Como si presintiera lo que ella necesitaba, giró su cuerpo de forma que podía seguir dentro de ella y le daba acceso a su garganta.
– Aliméntate -dijo él con voz ronca, moviendo su cuerpo dentro de ella y retrocediendo-. Toma lo que necesites.
Ella lo mordió sin vacilación, perforando por la derecha la banda de esclavo, entrando profundamente en la piel. Cuando su sabor le golpeó en la lengua, oyó un rugido saliendo de él. Y entonces la fuerza y el poder de él la bañaron, atravesándola.
O cayó en silencio sobre su cautivo, inseguro de haber escuchado bien. El vampiro que había capturado en el centro y había llevado a la cabaña estaba atado a la mesa, una mariposa en un soporte clavada.
Había capturado al hombre sólo con planes de quitarse la frustración. Nunca se imaginó que aprendería algo útil.
– ¿Qué fue eso? -O acercó la oreja a la boca del civil.
– Se llama… Bella. La única… la hembra que se tomó… su nombre… Bella.
O se enderezó, una violento, balsámico color rosado fluyó por su piel.
– ¿Sabes si está viva?
– Pensé que estaba muerta. -El civil tosió débilmente-. Se había ido hacía mucho.
– ¿Dónde vive su familia? -Cuando no tuvo respuesta inmediata, O hizo algo para garantizarse que el hombre abriera la boca. Cuando el grito se desvaneció, O dijo- ¿Dónde está su familia?
– No lo se. Yo… no lo se realmente. Su familia… No lo se… No lo se…
Murmullo, murmullo, murmullo. El civil cayó en el estado de interrogatorio de diarrea vocal, volviéndose del todo inútil.
O abofeteó a la cosa en silencio.
– Dirección. Quiero una dirección.
Cuando no hubo respuesta, le proporcionó otro motivo de estímulo. El hombre jadeó bajo el reciente ataque, y después dejó escapar,
– Veintisiete de la Senda de Formann.
El corazón de O comenzó a latir, pero se inclinó sobre el vampiro de forma casual.
– Voy a ir ahí ahora mismo. Si me estás diciendo la verdad te dejaré libre. Si no te mataré lentamente tan pronto como regrese. Ahora, ¿quieres cambiar algo?
Los ojos del civil se abrieron como una flecha. Volvió.
– ¿Hola? -dijo O- ¿Me oyes?
Para apresurar al civil, aplicó presión en una zona sensible. La cosa gruñó como un perro.
– Dímelo -dijo O suavemente-. Y te dejaré ir. Esto parará.
La cara del hombre se comprimió, la boca se alzó y reveló los dientes apretados. Una lágrima serpenteó por su magullada mejilla. Aunque tenía la tentación de añadir otra porción de agonía como incentivo, O decidió no trastocar la batalla entre consciencia y supervivencia.
– Veintisiete Thorne.
– Avenida, ¿verdad?
– Sí.
O quitó la lágrima. Entonces le rebanó la garganta.
– Qué mentiroso eres -le dijo al sangrante vampiro.
O no perdió el tiempo, sólo cogió la chaqueta llena de armas y salió. Estaba malditamente seguro de que las direcciones no eran nada. Ése era el problema con la persuasión. Realmente no podías confiar en la información que obtenías.
Iba a comprobar cualquier cosa en las dos calles, pero estaba claramente dando tumbos.
Perdiendo el jodido tiempo.
CAPÍTULO 32
Butch hizo girar la última gota de café por el fondo de la taza, pensando que la porquería era del color del escocés. Cuando tiró la bazofia ya fría, deseo que fuera un Lagavulin de alta graduación.
Comprobó su reloj. Seis minutos para las siete. Dios, esperaba que la sesión fuera de sólo una hora. Si todo iba como la seda, soltaría a John con Tohr y Wellsie y se podría sentar en el sofá con un vaso de escocés antes de que empezara CSI.
Él dio un respingo. No era de extrañar que Marissa no quisiera verle. Menudo buen partido. Un alto funcionario alcohólico viviendo en un mundo que no era suyo.
Si. Vamos caminando hacia el altar.
