– No pidas perdón por esto. -Apretó su mano en su barbilla, cavando las yemas de los dedos en los huecos bajo sus pómulos-. Soy el único del que te preocupas. ¿Está claro? Dije, ¿está claro?
– Sí -jadeó ella.
– Sí, ¿qué?
– Sí, David.
Él la tomó por su brazo libre y lo dobló detrás de su espalda. El dolor se disparó por su hombro.
– Dime que me amas.
De ninguna parte, la cólera prendió como una tormenta de fuego en su pecho. Nunca le diría esa palabra. Nunca.
– Dime que me amas -gritó él, explotando la demanda en su cara.
Sus ojos destellaron y desnudó los colmillos. En el instante en que lo hizo la excitación de él se disparó fuera de control, su cuerpo comenzó a temblar, su aliento se convirtió en un jadeo rápido. Estaba preparado para pelear con ella, excitado para la batalla, preparado como si estuviera erecto para el sexo. Esta era la parte de la relación para la que vivía. Amaba luchar contra ella. Le había contado que su antigua mujer no había sido tan fuerte como ella, no había sido capaz de durar tanto antes de marcharse.
– Dime que me amas.
– Yo. Te. Desprecio.
Mientras él levantó su mano y la cerraba en un puño, ella le fulminaba con la mirada, seria, tranquila, preparada para recibir el golpe. Se quedaron así durante mucho tiempo, sus cuerpos suspendidos en arcos gemelos como un corazón, atados por cuerdas de la violencia que corría entre ellos. Al fondo el macho civil sobre la mesa gimoteó.
De repente el lesser la rodeó con sus brazos y enterró la cara en su cuello.
– Te amo -dijo él-. Te amo tanto… no puedo vivir sin ti.
– Mierda santa -dijo alguien.
El lesser y Bella contemplaron al de la voz. La puerta del centro de persuasión estaba abierta de par en par y un asesino de pelo pálido estaba parado en el marco.
El tipo comenzó a reírse y luego dijo las cuatro palabras que provocaron todo lo que siguió:
– Lo voy a contar.
David fue detrás del otro lesser en una carrera a muerte, persiguiéndole fuera.
Bella no vaciló cuando los primeros golpes de la lucha resonaron fuera. Ella trabajaba sobre las cadenas que ataban la muñeca derecha del civil, liberando los enganches, desenredando los eslabones. Ninguno de ellos dijo una palabra mientras ella liberaba su mano y luego empezaba con su tobillo derecho. Tan pronto como pudo, el macho trabajó tan rápido como ella, desesperadamente desatando su lado izquierdo. En el segundo en que estuvo libre, bajó de la mesa y miró las esposas de acero que la ataban.
– No puedes salvarme -dijo ella-. Él tiene las únicas llaves.
– No puedo creer que esté todavía viva. Me enteré sobre usted…
– Vete, ve…
– Él la matará.
– No, no lo hará. -Él solamente iba a hacerle desear estar muerta-. ¡Vete! Esa lucha no va a durar siempre.
– Volveré por usted.
– Solamente llega a casa. -Cuando él abrió la boca, ella dijo- Ciérrala, infiernos y estate atento. Si puedes, dile a mi familia que no estoy muerta. ¡Vete!
El macho tenía lágrimas en sus ojos cuando los cerró. Él tomó dos alientos largos… y se desmaterializó.
Bella comenzó a temblar tanto que se cayó al suelo, su brazo estirado sobre su cabeza desde donde estaba esposado a la mesa.
Los ruidos de la lucha se pararon bruscamente. Hubo un silencio y luego un destello de luz y un sonido de explosión. Ella supo sin ninguna duda que su lesser había ganado.
Oh, Dios… Esto iba a ser malo. Esto iba a ser un día muy, muy malo.
