– Eres arrogante.
– Sorpresa, sorpresa. -Rió él fuertemente.- Y tú evitas mi pregunta. ¿Qué te hizo meterte en ello?
La respuesta era la lucha de su madre contra la distrofia muscular. Después de ver como su madre lo había pasado, ayudar a otras personas con sus limitaciones había sido una llamada. Tal vez era un camino para pagar la culpa por estar tan sana cuando su madre había estado tan comprometida.
Y luego Mary había sido golpeada con algunos otros compromisos serios en ella misma.
Gracioso, la primera cosa que pensó cuando fue diagnosticada fue que no era justo. Había visto a su madre enfrentarse a la enfermedad, había sufrido a su lado. ¿Entonces por qué el universo quería que ella conociera directamente la clase de dolor que había atestiguado? Por esta razón en el momento había comprendido que no había ninguna cuota en el sufrimiento de la gente, ningún umbral cuantificable que una vez llegara, conseguía milagrosamente llegar al fondo de la angustia.
– Nunca quise hacer nada más. -Ella esquivó.
– ¿Entonces por qué lo dejaste?
– Mi vida cambió.
Agradecidamente, él no siguió con ello. -¿Te gusta trabajar con niños minusválidos?
– Ellos no son…ellos no son minusválidos.
– Lo siento. -Dijo él claramente sintiéndolo.
La sinceridad en su voz hizo que abriera la tapa de su reserva de una manera que los elogios o las risas nunca harían.
– Ellos solo son diferentes. Experimentan el mundo de una manera distinta. Normal es solo que es corriente, esa no es la única manera de ser o vivir. -Ella paró, notando que él había cerrado los ojos. -¿Te estoy aburriendo?
Levantó sus párpados despacio. -Amo oírte hablar.
Mary se tragó un jadeo. Sus ojos eran del color del neón, encendidos e iridiscentes.
– Tenían que ser lentes de contacto, pensó ella. Los ojos de la gente no tenían ese color.
– La diferencia no te molesta ¿verdad?-Murmuró él.
– No.
– Eso es bueno.
Por alguna razón, ella se encontró sonriéndole.
– Tenía razón. -Susurró él.
– ¿Sobre qué?
– Eres encantadora cuando sonríes.
Mary apartó la mirada.
– ¿Qué pasa?
– Por favor no te pongas encantador. Preferiría continuar con la charla.
– Soy honesto, no encantador. Tan solo pregunta a mis hermanos. Constantemente meto la pata.
¿Había más como él? Chico, serían un infierno de postal navideña familiar.- ¿Cuántos hermanos tienes?
– Cinco. Ahora. Perdimos a uno. -Él bebió agua, como si quisiera que ella no viera sus ojos.
– Lo siento. -Dijo ella quedamente.
– Gracias. Todavía es reciente. Y lo echo de menos como el infierno.
La camarera llegó con una pesada bandeja. Cuando los platos estuvieron alineados delante de él y la ensalada de Mary estaba sobre la mesa, la mujer esperó hasta que Hal se lo agradeciera de forma significativa.
Él fue primero por el Alfredo. Hundió su tenedor en el enredo de fettucine, retorciéndolo hasta que hizo un nudo de pasta y la llevó hasta su boca. Masticó pensativamente y le puso algo de sal. Probó el filete después. Le puso un poco de pimienta. Después recogió la hamburguesa con queso. Estaba a mitad de camino de su boca cuando frunció el ceño e hizo marcha atrás. Él usó su tenedor y cuchillo para tomar un bocado.
Él comió como un caballero. Con aire casi fino.
Bruscamente, él la miró. -¿Qué?
– Lo siento, yo, ah…-Ella picó de su ensalada. Y enseguida volvió a mirarlo comer.
– Si sigues mirándome tan fijamente, voy a ruborizarme. -Él habló arrastrando las palabras.
– Lo siento.
– Yo no. Me gustan tus ojos en mí.
El cuerpo de Mary brilló a la vida. Y respondió con una gracia total lanzando un tostón de pan sobre el regazo.
– ¿Qué estás mirando? -Preguntó él.
Ella utilizó su servilleta para evitar las manchas sobre sus pantalones. -Tus modales en la mesa. Son muy buenos.
