Выбрать главу

Bien, excepto su marcha.

Antes de que lo alcanzara, Zsadist se detuvo abruptamente y miró hacia atrás.

– ¿Si Phury necesita alimentarse, le dejarás tomar tu vena?

Ella se quedó helada. No sólo bebía de otra, si no que le resultaba fácil compartirla con su gemelo. Un polvo cualquiera, nada especial. Jesús, ¿estaba ella tan disponible? ¿Nada de lo que compartieron había significado algo para él?

– ¿Le dejarás? -Los ojos recién amarillos de Zsadist se estrecharon en su cara-. ¿Bella?

– Sí -dijo en voz baja-. Cuidaré de él.

– Gracias.

– Creo que ahora mismo te desprecio.

– Ya era hora.

Giró sobre sus talones, preparada para ir andando hacia la habitación de Phury, cuando Zsadist le dijo suavemente.

– ¿Ya tienes el periodo?

Oh, fenomenal, otro bochorno. Quería saber si la había dejado embarazada. Le aliviaría sin duda cuando oyera las buenas noticias.

Lo miró sobre el hombro.

– He tenido calambres. No tienes que preocuparte por nada.

Él asintió.

Antes de que pudiera irse, le pinchó.

– Dime algo. Si estuviera embarazada, ¿te emparejarías conmigo?

– Te proveería a ti y a tu bebé hasta que otro macho lo hiciera.

– Mi bebé… ¿como si no fuera la mitad tuyo? -cuando no respondió, ella le empujó-. ¿No lo reconocerías?

Su única respuesta fue cruzar los brazos sobre el pecho.

Ella negó con la cabeza.

– Cielos… realmente eres frío hasta la médula, ¿no?

La miró fijamente durante mucho tiempo.

– Nunca te he pedido nada, ¿no?

– Oh, no. Nunca lo has hecho -dejó escapar una fuerte risa-. Dios te prohíbe que seas accesible por eso.

– Cuida de Phury. Lo necesita.

– Tú también.

– No me desafíes diciéndome lo que necesito.

Sin esperar respuesta marchó por el vestíbulo hacia la puerta de Phury, empujó fuera a Rhage, y se encerró con el gemelo de Zsadist. Estaba tan cabreada que le tomó un segundo darse cuenta que estaba oscuro y que la habitación olía como el humo rojo, un delicioso y chocolateado perfume.

– ¿Quién hay? -dijo Phury roncamente desde la cama.

Se aclaró la garganta.

– Bella.

Un desigual suspiro se levantó en el aire.

– Hola.

– Hola. ¿Cómo te encuentras?

– Francamente animado, gracias por preguntar.

Sonrió un poco hasta que llegó a su altura. Con la visión nocturna, observó que estaba tumbado sobre las mantas, llevando sólo un par de bóxers. Llevaba una gasa alrededor de su barriga y estaba cubierto de magulladuras. Y… Oh, Dios… su pierna.

– No te preocupes -dijo secamente-. No he tenido ese conjunto de pie y espinilla desde hace un siglo. En realidad estoy bien. Simplemente algún daño estético.

– ¿Entonces por qué llevas esa venda como una faja?

– Me hace el culo más pequeño.

Ella rió. Lo había esperado medio muerto, y lucía como si hubiera estado en un infierno de pelea. Pero no estaba a las puertas de la muerte.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó.

– Tengo un golpe en el costado.

– ¿Con qué?

– Con un cuchillo.

Ahora, eso la hizo tambalearse. Quizás sólo parecía bien.

– Estoy bien, Bella. Honestamente. Con otras seis horas estaré en condiciones de salir. -Hubo un corto silencio-. ¿Qué está pasando? ¿Estás bien?

– Sólo quería ver como estabas.

– Bien… estoy bien.

– Y, ah… ¿necesitas alimentarte?

Se tensó, luego abruptamente alcanzó la colcha colocándola sobre las caderas. Ella se preguntó por qué estaba actuando como si tuviera algo que esconder… Oh, vale. Guau.

Por primera vez lo examinó como un macho. Realmente era hermoso, con ese primoroso y exuberante pelo, esa cara clásicamente guapa. Su cuerpo era espectacular, cubierto con el tipo de músculo duro del que su gemelo carecía. Pero no importaba cuan bien parecido fuera, no era el macho para ella.