Zsadist estuvo de pie sobre el césped nevado de Bella hasta el último momento posible, y luego se desmaterializó, al monstruo gótico, donde toda la Hermandad vivía. La mansión se parecía a algo de una película de terror, todas las gárgolas y sombras y ventanas de cristal de plomo. Delante de la montaña de piedra había un patio lleno de coches, así como una casa del guarda que era donde Butch y V lanzaban. Una pared de veinte pies de altura rodeaba el complejo y había una doble puerta de entrada así como un buen número de sorpresas repugnantes para disuadir a visitantes no deseados.
Z caminó a través de las puertas de acero de la casa principal y abrió un lado de ellas. Dando un paso en el vestíbulo, tecleó un código en un teclado numérico y consiguió acceso inmediatamente. Él hizo una mueca mientras emergía al vestíbulo. El espacio altísimo con sus colores brillantes, sus hojas de oro y su salvaje mosaico del suelo se parecía a una atestada barra: demasiado estímulo.
A su derecho, oyó los sonidos de un comedor lleno: el tintineo suave de la plata sobre la porcelana, palabras indistintas de Beth, una sonrisita de Wrath… entonces la voz de bajo de Rhage cortando. Hubo una pausa, probablemente porque Hollywood hacía una cara, y luego la risa de todo el mundo mezclada, saliendo en tropel como mármoles brillantes a través de un piso limpio.
No estaba interesado en enredarse con sus hermanos, mucho menos comer con ellos. Ellos sabrían todos por ahora que había sido echado de la casa de Bella como un criminal por pasar demasiado tiempo allí. Pocos secretos eran guardados dentro de la Hermandad.
Z se encaminó a la magnífica escalera, subiendo los escalones de dos en dos. Cuanto más rápido iba más se enmudecían los sonidos de la cena, y más tranquilo se quedaba él. En lo alto de la escalera se dirigió a la izquierda y fue a lo largo de un vestíbulo largo marcado por estatuas grecorromanas. Los atletas y guerreros de mármol estaban iluminados por una iluminación indirecta, sus brazos, piernas y pechos blancos de mármol formaban un modelo contra la pared rojo sangre. Si andabas bastante rápido, era como ir por la acera cuando estabas en un coche, el ritmo de la animación de los cuerpos de las estatuas cuando de hecho no se movían.
La habitación donde dormía estaba al final del pasillo, y cuando abrió la puerta golpeó una pared de frío. Nunca conectaba el calor o el aire acondicionado, justo como nunca dormía en la cama o usaba el teléfono o ponía algo en los antiguos escritorios. El armario era la única cosa que necesitaba, y fue hasta allí para desarmarse. Sus armas y municiones estaban guardadas en un gabinete incombustible en la parte de atrás, y sus cuatro camisas y tres juegos de cueros colgaban cerca. Con nada más que entrar, a menudo pensaba en huesos cuando estaba dentro, todas las perchas vacías que parecían largas y frágiles.
Se desnudó y se duchó. Tenía hambre de comida, pero le gustaba mantenerse así. La punzada de hambre, el anhelo seco de la sed… esas negaciones que estaban dentro de su control siempre lo aliviaban. Infiernos, si pudiera evitar dormir, lo evitaría también. Y la maldita sed de sangre… Él quería estar limpio. En el interior.
Cuando salió de la ducha pasó una navaja de afeitar eléctrica sobre su cabeza para mantener su pelo tieso sobre su cráneo y luego hizo un afeitado rápido. Desnudo, frio, cansado por el hambre, se acercó a su plataforma en el suelo. Cuando estuvo de pie encima de las dos mantas dobladas que ofrecían tanta amortiguación como un par de tiritas, pensó en la cama de Bella. La suya había sido muy grande y toda blanca. Fundas de almohada blancas y sábanas, grandes, un edredón blanco, un caniche blanco tirado a los pies.
Se había tumbado en su cama. A menudo. Le había gustado pensar que podía olerla en ella. A veces hasta se había revolcado sobre encima, la suavidad cediendo bajo su duro cuerpo. Era casi como si ella lo hubiera tocado entonces, y mejor que si en realidad lo hiciera. No podía soportar que alguien le tocara… aunque deseaba haber permitido a Bella encontrar un pedazo de su carne solamente una vez. Con ella, él podría haber sido capaz de manejarlo.