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Hubo un largo silenció, y ella pasó el tiempo midiendo la pena, el anhelo y miedo en los ojos de él. Un golpe de frío la atravesó. No podía creer el salto lógico que estaba tomando su mente, pero ella tenía realmente la vívida impresión de que él nunca se había permitido tener un orgasmo antes. ¿O estaba precipitándose al obtener conclusiones?

Quizás. No era como si fuera a preguntárselo. Él vacilaba al borde de salir corriendo, y si ella decía o hacía algo incorrecto, él iba a largarse de la habitación.

– Zsadist, no quiero hacerte daño. Y tú puedes llevar el control. Nos detendremos si no te sientes bien. Puedes confiar en mí.

Pasó mucho tiempo antes de que aflojara su presa sobre las muñecas. Y entonces finalmente él la soltó y la acercó a su cuerpo. Titubeando, él se bajó los calzones.

Aquella excitación saltó al espacio entre ellos.

– Sólo sujétalo -dijo él con la voz rota.

– A ti. Te sostendré a ti.

Cuando ella lo envolvió en sus manos, él dejó escapar un gemido, y su cabeza retrocedió. Dios, él estaba duro. Duro como el hierro, sin embargo rodeado de piel suave como la de sus labios.

– Eres…

– Shh -la cortó-. Sin… hablar. No puedo… Sin hablar.

Él comenzó a moverse dentro de su puño. Lentamente al principio, y después con creciente urgencia. Le tomó la cara entre las manos y la besó, y entonces su cuerpo tomó el mando completamente con un bombeo salvaje. Él estaba enloqueciendo, disparándose más y más alto, su pecho y sus caderas eran tan hermosos mientras se movía con aquel antiguo y encrespado movimiento masculino. Más rápido… más rápido… tirando hacia adelante y hacia atrás…

Salvo que entonces alcanzó alguna clase de meseta. El se esforzaba, las cuerdas del cuello casi abriéndose camino por la piel, su cuerpo cubierto de sudor. Pero parecía que no podía dejarse ir.

Él se detuvo, jadeando.

– Esto no va a funcionar.

– Simplemente relájate. Relájate y deja que ocurra…

– No. Necesito… -Le tomó una de las manos y la colocó sobre la bolsa bajo su erección-. Aprieta. Aprieta fuerte.

Los ojos de Bella se alzaron hacia su cara.

– ¿Qué? No quiero hacerte daño…

Él le envolvió la mano con la suya como un tornillo y retorció sus puños hasta que gritó. Entonces él le sostuvo la otra muñeca, manteniendo la palma de la mano de ella contra su erección.

Ella luchó contra él, peleando para parar el dolor que él se infligía a sí mismo, pero él estaba bombeando de nuevo. Y cuanto más duramente quería ella apartarse, más apretaba él su mano en la más tierna parte de un hombre. Sus ojos se ensancharon sin parpadear ante el acto, la agonía que él debía…

Zsadist gritó, su ruidosa exclamación rebotó en el mármol hasta que ella estuvo segura que todos en la casa lo habían oído. Entonces ella sintió los poderosos espasmos de su liberación, pulsos calientes humedeciendo sus manos y el frente de la bata.

Él cedió sobre sus hombros, su imponente cuerpo cayendo sobre ella. Respiraba como un tren de carga, los músculos le temblaban, su gran cuerpo se estremecía con réplicas. Cuando él le liberó las manos, ella tuvo que despegar la palma de sus testículos.

Bella estaba helada hasta los huesos mientras soportaba su peso.

Algo feo había brotado entre ellos en este momento, alguna clase de mal sexual que enturbió la distinción entre el placer y el dolor. Y aunque eso la hacía cruel, quiso huir de él. Quiso huir del vergonzoso conocimiento de que ella le había hecho daño porque él la había obligado hacérselo y que había tenido su orgasmo por eso.

Salvo que entonces la respiración de él se cortó en un sollozo. O al menos así lo pareció.

Ella contuvo la respiración, escuchando. El suave sonido volvió, y sintió el temblor de sus hombros.

Oh, mi Dios. Estaba llorando…

Ella lo envolvió con sus brazos, recordándose que él no había pedido ser torturado como lo había sido. Ni se había ofrecido voluntario para los efectos secundarios.

