Negra se había vuelto reservada sobre sus identidades dentro de la raza. Había rumores, desde luego, y los civiles sabían algunos de sus nombres, pero todo era guardado en QT [4]. Todo había comenzado cuando la raza se había fragmentado trágicamente hacía un siglo aproximadamente, la confianza se había convertido en un asunto dentro de la especie. Pero ahora, también, había otra razón. Los lessers torturaban a los civiles buscando información sobre la Hermanad, por lo que era imperativo continuar escondidos.
Como resultado, los pocos vampiros que trabajaban en el club no estaban seguros de que los grandes hombres de cuero que tomaban bebidas y dejaban caer billetes fuesen miembros de la Daga Negra. Y afortunadamente, si no fuera así la clientela social, la forma de mirar de los Hermanos evitaba preguntas.
Zsadist se movió en su lugar, impaciente. Odiaba el club; realmente lo hacía. Odiaba tantos cuerpos tan cerca de él. Odiaba el ruido. Los olores.
En parlanchín grupo, tres mujeres humanas se acercaron a la mesa de los Hermanos. Las tres trabajaban esa noche, sin embargo lo que servían no cabía en un vaso. Eran las putas típicas de clase alta: extensiones en el pelo, pechos falsos, rostros moldeados por cirujanos estéticos, ropa cara. Había unas cuantas desplazándose de jolgorio por el club, particularmente en la sección Vip. El Reverendo, quien poseía y controlaba el ZeroSum, creía en la diversificación del producto como una estrategia de negocio, ofreciendo sus cuerpos así como el alcohol y las drogas. El vampiro también prestaba dinero y tenía un equipo de corredores de apuestas y Dios sabía qué más servicios daba en su oficina de atrás sobre todo de su clientela humana.
Mientras las tres prostitutas reían y hablaban, se ofrecieron para negociar. Pero ninguna de ellas era lo que Z buscaba, y V y Butch no las escogerían tampoco. Dos minutos más tarde, las mujeres se aproximaron a la siguiente mesa.
Z estaba malditamente hambriento, pero era innegociable cuando se trataba de la alimentación.
– Hey, papis -dijo otra mujer- ¿Alguno busca algo de compañía?
Él la miró. Esta mujer humana tenía un rostro duro que hacía juego con su duro cuerpo. La ropa de cuero negro. Los ojos vidriosos. El pelo corto.
Joder perfecto.
Z puso su mano en el fondo de luz sobre la mesa, levantó dos dedos, luego golpeó con los nudillos dos veces sobre el mármol. Cuando Butch y V comenzaron a removerse en el asiento, su tensión lo molestó.
La mujer rió.
– Bien, bien.
Zsadist se echó hacia delante y se elevó en toda su estatura, su cara quedó iluminada por el proyector. La expresión de la puta se quedó sólidamente congelada cuando dio un paso hacia atrás.
En ese momento Phury salió de la puerta de la izquierda, su espectacular melena reflejaba las luces cambiantes. Directamente detrás de él había un vampiro macho de culo duro con un mohawk: el Reverendo.
Cuando los dos pasaron junto a la mesa, el dueño del club se rió fuerte. Sus ojos del color de las amatistas no omitieron la vacilación de la prostituta.
– Buenas noches, caballeros. ¿Vas a algún sitio, Lisa?
El alarde de Lisa regresó con venganza.
– A cualquier parte dónde él quiera, jefe.
– Respuesta correcta.
Suficiente con el yakkies [5], pensó Z.
– Afuera. Ahora.
Empujó la puerta contra incendios y la siguió al callejón posterior al club. El viento de diciembre soplaba por la chaqueta amplia que se había puesto para cubrirse los brazos, pero no se preocupaba por el frío y menos por Lisa. Incluso aunque las ráfagas heladas jugaban con su pelo y ella estaba casi desnuda, lo afrontó sin temblar, levantando la barbilla.
Ahora que se había comprometido, estaba lista para él. Una verdadera profesional.
– Lo hacemos aquí-dijo él, dando un paso hacia las sombras. Tomó dos billetes de cien dólares de su bolsillo y se los dio. Sus dedos los doblaron antes de que el dinero en efectivo desapareciera en su falda de cuero.
– ¿Cómo lo quieres? -preguntó, acercándose furtivamente a él, tratando de llegar a sus hombros.
La hizo girar y la colocó con la cara contra la pared de ladrillo.
– Yo toco. Tú no.
Su cuerpo se tensó y el miedo causo picazón en su nariz, sulfuroso. Pero su voz fue dura.
– Mira, gilipollas. Vuelvo con contusiones y él te perseguirá como un animal.
– No te preocupes. Vas a salir de esto perfectamente bien.
Pero todavía la asustaba. Y él estaba dichosamente entumecido por la emoción.
Por lo general el miedo de la mujer era la única cosa que lo podía animar, la única manera en que se ponía duro lo que tenía dentro de sus pantalones. Últimamente, sin embargo el gatillo no funcionaba, lo cual le iba bien. Aborrecía la respuesta de aquella cosa detrás de su cremallera y puesto que la mayoría de las mujeres se acojonaban por él, eso conseguía excitarlo muchísimo más de lo que quería. Nada habría sido mejor. Mierda, era probablemente el único hombre sobre el planeta que quería ser impotente.
– Inclina la cabeza hacia un lado -dijo él-. La oreja contra tu hombro.
Despacio ella obedeció, exponiendo el cuello. Esto era por lo que la había escogido. El pelo corto significaba que no tendría que tocar nada para despejar el camino. Odiaba tener la necesidad de poner sus manos sobre ellas en todas partes.
Cuando miró fijamente su garganta, su sed aumentó y sus colmillos se alargaron. Dios, estaba tan seco como para agotarla.
– ¿Qué vas a hacer? -interrumpió ella-. ¿Morderme?
– Sí.
La mordió rápidamente y la sostuvo mientras ella lo golpeaba. Para hacerlo más fácil, l la calmó mentalmente, relajándola, dándole algo que sin duda le era muy familiar. Mientras ella se tranquilizaba, él tragó tanto como pudo sin atragantarse, probando la coca y el alcohol en su sangre así como los antibióticos que tomaba.
Cuando terminó, lamió las señales del pinchazo para iniciar el proceso de curación y para que no se desangrara. Entonces le colocó rápidamente el collar para ocultar el mordisco, limpió sus recuerdos y la envió de vuelta al club.
A solas, de nuevo, se apoyó contra los ladrillos. La sangre humana era tan débil, apenas conseguía lo que necesitaba, pero no podía hacerlo con las mujeres de su propia especie. No otra vez. Nunca.