Era una lástima, pensó. Para ambos. Dios, cómo odiaba el lastimarle.

– ¿Lo necesitas? -dijo-. ¿Necesitas alimentarte?

– ¿Te estás ofreciendo?

Ella tragó.

– Sí. Lo hago. ¿Querrías… puedo darte mi vena?

Una oscura fragancia se extendió por la habitación, tan penetrante que eclipsó el aroma del humo rojo: el olor era el denso y rico perfume del hambre de un macho. El hambre de Phury por ella.

Bella cerró los ojos rogando que si la aceptaba, pudiera pasar por ello sin llorar.

Mientras el sol se ponía más tarde en ese día, Rehvenge se quedó mirando las telas del funeral que colgaban del retrato de su hermana. Cuando sonó el teléfono miró el identificador de llamadas y lo abrió.

– ¿Bella?

– Cómo sabes…

– ¿Qué eres tú? Número difícil de rastrear -imposible de rastrear, si este teléfono no puede localizar la fuente. Al menos ella todavía estaba a salvo en el recinto de la Hermandad, pensó. Donde quiera que estuviera-. Me alegro de que llames.

– Ayer noche fui a casa.

La mano de Rehv aplastó el teléfono.

– ¿Ayer noche? ¡Qué diablos! No quería que vinieras…

Los sollozos provenían del teléfono, grandes y miserables sollozos. El sufrimiento silenció sus palabras, su cólera y aliento.

– ¿Bella? ¿Qué pasa? ¿Bella? ¡Bella! Oh, Jesús… ¿Alguno de esos Hermanos te ha herido?

– No -aspirando profundamente-. Y no me grites. No lo puedo soportar. He terminado contigo y los gritos. Ni uno más.

Inspiró profundamente, midiendo su temperamento.

– ¿Qué ha pasado?

– ¿Cuándo puedo volver a casa?

– Habla conmigo

El silenció se alargó entre ellos. Claramente su hermana ya no confiaba en él. Mierda… ¿La podía culpar?

– Bella, por favor. Lo siento… habla conmigo. -Cuando no hubo respuesta, dijo-. He… -se aclaró la garganta-. ¿He estropeado tanto las cosas entre nosotros?

– ¿Cuándo puedo volver a casa?

– Bella…

– Respóndeme, hermano mío.

– No lo sé.

– Entonces quiero ir a la casa de seguridad.

– No puedes. Te lo dije hace tiempo, si hay un problema, no quiero que tú y mahmen estéis en el mismo lugar. Ahora, ¿por qué quieres irte de allí? Hace sólo un día que no querías ir a ningún otro lugar.

Hubo una larga pausa.

– He terminado el celo.

Rehv sintió el aire escapar de los pulmones y quedar atrapado en la cavidad del pecho. Cerró los ojos.

– ¿Has estado con uno de ellos?

– Sí.

Sentarse era una maldita buena idea ahora, pero no había ninguna silla cerca. Se apoyó en el bastón y se arrodilló en la alfombra Aubusson. Enfrente de su retrato.

– ¿Estás… bien?

– Sí.

– Y él te ha reclamado.

– No.

– ¿Perdón?

– No me quiere.

Rehv dejó al descubierto los colmillos.

– ¿Estás embarazada?

– No.

Gracias a Dios.

– ¿Quién fue?

– No lo diría aunque me fuera la vida, Rehv. Ahora, quiero marcharme de aquí.

Cristo… Ella en pleno celo en un recinto lleno de varones… lleno de guerreros con profundos deseos. Y el Rey Ciego… mierda.

– Bella, dime que sólo fue uno. Dime que fue sólo uno y que no te hizo daño.

– ¿Por qué? Porque, ¿tienes miedo de tener a una mujerzuela por hermana? ¿Asustado de que la glymera me rechace otra vez?

– Que se joda la glymera. Es porque te quiero… y no soportaría pensar que estás siendo usada por los hermanos mientras estás tan vulnerable.

Siguió una pausa. Cómo él esperaba, la garganta le ardía tanto que se sentía como si se hubiera tragado una caja de chinchetas.

– Sólo fue uno, y lo amo -dijo-. También puedes saber que me dio a escoger entre él o ser arrastrada en la inconsciencia. Le escogí. Pero nunca te diré su nombre. Francamente no quiero hablar de él nunca más. Ahora, ¿cuándo puedo volver a casa?