– Supéralo, poli. No eres atractivo.
– Justamente. -Él se restregó la cara-. Pero eso no quiere decir que esté del todo dentro en despertar con dos hombres.
– V te dijo que no volvieras.
– Cierto. Fue una mala elección.
Hablar sobre una larga noche. Finalmente, cuando incluso la sensación de la ropa contra su piel había sido demasiado, habían perdido cualquier pretensión de modestia. Había sido una cuestión de aguantar la necesidad: encendiendo un cigarrillo rojo tras cigarrillo rojo, bebiendo whisky escocés o vodka, resbalando en el cuarto de baño solo para aliviarse en privado.
– ¿Así que ha terminado? -Preguntó Butch-. Dime que ha terminado.
Phury salió de la cama.
– Si, eso creo.
Recogió una sábana y se la lanzó a Butch, quien se cubrió a si mismo y a Vishous. V ni siquiera se movió. Estaba durmiendo como un muerto sobre su estómago, sus ojos cerrados fuertemente, un suave ronquido salía de su boca.
El poli maldijo y reacomodó su cuerpo, colocando una almohada contra la cabecera y apoyándose. Se frotó el pelo hasta que lo tuvo de punta y bostezó tan fuerte que Phury oyó el crujido de la mandíbula del tipo.
– Maldición, vampiro, nunca pensé que yo diría esto, pero no tengo absolutamente ningún interés por él sexo. Gracias a Dios.
Phury se puso un par de pantalones de entrenamiento.
– ¿Quieres comida? Voy a hacer una excursión a la cocina.
Los ojos de Butch se abrieron de felicidad.
– ¿Vas a traerla hasta aquí? Esto es, ¿no tengo que moverme?
– Me lo deberás, pero si, estoy dispuesto a repartir.
– Eres un dios.
Phury se puso una camiseta.
– ¿Qué quieres?
– Lo que sea que haya en la cocina. Infierno, se realmente útil y arrastra el refrigerador aquí arriba. Estoy muerto de hambre.
Phury bajó las escaleras hasta la cocina y estaba a punto de empezar a buscar cuando oyó sonidos que salían de la lavandería. Se acercó y empujó la puerta abierta.
Zsadist estaba metiendo sábanas en la lavadora.
Y Virgen querida del Fade, él parecía venir del infierno. Su estómago era un agujero contraído; sus caderas se destacaban contra su piel como postes de una tienda; su caja torácica se parecía a un campo de arado. Él debía haber perdido diez, quince libras de la noche a la mañana. Y, infierno santo, su cuello y muñecas estaban masticadas y en carne viva. Pero… él olía a hermosas especias oscuras, y había una paz sobre él, tan profunda e improbable que Phury se preguntó si sus sentidos le estaban jugando una mala pasada.
– ¿Hermano? -dijo.
Z no alzó la vista.
– ¿Sabes como manejar esta cosa?
– Ah, sí. Pon un poco de aquella materia en la caja y mueve aquel disco por aquí, déjame ayudar.
Z terminó de llenar el tambor de la lavadora y luego se alejó, sus ojos todavía fijos en el suelo. Cuando la máquina estaba llenándose de agua, Z murmuró gracias y se dirigió a la cocina.
Phury le siguió, su corazón en la garganta. Quería preguntar si todo estaba bien, y no solamente con Bella.
Trataba de escoger sus palabras con cuidado mientras Z cogía pavo asado del refrigerador, arrancaba un muslo y lo mordía. Masticó desesperadamente, limpiando la carne del hueso tan rápido como podía, y en el momento en que lo hizo arrancó el otro muslo e hizo lo mismo.
Jesús… su hermano nunca tomaba carne. Sin embargo, él nunca había pasado por una noche como la pasada antes. Ninguno de ellos lo había hecho.
Z podía sentir los ojos de Phury sobre él, y habría dejado de comer si hubiera podido. Odiaba que la gente lo mirara, especialmente cuando masticaba algo, pero simplemente no podía conseguir alimento lo bastante rápido.
Le observó cebarse a empujones en su cara mientras sacaba un cuchillo y un plato y comenzaba a cortar finos filetes de pechuga de pavo. Procuró tomar las mejores partes de la carne para Bella. Los trozos raros, las esquinas y la parte cerca del corazón, se las comió él mismo, como si no fueran tan buenas.
