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Afortunadamente, no se sabía que violasen, aunque por lo que se desprendía de lo que había visto ahora mismo, no tendrían por qué hacerlo. Los cuerpos de esos guerreros estaban hechos para sexo. La unión con uno de ellos, siendo poseída por toda esa fuerza, sería una experiencia extraordinaria.

Aunque Mary, como una humana, pudiera ser que no lo sintiera así.

Bella miró de arriba a abajo el pasillo, agitada, tensa. No había nadie, y si tenía que estarse más quieta iba a tener un la cabeza llena de rastas. Ella sacudió su pelo, escogió una dirección aleatoria, y caminó sin rumbo. Cuando percibió el sonido de un golpeteo rítmico a lo lejos, ella siguió el ruido sordo hasta un par de puertas de metal. Abrió un lado y lo atravesó andando.

El gimnasio era del tamaño de un de estadio de baloncesto profesional, el suelo de madera barnizado muy brillante. Alfombras azul brillante estaban colocadas aquí y allá y los fluorescentes enjaulados colgaban de un alto techo. Un balcón con asientos de estadio se proyectaba a la izquierda, y bajo un saliente, una serie de sacos de arena estaban colgados desde arriba.

Un magnífico varón golpeaba con fuerza uno de ellos, de espaldas a ella. Bailaba sobre las puntas de sus pies, ligero como la brisa, lanzando puñetazo tras puñetazo, agachándose rápidamente, chocando, conduciendo el saco pesado hacia adelante con su fuerza de manera que la cosa colgada se angulara.

No podía verle la cara, pero tenía que ser atractivo. Su pelo cortado al ras era de color café, y llevaba puesto un suéter de cuello vuelto negro muy ajustado y un par de pantalones negros de nailon amplios de entrenamiento. Una pistolera cruzaba su ancha espalda.

La puerta hizo un clic cuando se cerró detrás de ella.

Con un golpe de su brazo, el varón sacó de repente una daga y la enterró en el saco. Él abrió de un tirón la cosa, la arena y el relleno caían rápidamente sobre la alfombrilla. Y luego se dio la vuelta.

Bella puso una mano sobre su boca. Su cara estaba llena de cicatrices, como si alguien hubiera tratado de cortarla por la mitad con un cuchillo. La gruesa línea se iniciaba en su frente, bajaba por el puente de la nariz, y se curvaba sobre su mejilla. Acababa al lado de su boca, deformando su labio superior.

Los ojos estrechos, negros y fríos como la noche, la acogieron y luego se ensancharon muy ligeramente. Él pareció desconcertado, su gran cuerpo inmóvil excepto por las respiraciones profundas que hacía.

El varón la quería, pensó ella y estaba inseguro sobre que hacer con ello.

Excepto que, la incerteza y la extraña confusión fueron enterradas. Lo que tomó su lugar fue una cólera helada que la asustó como el mismo infierno. Manteniendo sus ojos sobre él, ella se echó hacia atrás hacia la puerta y apretó la barra de apertura. Cuando no llegó a ninguna parte, tuvo el presentimiento que estaba atrapada.

El varón miró su lucha durante un momento y luego fue tras ella. Mientras atravesaba las alfombrillas, lanzaba su daga al aire y la atrapaba por el mango. Lanzándola hacia arriba, volviéndola a coger. Arriba y abajo.

– No se lo que estás haciendo aquí. -Dijo él voz baja.-Aparte de joderme el entrenamiento.

Cuando sus ojos pasaron sobre su cara y su cuerpo, su hostilidad fue palpable, pero él también eliminaba un crudo calor, una especie de amenaza sexual por la que ella realmente no debería haberse sentido cautivada.

– Lo siento. No sabía…

– ¿No sabías qué, mujer?

Dios mío, él estaba tan cerca ahora. Y él era más grande que ella.

Ella se apretó contra de la puerta. -Lo siento…

El varón apoyó sus manos en el metal a cada lado de su cabeza. Ella vio el cuchillo que él mantenía, pero luego olvidó todo sobre el arma cuando se apoyó en ella. Él se detuvo justo antes de que sus cuerpos se tocaran.

Bella hizo una profunda espiración, oliéndolo. Su perfume era más como un fuego en su nariz que cualquier otra cosa que ella pudiera identificar. Y ella le respondió, el calor, el deseo.

