Y entonces él bajó la cabeza y se aferró a la estimada vida, sintiéndose perdido en la sensación de su apretado y resbaladizo sexo. Su cuerpo la tomó, las cadera moviéndose como pistones, el castigador, demoledor ritmo creándole una poderosa presión en las pelotas y en el bajo vientre.
Oh, Dios… Una liberación estaba llegándole. Como la que tuvo en el cuarto de baño cuando ella lo había sostenido mientras él vomitaba. Sólo que más caliente. Más salvaje. Fuera de control.
– ¡Oh, Jesús! -gritó él.
Sus cuerpos estaban agitándose juntos y él estaba mayormente ciego, sudando sobre ella y la esencia vinculante era un rugido a gritos en su nariz… Y entonces ella dijo su nombre y se aferró a él. Su centro lo agarró con espasmos que lo ordeñaban hasta… Oh, mierda, Dios, no…
Intentó apartarse por reflejo, pero el orgasmo lo alcanzó desde atrás, disparándose por su espina dorsal y clavándosele en la parte de atrás de la cabeza mientras sentía el alivio disparándose de su cuerpo al de ella. Y la maldita cosa no paró. Le llegó en grandes olas, vertiéndose en ella, llenándola. No había nada que pudiera hacer para frenar las erupciones incluso aunque sabía que estaba derramándose en ella.
Cuando terminó el último estremecimiento, levantó la cabeza. Los ojos de Bella estaban cerrados, su respiración era uniforme, los profundos surcos de la cara habían desparecido.
Sus manos le subían por las costillas hacia los hombros y giró la cara hacia su bíceps con un suspiro. La calma en la habitación, en su cuerpo era vibrante. Así como el hecho de que él había eyaculado sólo porque ella le había hecho sentirse… bien.
¿Bien? No, eso no era suficiente. Le había hecho sentirse… vivo. Despierto.
Z le acarició el pelo, esparciendo las oscuras ondas a través de la cremosa almohada. No había habido dolor para él, para su cuerpo. Sólo placer. Un milagro…
Excepto cuando fue consciente de la humedad que había donde estaban unidos.
Las implicaciones de lo que le había hecho le hicieron ponerse nervioso, y no podía luchar contra la compulsión de limpiarla. Salió de ella rápidamente y fue al cuarto de baño donde cogió una toallita. Cuando volvió a la cama, sin embargo, ella había vuelto a ondular de nuevo, la necesidad remontaba. Miró hacia abajo a sí mismo y vio que la cosa que colgaba de su ingle y se alargó y endureció en respuesta.
– Zsadist… -gimió ella-. Esto… vuelve.
Él dejó la toallita y se montó en ella de nuevo, pero antes de introducirse en ella miró sus ojos vidriosos y tuvo un ataque de conciencia. ¿Tan alocado era que estaba ansioso por más cuando las consecuencias eran tan odiosas para ella? Buen Dios, había eyaculado en ella, y la mierda estaba sobre todas sus hermosas partes y la piel lisa de sus muslos y…
– Puedo drogarte -dijo-. Puedo hacer que no sientas dolor y no tendrías que tenerme dentro. Puedo ayudarte sin herirte.
Bajó la mirada hacia ella, esperando su respuesta, capturado entre su biología y su realidad.
CAPÍTULO 31
Butch estaba hecho un completo lío mientras se quitaba el abrigo y se sentaba en la sala de espera del médico.
Lo bueno era que la noche apenas había caído y cualquier cliente vampiro no aparecería aún. Algún tiempo a solas era lo que necesitaba. Al menos hasta que se recompusiera.
La cosa era, que esta feliz y pequeña clínica estaba localizada en el sótano de la mansión de Havers. Lo cual significada que Butch estaba ahora, en éste preciso momento, en la misma casa que la hermana del tipo. Sip… Marissa, el vampiro hembra que él quería más que nada en el planeta, estaba bajo el mismo techo.
Amigo, su obsesión por ella era una pesadilla nueva y diferente. Nunca había tenido el tipo de sudores como los que tenía por ésta mujer antes, y no podía decir que lo recomendara. No más que un dolor en el culo. Y en el pecho.
