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– ¿Piensas que voy a ir a algún sitio cerca de ti ahora?

– Es mejor que la alternativa -dijo desagradablemente.

– ¿Y qué es?

– Los Hermanos te traerán a mí a la fuerza.

– ¿Por qué estás haciendo…

– ¿Por qué estoy haciendo esto? -con su voz profundamente grave, exigentemente grave, a la que ella estaba acostumbrada-. ¿Tienes alguna idea de lo que han sido estas últimas seis semanas para mí? ¿Sabiendo que estabas en manos de esas malditas cosas? ¿Sabiendo que puse a mí hermana… a la hija de mi madre… en esa situación?

– No fue tu culpa…

– ¡Deberías haber estado en casa!

Como siempre, el chorro de furia de Rehv la estremeció, y recordó que en un nivel básico su hermano siempre la había asustado un poco.

Pero entonces lo oyó aspirar profundamente. Y otra vez. Entonces una extraña desesperación se arrastró en sus palabras.

– Jesús, Bella… sólo vuelve a casa, Mahmen y yo, te necesitamos aquí. Te añoramos. Nosotros… yo necesito verte para creer que estás realmente bien.

Ah, sí… Ahora su otro lado, el que realmente amaba. El protector. El proveedor. El brusco y compasivo macho que siempre le había dado lo que había necesitado.

La tentación de someterse fue fuerte. Pero entonces se imaginó a si misma sin permiso para salir de la casa otra vez. Lo cual era algo malditamente capaz de hacerle.

– ¿Rescindirás la orden de aislamiento?

– Podemos hablar de eso cuando duermas otra vez en tu cama.

Bella agarró el teléfono.

– Eso significa no, ¿verdad? -Hubo una pausa-. ¿Hola? ¿Rehvenge?

– Sólo te quiero en casa.

– Sí o no, Rehv. Dímelo ahora.

– Nuestra madre no sobrevivirá a algo así otra vez.

– ¿Y tu crees que yo sí? -le replicó bruscamente-. ¡Perdóname, pero mahmen no fue la que acabó con el nombre del lesser tatuado en su estómago!

En el momento en que las palabras salieron de su boca, se maldijo. Bien, esa clase de oportunos detallitos iban seguramente a llevarlo allí. Qué manera de negociar.

– Rehvenge…

Su voz estaba completamente helada.

– Te quiero en casa.

– Acabo de estar en cautividad, no voy a enjaularme voluntariamente.

– ¿Y que vas hacer al respecto?

– Presióname un poco más y te enterarás.

Terminó la llamada y golpeó el inalámbrico con la mesa.

– ¡Maldito!

En un alocado impulso, agarró el receptor y lo hizo girar, preparada para arrojarlo a través del cuarto.

– ¡Zsadist! -agarró como pudo el teléfono, atrapándolo, sujetándolo contra el pecho.

De pié silenciosamente al lado de la puerta, Zsadist llevaba unos pantalones cortos para correr e iba sin camiseta… y por alguna absurda razón también se dio cuenta de que no llevaba zapatos.

– Tíralo si quieres.

– No. Yo… ah… no. -Se dio la vuelta y lo colocó en el pequeño soporte, llevándole dos intentos el conseguirlo.

Antes de volverse hacia Zsadist otra vez, pensó en él, agachado sobre ese lesser, golpeándole hasta la muerte… Pero entonces recordó que le había traído sus cosas de casa… llevándola allí… y le había dejado tener su vena aunque se volvió loco por la invasión. Mientras se movía a su alrededor, fue enredándose en su red, atrapada entre la bondad y la crueldad.

Él rompió el silencio.

– No quiero que te escapes en medio de la noche a causa de lo que tu hermano haya decidido. Y no me digas que no era eso en lo que estabas pensando

Maldito, era listo.

– Pero tú sabes lo que quiere hacerme.

– Sip.

– Y por ley la Hermandad tendrá que entregarme, así que no puedo quedarme aquí. ¿Piensas que me gusta la única opción que tengo?