Ella intentó levantarle la cabeza para besarlo, pero él luchó contra ella, acercándola, escondiéndose en su pelo. Ella lo acunó, sosteniéndolo y consolándolo mientras él luchaba por enmascarar el hecho de que estaba llorando. Finalmente él se echó para atrás y se restregó la cara con palmas. Evitó encontrar su mirada mientras se estiraba y ponía en marcha la ducha.

Con un rápido tirón le quitó la bata del cuerpo, la hizo una bola y la tiró a la basura.

– Espera, me gusta esa bata.

– Te compraré una nueva.

La instó a meterse bajo el agua. Cuando ella se resistió la alzó fácilmente y la metió bajo el chorro, y empezó a enjabonarle las manos sin disimular su pánico.

– Zsadist, para. -Se apartó pero él la cogió-. No estoy sucia… Zsadist, para. No necesito ser limpiada porque tú…

Él cerró los ojos.

– Por favor… Tengo que hacerlo. No puedo dejarte toda… cubierta de ésta porquería.

– Zsadist -estalló ella-. Mírame. -Cuando él lo hizo le dijo- Esto no es necesario.

– No se qué más hacer.

– Vuelve a la cama conmigo. -Ella cerró el grifo-. Abrázame. Déjame abrazarte. Es la única cosa que necesitas hacer.

Y francamente, ella también lo necesitaba. Ella estaba estremecida hasta su corazón.

Ella se puso una toalla alrededor y lo empujó hacia el dormitorio. Cuándo estuvieron juntos bajo las mantas, ella se plegó junto a él, pero estaba tan tensa como él. Había pensado que la proximidad podía ayudar. No.

Después de un largo rato su voz le llegó a través de la oscuridad.

– Si hubiera sabido cómo tenía que ser, nunca hubiera permitido que pasara.

Ella giró la cara hacia él.

– ¿Es la primera vez que te corres?

El silencio no fue una sorpresa. Entonces finalmente le contestó.

– Si.

– ¿Nunca te has… dado placer a ti mismo? -susurró, incluso aunque conocía la respuesta. Dios… Lo que debían de haber sido aquellos años como esclavo de sangre. Todos aquellos abusos… Quiso llorar por él pero sabía que le haría sentirse incómodo.

Él exhaló.

– No me gusta tocarlo en absoluto. Francamente, odio el hecho de que haya estado dentro de ti. Me gustaría que estuvieras en una bañera ahora, rodeada de desinfectante.

– He amado estar contigo. Estoy contenta de que hayamos follado. -Sólo tenía dificultades con lo que había venido después-. Pero sobre lo que ocurrió en el cuarto de baño…

– No quiero que seas parte de eso. No te quiero haciéndome eso que hace que yo… me haga todo eso sobre ti.

– Me gustó darte un orgasmo. Es sólo que… me preocupó mucho hacerte daño. Quizás podríamos intentar…

Él se alejó.

– Lo siento… Tengo que… Voy a ver a V. Tengo trabajo que hacer.

Ella lo cogió por los brazos.

– ¿Qué pasa si te digo que yo pienso que eres hermoso?

– Te diría que estás montada en una ola de compasión y eso me cabrearía.

– No te tengo lástima. Desearía que hubieras acabado dentro de mí, y creo que eres magnífico cuando estás excitado. Eres grueso y largo, y yo esta muriéndome por tocarte. Todavía lo estoy. Y quiero tomarte en mi boca. ¿Qué tal con eso?

Él se encogió de hombros para soltarse y se puso de pie. Con rápidos, bruscos movimientos se vistió.

– Si necesitas proyectar una luz diferente sobre éste acto sexual para que puedas tratarlo, está bien. Pero ahora te estás mintiendo a ti misma. En algún momento despertarás al hecho de que todavía eres una hembra de valor. Y entonces vas a lamentar ésta mierda de follar conmigo.

– No lo haré.

– Espéralo.

Él salía por la puerta antes de que ella pudiera encontrar las palabras apropiadas para hacerlo regresar.

Bella se cruzó de brazos y farfulló con frustración. Entonces pateó las mantas. Maldición, qué calor hacía en ésta habitación. O quizás ella estaba demasiado estimulada, estaba oprimida por su química interior.