– No me importa.
Se lanzó a través de la habitación con la intención de pegarle, arañarlo, hacerle daño, estaba tan frustrada. Pero él se dio la vuelta y en vez de abofetearle le agarró la cabeza y lo arrastró hacia su boca. Sus brazos se cerraron alrededor de ella, abrazándola tan fuerte que no podía respirar. Mientras la lengua entraba en su boca, la levantó y se dirigió hacia la cama.
El sexo fiero y desesperado era una mala idea. Una muy mala idea.
Estaban enredados en el colchón en un segundo. Le sacó los pantalones y estaba a punto de romper con los dientes las bragas cuando un golpe sonó en la puerta.
La voz de Fritz se oyó a través de los paneles, agradable y respetuosa.
– Señora, si las maletas están preparadas…
– Ahora no, Fritz -respondió Zsadist con voz gutural. Dejó al descubierto los colmillos, cortando a tiras la seda entre los muslos, lamiendo su centro-. Joder…
La lengua descendió otra vez lamiéndola, gimiendo. Ella se mordió el labio para no gritar y agarrándole la cabeza giró sus caderas.
– Oh, amo, le pido perdón. Pensé que usted estaba en el centro de entrenamiento…
– Más tarde, Fritz.
– Desde luego. Cuánto tiempo…
El resto de las palabras del doggen fueron cortadas por el erótico gruñido de Zsadist que le dijeron a Fritz todo lo que necesitaba saber. Y probablemente un poco más.
– Oh… Dios mío. Perdóneme, amo. No regresaré a por sus cosas hasta que, ah… luego.
La lengua de Zsadist hacía círculos alrededor mientras las manos sujetaban sus muslos. La llevó duramente, todo el tiempo susurrando cosas calientes, cosas hambrientas contra su carne secreta. Ella se empujó contra su boca, arqueándose. Fue tan rudo, tan voraz… quedó destrozada. La provocaba alargando el orgasmo, manteniéndola en ese estado como si estuviera desesperado para que no se terminara.
El silencio de después la dejó tan fría como la liberación de su centro en la boca de él. Se alzó entre sus piernas, pasando la mano por sus labios. Cuando la miró, se chupó la palma de la mano, atrapando cada bocado de lo que había retirado su cara.
– Vas a parar ahora, ¿no? -dijo rudamente.
– Te lo dije. No vine aquí por sexo. Sólo quería esto. Sólo quería tenerte contra mi boca una última vez.
– Bastardo egoísta. -Y cuan irónico era llamarle esto por no follarla. Dios… Esto era tan horrible.
Mientras ella alcanzaba los vaqueros, él hizo un suave sonido en el fondo de su garganta.
– ¿Crees que no mataría por estar dentro de ti en este instante?
– Vete al infierno, Zsadist. Vete directamente allí…
Se movió tan rápido como un relámpago, bajándola duramente contra la cama, aplastándola con su peso.
– Estoy en el infierno -siseó, poniendo las caderas entre las suyas. Las balanceó contra su centro, esa maciza erección empujaba contra el suave lugar que había tenido en su boca. Con una maldición retrocedió, abrió la cremallera de sus pantalones… y empujó en ella, estirándola tanto que casi dolía. Ella gritó con la invasión, pero alzó las caderas para que pudiera penetrarla aún más.
Zsadist le agarró las rodillas y le estiró las piernas hacia arriba, haciéndola una pelota bajo él, luego bombeó contra ella, su cuerpo guerrero no le escatimó nada. Ella se agarró a su cuello, la sangre fluyendo, perdida en un ritmo demoledor. Esto era lo que siempre había pensado que sería con él. Fuerte, duro, salvaje… rudo. Mientras tenía otro orgasmo, él rugió, explotando en ella. Chorros calientes la llenaron, entonces se desparramaron en sus muslos como si no dejara de bombear.
Cuando finalmente se colapsó sobre ella, le soltó las piernas respirando contra su cuello.
– Oh, Dios… No puedo creer que esto haya pasado -dijo finalmente.
– Estoy bastante segura sobre eso. -Lo apartó a un lado y se sentó, más cansada de lo que había estado en su vida-. Tengo que reunirme pronto con mi hermano. Quiero que te vayas.