¿Qué más necesitaría ella? Quería que comiera cosas calóricas. Y la bebida… debería llevarle algo para beber. Volvió al refrigerador y comenzó a hacer un montón con los restos para revisarlos. Escogería con cuidado, llevándole solo lo que era digno de su lengua.
– ¿Zsadist?
Dios, había olvidado que Phury todavía estaba caminando sin rumbo alrededor.
– Sí -dijo mientras abría un tazón de Tupperware.
El puré de dentro parecía bueno, aunque realmente hubiera preferido llevarle algo que él hubiera hecho. No es que él supiera como hacer eso. Cristo, él no podía leer, no podía utilizar una maldita lavadora, no podía cocinar.
Tenía que dejarla irse así podría encontrar un macho que tuviera medio cerebro.
– No quiero curiosear -dijo Phury.
– Sí, lo haces. -Tomó una barra del pan de levadura casero de Fritz del armario y la apretó entre sus dedos. Era suave, pero lo olió de todos modos. Bueno, era bastante fresco para ella.
– ¿Está ella bien? ¿Estás… tú?
– Estamos bien. ¿Cómo fue? -Phury tosió un poco-. Quiero decir, quiero saber, no porque sea Bella. Es solo… he oído muchos rumores y no sé que creer.
Z tomó un poco del puré de patatas y lo puso sobre el plato con el pavo; entonces tomó con la cuchara un poco de arroz salvaje y lo cubrió con una buena cantidad de salsa. Lanzó la pesada carga al microondas, contento de que fuera una máquina que sabía manejar.
Mientras miraba al alimento dar vueltas, pensó en la pregunta de su gemelo y recordó la sensación de Bella levantándose sobre sus caderas. Aquella conexión, de las docenas que habían tenido durante la noche, era la que más sobresalía. Ella había estado tan encantadora encima de él, sobre todo cuando lo había besado…
Durante todo el tiempo de la necesidad, pero sobre todo, durante aquella unión particular, ella había mantenido lejos al pasado, amarrándole, marcándole con algo bueno. Atesoraría aquel calor que ella le había dado por el resto de sus días.
El microondas sonó y se dio cuenta que Phury todavía esperaba una respuesta.
Z puso la comida sobre una bandeja y agarró algunos servicios de plata así él podría alimentarla correctamente.
Mientras se daba la vuelta y se dirigía a la habitación, murmuró.
– Ella es la más hermosa, tanto que no tengo palabras. -Levantó sus ojos hacia Phury-. Y anoche fui bendecido inmensamente al servirla.
Por alguna razón, el hermano retrocedió por el choque y extendió la mano.
– Zsadist, tu…
– Tengo que llevar alimento a mi nalla. Te veré más tarde.
– ¿Espera! ¡Zsadist! Tus…
Z solamente sacudió la cabeza y salió.
CAPÍTULO 35
– ¿Por qué no me enseñaste esto en cuanto llegué a casa? -le preguntó Rehvenge al doggen. Cuando el criado se sonrojó por la vergüenza y horror, le tendió la mano al pobre hombre.
– Está bien. No importa.
– Señor, vine cuando comprendí que usted había vuelto durante el día. Pero, por una vez, estaba durmiendo. No estaba seguro de qué era la imagen y no quería molestarlo. Usted nunca descansa.
Sí, la alimentación con Marissa lo había apagado como una luz. La primera vez que había cerrado los ojos y había perdido la conciencia en… Dios, siempre. Pero ese era el problema.
Rehv se sentó delante de la pantalla del ordenador y volvió a poner de nuevo el archivo digital. Era lo mismo, tal y como la primera vez que lo había visto: un hombre con el pelo y ropas negras aparcado delante de las puertas. Saliendo de un camión. Avanzando para tocar las tiras de luto que habían sido atadas a las barras de hierro.
Rehv aumentó el zoom hasta que vio la cara del hombre claramente. Nada extraordinario, ni guapo ni feo. Pero el cuerpo era grande. Y aquella chaqueta se veía como si hubiera sido rellenada o cobijara algunas armas.
Rehv congeló la imagen e hizo una copia con la fecha y la hora de lectura en la esquina inferior derecha. Cambió de pantalla, abriendo los archivos de otra cámara que supervisaba la puerta delantera, la del sensor de calor. Con una rápida acción, obtuvo la grabación desde aquel equipo exactamente en el mismo momento.