– Tú lo sientes. -Dijo él, colocando su cabeza a su lado y concentrándose en su cuello. Cuando él sonrió, sus colmillos eran largos y muy blanco. -Sí, apuesto a que sí.

– De verdad que lo siento.

– Demuéstramelo.

– ¿Cómo? Ella susurró.

– Ponte sobre tus manos y tus rodillas. Tomaré tu disculpa así.

Una puerta al otro lado del gimnasio se abrió de golpe.

– ¡Oh Cristo!… ¡Déjala ir! -Otro varón, con una larga cabellera, corrió a través del vasto suelo. -Manos fuera, Z. Ahora mismo.

El varón de las cicatrices se apoyó en ella, poniendo su deformada boca cerca de su oído. Algo presionó sobre su esternón, sobre su corazón. La punta de un dedo.

– Te han salvado, mujer.

Él dio un paso alrededor de ella y fue hacia la puerta, justo cuando el otro varón llego hasta ella.

– ¿Estás bien?

Bella miró la diezmada bolsa perforada. A ella le parecía que no podía respirar, aunque no sabía si era de miedo o era algo enteramente sexual, no estaba segura. Probablemente una combinación de ambos.

– Sí, creo que sí. ¿Quién era?

El varón abrió la puerta y la llevó de regreso al cuarto de interrogación sin contestar a su pregunta. -Hazte un favor y espera aquí, ¿okay?

Un sano consejo, pensó ella, cuando se quedó sola.

Capítulo 10

Rhage se despertó bruscamente. Cuando miró el reloj en su mesita de noche, se puso nervioso cuando pudo enfocar sus ojos y pudo leer algo. Entonces sintió fastidio cuando vio la hora que era.

¿Dónde diablos estaba Tohr? Él se había comprometido a llamarlo tan pronto como hubiese terminado con la hembra humana, pero eso había sido hacía más de seis horas.

Rhage trató de coger el teléfono y marcar el número del móvil de Tohr. Cuando le contestó el buzón de correo, maldijo y colgó el teléfono.

Cuando salió de la cama, se desperezó cuidadosamente. Estaba dolorido y enfermo del estómago, pero era capaz de moverse mucho mejor. Una ducha rápida y un set fresco de cueros hicieron que se sintiera como si fuera él mismo, y se dirigió hacia el estudio de Wrath. El amanecer llegaría pronto, y si Tohr no contestaba a su teléfono, entonces debía de estar haciendo alguna transmisión para el rey antes de volver a casa.

Las dobles puertas de la habitación estaban abiertas, y mira por donde, Thorment caminaba por la alfombra Aubusson, paseando mientras hablaba con Warth.

– Te estaba buscando.- Rhage habló arrastrado las palabras.

Tohr lo miró por encima. -Iba a ir a tu habitación después.

– Seguro que ibas a ir. ¿Qué estás haciendo, Wrath?

El Rey Ciego sonrió. -Estoy contento de ver que has vuelto a tu forma de combate, Hollywood.

– Oh, estoy preparado, todo correcto. – Rhage clavó los ojos en Tohr. -¿Tienes algo que decirme?

– No realmente.

– ¿Me estás diciendo que no sabes dónde vive la humana?

– No se si necesitas verla, ¿qué pasa con ello?

Warth se apoyó hacia atrás en su silla, poniendo sus pies sobre el escritorio. Sus enormes botas militares hacían que el delicado objeto pareciera un escabel.

Él sonrió. -¿Alguna de vosotros quiere sacar algo a colación?

– Discutimos sobre algo privado.- Murmuró Rhage. -Nada en particular.

– Un infierno que lo es.-Tohr recurrió a Wrath. -Nuestro muchacho aquí presente parece querer llegar a conocer mejor a la traductora del niño.

Warth sacudió su cabeza. -Oh, no, no lo hagas, Hollywood. Acuéstate con otra mujer. Dios sabe que, hay suficientes de ellas para ti allí fuera.- Él inclinó la cabeza hacia Tohr. -Como decía, no tengo objeciones a que el niño se una a la primera clase de aprendices, a condición de que verifiques sus antecedentes. Y la humana debe ser comprobada, también. Si el niño desaparece de repente, entonces no quiero ser la causa del problema.

– Me encargaré de ella.-Dijo Rhage. Cuando ambos lo miraron, él se encogió de hombros. -O me dejáis o seguiré a quien lo haga. En uno u otro caso, encontraré a esa mujer.