Atrás en septiembre, cuando vino a verla y ella le cerró sin ni siquiera tener un cara a cara, se juró que no la molestaría de nuevo. Y no lo había hecho. Técnicamente. Esas conducciones que había hecho desde entonces, esas patéticas, afeminadas conducciones en las que el Escalade de alguna forma acababa yendo a su propia casa, aquellas realmente no la habían molestado. Porque ella no lo sabía.
Era tan patético. Pero mientras ella no tuviera idea de lo azotado que estaba, casi podría manejarlo. Por lo cual era por lo que él estaba al límite esta noche. No quería que lo pillaran frecuentando la clínica en caso de que ella pensara que estaba allí por ella. A fin de cuentas, un hombre tenía que tener su orgullo. Por lo menos, de cara al mundo exterior.
Comprobó el reloj. Había pasado la friolera de trece minutos. Se imaginaba que la sesión con el psiquiatra duraría una hora, así que la manilla larga de su Patek Philippe tendría que dar cuarenta y siete vueltas más antes de que pudiera embutir al chico de vuelta en el coche y largarse de allí.
– ¿Quieres un café? -dijo una voz femenina.
Levantó la mirada. Una enfermera vestida con un uniforme blanco estaba frente a él. Parecía muy joven, especialmente mientras jugueteaba con una de las mangas. Ella también parecía desesperada por tener algo que hacer.
– Si, seguro. Un café estaría bien.
Ella sonrió ampliamente, los colmillos brillando.
– ¿Cómo te gusta?
– Negro. Negro estará bien. Gracias.
El susurro de sus zapatos de suela blanda decayó mientras se alejaba por el pasillo.
Butch se desabrochó la chaqueta cruzada y se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas. El traje de Valentino que se había puesto antes de venir era uno de sus favoritos. Así como la corbata de Hermes que llevaba alrededor del cuello. Y los mocasines Gucci en los pies.
Si Marissa lo pillaba, planeó que debía tener mejor aspecto del que tuvo jamás.
– ¿Quieres que te drogue?
Bella se centró en la cara de Zsadist mientras él se inclinaba sobre ella. Sus ojos negros eran meras hendiduras, y él tenía ese hermoso sonrojo de la excitación en los duros pómulos. Era pesado encima de ella, y cuando su necesidad aumentó pensó en él liberándose en su interior. Ella sintió un asombroso, refrescante alivio tan pronto como él empezó a correrse, el primer alivio desde que los síntomas de su necesidad habían empezado hacía un par de horas.
Pero la presión estaba volviendo.
– ¿Quieres que te saque de esto, Bella?
Quizás estuviera mejor si él la drogaba. Iba a ser una larga noche y por lo que tenía entendido, sólo se volvería más duro y más intenso según pasaran las horas. ¿Era realmente justo por su parte pedirle que se quedara?
Algo suave le acarició la mejilla. Su pulgar, deslizándose sobre su piel.
– No voy a dejarte -dijo él-. No importa lo que dure, no importa las veces que sea. Te serviré y te dejaré tomar mi vena hasta que esto termine. No te abandonaré.
Levantando la vista fijamente a su cara, ella supo sin preguntar que sería el único tiempo que pasarían juntos. La resolución estaba en sus ojos. Podía verlo claramente.
Una noche y nada más.
Bruscamente él se apartó y se estiró hacia la mesita de noche. Su tremenda erección destacaba directamente desde las caderas, y justo cuando él volvía con la jeringa ella asió la dura carne.
Él siseó y se inclinó antes de agarrarse bajando una mano al colchón.
– A ti – murmuró ella -. No la droga. Te quiero a ti.
Él dejó caer la aguja al suelo, separándole los muslos con las rodillas. Ella lo guió al interior de su cuerpo y sintió un glorioso ímpetu mientras la llenaba. Con un poderoso oleaje su placer creció y entonces se rompió en dos necesidades separadas, una por su sexo, otra por su sangre. Sus colmillos se alargaron mientras clavaba la mirada en la gruesa vena en el lado de su cuello.