Él maldijo, un sonido vacío y doloroso. Entonces le tendió los pantalones, aunque no los soltó. La miró un largo instante, y como una tonta esperaba que él le dijera lo que quería oír: Lo siento, te hice daño, te quiero, no te vayas.
Tras un momento dejó caer su mano y se levantó, arreglándose, abrochándose los pantalones. Fue hacia la puerta, moviéndose con esa gracia letal con la que siempre caminaba. Al mirar sobre su hombro, ella se dio cuenta que había hecho el amor estando completamente armado y vestido.
Oh, pero sólo había sido sexo, ¿no?
Con voz baja dijo.
– Lo siento.
– No me digas eso para hacerme sentir mejor.
– Entonces… gracias, Bella… por… todo. Sip, de verdad. Yo… te lo agradezco.
Y entonces se marchó.
John se retrasó en el gimnasio mientras el resto de la clase desfilaba hacia el vestuario. Eran las siete de la tarde, pero podría haber jurado que eran las tres de la mañana. Qué día. El entrenamiento había empezado pronto, porque los Hermanos querían salir temprano, y habían tenido horas de clase de tácticas y tecnología de ordenadores enseñada por dos Hermanos llamados Vishous y Rhage. Luego Tohr llegó a la caída del sol y empezaron las patadas en el culo. Las tres horas de entrenamiento habían sido brutales. Correr unas vueltas. Jujitsu. Entrenamiento de armas mano a mano, incluyendo una introducción a los nunchakus o nunchucks.
Esos dos palos unidos por una cadena eran la pesadilla de John, exponiendo todas sus debilidades, especialmente su horrible coordinación entre ojo y mano. Pero él no se dio por vencido. Mientras los otros chicos iban a las duchas, regresó a la sala del equipo y cogió uno de los sets. Se imaginó que practicaría mientras venía el bus y ya se ducharía en casa.
Empezó a voltear los nunchucks lentamente a su lado, el sonido de dar vueltas curiosamente relajaba. Gradualmente incrementaba la velocidad, los sujetó al vuelo y entonces los balanceó a su izquierda. Tomándolos de regreso. Una y otra vez, hasta que el sudor afloró otra vez en su piel. Una y otra vez…
Y se golpeó con esa mierda. Directamente en la cabeza.
El golpe le debilitó las rodillas, y tras luchar durante un momento, se dejó caer. Apoyándose con el brazo, poniendo una mano en su sien izquierda. Estrellas. Definitivamente veía estrellas.
En medio de todo ese parpadeo, una suave risa provino detrás de él. La satisfacción del sonido le dijo quién era, pero tenía que verlo de todas formas. Mirando por debajo del brazo, observó a Lash de pie a unos seis pasos atrás. El tipo del pelo claro estaba mojado, las ropas de calle pulcras, la sonrisa fría.
– Eres un perdedor.
John se concentró en la colchoneta, sin realmente importarle que Lash lo hubiera pillado golpeándose el cerebro. El tipo ya había visto esto en clase, así es que no era una nueva humillación.
Dios… Si sólo pudiera aclararse los ojos. Negó con la cabeza estirando el cuello… y vio otro par de nunchucks en la colchoneta. ¿Los había lanzado Lash?
– No le gustas a nadie, John. ¿Por qué no te marchas? Oh, espera. Eso querría decir que no podrías ir tras los Hermanos. ¿Entonces que harías todo el día?
La risa del tipo se cortó de golpe cuando una profunda voz gruñó.
– No te muevas, rubito, excepto para respirar.
Una mano enorme apareció frente a la cara de John que alzó la vista. Zsadist estaba de pie ante él. Vestido completamente para la guerra.
John fue agarrado por lo que estaba frente a él sin reflejos y lo levantó fácilmente del suelo.
Los negros ojos de Zsadist se estrecharon, reflejando cólera.
– El bus está preparado, recoge tu mierda. Nos reuniremos fuera en los vestidores.
John se abrió paso a través de las colchonetas, pensando que cuando un macho como Zsadist le dijera algo, lo haría rápido. Cuando llegó a la puerta, sin embargo, tuvo que mirar hacia atrás.
Zsadist tenía a Lash cogido por el cuello y levantó al tipo de la colchoneta con los pies colgando. La voz del guerrero era mortalmente fría.