¿Excepto que a dónde iría?

– ¿Qué hay de malo en ir a casa?

Lo miró enfurecida.

– Vale, en realidad quiero que me traten como a una inútil, como a una niña, como… un objeto que mi hermano posee. Eso me va. Completamente.

Zsadist se pasó la mano sobre el cráneo. El movimiento flexionó los bíceps que se abultaron.

– Es sensato el tener a las familias bajo el mismo techo. Son tiempos peligrosos para los civiles.

Oh, Amigos… La última cosa que necesitaba ahora era que él estuviera de acuerdo con su hermano.

– También es un tiempo peligroso para los lessers -masculló-. Guiándome por lo que les hiciste esta noche.

Zsadist entrecerró los ojos.

– Si quieres que me disculpe por eso, no lo haré.

– Desde luego que no -replicó-. Tú no te disculpas por nada.

Negó lentamente con la cabeza.

– Estás buscando pelea, y estás hablando con el varón equivocado, Bella. No te seguiré la corriente.

– ¿Por qué no? Tú eres único cabreándote.

El silenció que siguió le hizo desear gritarle. Quería enfurecerle, algo que daba libremente a todo el mundo, y ella no podía creer por qué infiernos estaba aparentando autocontrol cuando fue a ella.

Levantó una ceja, como si supiera lo que estaba pensando.

– Ah, ¡Demonios! -respiró-. Te estoy pinchando, ¿verdad? Lo siento.

Se encogió de hombros.

– Escoger entre el fuego y las brasas vuelve loco a cualquiera. No te preocupes.

Se sentó en la cama. La idea de escaparse sola era absurda, pero se negaba a vivir bajo el control de Rehvenge.

– ¿Tienes alguna sugerencia? -preguntó en voz baja. Mientras alzaba la vista, Zsadist estaba mirando al suelo.

Estaba tan autocontenido apoyado contra la pared. Con su largo y enjuto cuerpo, parecía una grieta de color carne en el yeso, una fisura que se había abierto en la mismísima estructura de la habitación.

– Dame cinco minutos -contestó. Se fue andando, sin camisa.

Bella se dejó caer hacia atrás en el colchón, pensando que cinco minutos no iban a resolver la situación. Lo que ella necesitaba era un hermano distinto esperándola en casa.

Querida y dulce Virgen Escriba… Aparte de los lessers debería haber hecho mejor las cosas. En lugar de eso, su vida estaba totalmente fuera de su control.

Concedido, ella podría ahora escoger el champú.

Levantó la cabeza. A través de la puerta del baño vio la ducha y se imaginó bajo el chorro de agua caliente. Eso sería bueno. Relajante. Refrescante. Es más podría chillar su frustración sin vergüenza.

Se levantó y fue hacia el baño, abriendo el grifo. El sonido del chorro golpeando el mármol era calmante, y así como lo fue el cálido chorro cuando estuvo debajo. No chilló. Sólo colgó la cabeza y dejó caer el agua por su cuerpo.

Cuando finalmente salió, se dio cuenta que la puerta de la habitación estaba cerrada.

Probablemente Zsadist había vuelto.

Envolviéndose en una toalla, no tuvo la esperanza en absoluto que hubiera encontrado una solución.

CAPÍTULO 26

Cuando se abrió la puerta del baño, Z la examinó guardando una maldición para sí mismo. Bella estaba rosada de pies a cabeza, el pelo anudado en lo alto de la cabeza. Olía como ese selecto jabón francés que Fritz insistía en comprar. Y esa toalla envuelta en su cuerpo sólo le hacía pensar en qué fácil sería tenerla totalmente desnuda.

Un tirón. Eso era todo lo que necesitaba.

– Wrath está de acuerdo en estar ilocalizable temporalmente -dijo-. Pero sólo es una demora de cuarenta y ocho horas más o menos. Habla con tu hermano. Mira si lo puedes traer aquí. De otra manera Wrath tendrá que responder y realmente no podrá negarse dado tu linaje.