Mientras se imaginaba en casa, tuvo un pensamiento pasajero del aviso de V de mantenerse lejos de la finca. El problema era, que estar fuera de la barrera solo en las calles no era un buen plan, no con el humor que tenía. Estaba tan frío como el tiempo.
Unos pocos minutos después, las voces bajaban por el pasillo, y John apareció por la esquina con una mujer más mayor. El pobre chico parecía como si hubiera pasado por un ring. Llevaba el pelo levantado como pinchos, como si se hubiera estado pasando las manos por él, y la mirada fija en el suelo. Llevaba aquel cuaderno agarrado al pecho como si fuera un chaleco antibalas.
– Así que nos veremos en la próxima cita, John -dijo la voz femenina muy suavemente-. Después de que hayas pensado sobre ello.
John no contestó, y Butch olvidó su propia mierda quejica. Cualquier cosa que hubiera pasado en esa oficina todavía estaba ahí, y el chico necesitaba un compañero. Abrazó al chico tentativamente, y cuando John se inclinó hacia él, todos los instintos protectores de Butch se alzaron y gruñeron. No le importaba que aquella terapeuta se pareciera a Mary Poppins; quería gritarle por trastornar a un chico pequeño.
– ¿John? -Dijo ella-. Tendrás que ponerte en contacto conmigo para la próxima.
– Si, te llamaremos -murmuró Butch. UAH-Hugh[11], vale.
– Le dije que no hay prisa. Pero creo que debe volver.
Butch le echó un vistazo a la mujer, claramente molesto… sólo al encontrar sus ojos se espantó toda la mierda de él. Eran tan malditamente serios, tan graves. ¿Qué demonios había ocurrido en esa sesión?
Butch miró a la parte superior de la cabeza de John.
– Vamos, J-man.
John no se movió, así que Butch le dio un pequeño empujón, y lo llevó por el camino de salida de la clínica, con un brazo todavía por encima de los hombros del chico. Cuando llegaron la coche John se subió al asiento, pero no se abrochó el cinturón. Sólo miró fijamente hacia adelante.
Butch cerró la puerta y metió la llave en el contacto del SUV. Entonces se giró y miró a John.
– No te voy a preguntar qué ha pasado. Lo único que necesito saber es dónde quieres ir. Si quieres ir a casa, te llevaré con Tohr y Wellsie. Si quieres relajarte en el Pit conmigo, iremos hacia la finca. Si sólo quieres conducir, te llevaré hasta Canadá y volveremos. Estoy listo para todo, sólo tienes que decir una palabra. Y si no quieres decidirte ahora, daré vueltas por la ciudad hasta que te decidas.
El pequeño pecho de John se expandió y se contrajo. Abrió rápidamente el bloc y cogió el boli. Hubo una pausa, y entonces escribió algo y le mostró el papel a Butch.
– Séptima Calle.
Butch frunció el ceño. Era una parte de la ciudad realmente jodida.
Abrió la boca para preguntar por qué allí de todos los sitios, pero cortó su exabrupto. El chaval ya había tenido suficientes preguntas sobre él esta noche. Además, Butch iba armado, y era ahí a dónde John quería ir. Una promesa era una promesa.
– Ok, compañero. Marchando Calle Séptima.
– Pero conduce un rato primero -escribió el chico.
– Sin problema. Sólo nos enfriaremos.
Butch encendió el motor. Justo mientras le daba la vuelta al Escalade, tuvo un flash de algo tras él. Un coche llegaba a la parte de atrás de la mansión, un muy grande y muy caro Bentley. Frenó para que pudiera pasar y…
Se olvidó de respirar.
Marissa salió de la casa por una puerta lateral. Su larga melena rubia hasta las caderas se movía con el viento, y se arrebujó en la capa negra que llevaba. Moviéndose rápidamente a través del aparcamiento trasero, evitó los montones de nieve, saltando de trozo de asfalto en trozo de asfalto.
Las luces de seguridad recogieron las líneas refinadas de su cara, su maravilloso pelo pálido y la perfecta piel blanca. Recordó lo que había sentido al besarla, la única vez que lo había hecho, y sintió una punzada en el pecho como si los pulmones le hubieran reventado. Superado, quiso salir corriendo del coche, tirarse al suelo en la nieve y arrastrarse como el perro que era.