– La comida debe ser saboreada.
Ella se preguntaba como él disfrutaba así de despacio. Concentrado. Dios, ella solo podía imaginar la clase de vida amorosa que tenía. Sería asombroso en la cama. Ese cuerpo grande, de piel dorada, esos estrechos y largos dedos…
A Mary se le secó la garganta y cogió su vaso. -¿Pero tú siempre…comes tanto?
– En realidad, tengo algo cerrado el estómago. Lo estoy tomando suave.- Puso algo más de sal sobre los fettuccini. -Entonces solías trabajar con niños autistas, pero ahora estás en un despacho de abogados. ¿Qué más haces con tu tiempo? ¿Aficiones? ¿Intereses?
– Me gusta cocinar.
– ¿De verdad? Me gusta comer.
Ella frunció el ceño, intentando no imaginárselo sentándose en su mesa.
– Te has irritado otra vez.
– Ella agitó su mano. -No lo estoy.
– Sí, lo estás. No te gusta la idea de cocinar para mi, ¿verdad?
Su honestidad sin trabas la hizo pensar que podía decirle algo y le respondería con exactamente lo que pensaba y sentía. Bueno o malo.
– Hal, ¿tienes algún tipo de filtro entre tu cabeza y tu boca?
– No realmente. -Terminó el Alfredo y retiró el plato. El filete pasó después.- ¿Y sobre tus padres?
Ella suspiró. -Mi madre murió hace aproximadamente cuatro años. Mi padre fue asesinado cuando tenía dos años, estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Él hizo una pasada. -Esto es duro. Perdiste a los dos.
– Sí, así fue.
– Yo también perdía a ambos. Pero al menos fue de vejez. ¿Tienes hermanas? ¿Hermanos?
– No. Sólo éramos mi madre y yo. Y ahora solo yo.
Hubo un largo silencio. -¿Entonces cómo conociste a John?
– John…oh, John Matthew? ¿Bella te habló sobre él?
– Algo por el estilo.
– No lo conozco muy bien. Él entró en mi vida hace poco. Creo que es un niño especial, amable y creo que las cosas no han sido fáciles para él.
– ¿Conoces a sus padres?
– Él me dijo que no tiene a ninguno.
– ¿Sabes dónde vive?
– Conozco la zona de la ciudad. No es muy buena.
– ¿Quieres salvarlo, Mary?
Qué pregunta tan extraña, pensó ella.
– No creo que necesite que lo salven, pero me gustaría ser su amiga. Sinceramente, apenas lo conozco. Él sólo apareció una noche en mi casa.
Hal asintió, como si ella le hubiera dado la respuesta que el quería.
– ¿Cuándo conociste a Bella? -preguntó ella.
– ¿Te gusta tu ensalada?
Ella miró su plato. -No tengo hambre.
– ¿Estás segura sobre ello?
– Sí.
En cuanto terminó su hamburguesa y la comida frita, él pasó sobre el menú para coger la sal y la pimienta.
– ¿Te gustaría más un postre? -Preguntó él.
– No esta noche.
– Deberías comer más.
– Almorcé mucho.
– No, no lo hiciste.
Mary cruzó los brazos sobre su pecho. – ¿Cómo lo sabes?
– Puedo sentir tu hambre.
Ella dejó de respirar. Dios, aquellos ojos brillaban otra vez. Tan azules, un color infinito, como el mar. Un océano dónde nadar. Ahogarse. Morir.
– ¿Cómo sabes que estoy…hambrienta? -Dijo, sintiendo como si el mundo se escapara.
Su voz cayó hasta que fue casi un ronroneo. -¿Tengo razón, verdad? ¿Entonces por qué te importa esto ahora?
Afortunadamente, la camarera volvió para recoger los platos y rompió el momento. Cuando Hal pidió una manzana crujiente, una especie de brownie y una taza de café, Mary sintió como si regresara al planeta.
– ¿Cuál es tu profesión?-Preguntó ella.
– Esto y aquello.
– ¿Interpretando? ¿Modelando?
Él ser rió. -No. Puedo ser decorativo, pero prefiero ser útil.
– ¿Y cómo de útil?
– Creo que podría decir que soy un soldado.