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Mary tenía ganas de levantarse.

– La Dra. Delia Croce dijo que quería que le tomara los signos vitales. -La enfermera le entregó un cuadrado de tela perfectamente doblado. -Si se pone esto, ella vendrá enseguida.

Las batas eran todas iguales, también. Fino algodón, suave, azul con un pequeño estampado rosado. Había dos juegos de lazos. Ella nunca estaba segura de si se ponían aquellas malditas cosas a la derecha, si la abertura debía ir adelante o atrás. Hoy escogió hacia adelante.

Cuando ya estuvo cambiada, Mary se sentó encima de la camilla y dejó sus pies colgando. Tenía frío sin su ropa y las miró, todas muy bien dobladas sobre la silla al lado del escritorio. Pagaría un buen dinero por volver a tenerlas encima.

Con un repique y un pitido, su teléfono móvil sonó en su bolso. Ella cayó sobre el suelo colchado por sus calcetines.

Ella no reconoció el número cuando comprobó la identificación y contestó esperanzada. -¿Hola?

– Mary.

El rico sonido de la masculina voz hizo que sintiera alivio. Había estado casi segura de Hal no le iba a devolver la llamada.

– Hola. Hola, Hal. Gracias por llamar. -Ella miró a su alrededor buscando un lugar para sentarse que no fuera la mesa de revisión. Colocando la ropa sobre su regazo, ella despejó la mesa. -Mira, siento lo de anoche. Yo solo…

Hubo un golpe y luego la enfermera asomó la cabeza.

– Perdóneme, ¿nos dio su escáner óseo el julio pasado?

– Sí. Deberían estar en mi archivo.- Cuando la enfermera cerró la puerta, Mary, dijo. -Lo siento.

– ¿Dónde estás?

– Yo, ah…-Ella se aclaró la garganta. -No es importante. Sólo quería que supieras lo mal que me sentí sobre lo que te dije.

Hubo un largo silencio.

– Yo sólo me aterroricé. -Dijo ella.

– ¿Por qué?

– Tú me haces…no se, tú solo…-Mary tocó el borde de su vestido. Las palabras se desvanecieron.

– Tengo cáncer, Hal. Creo, lo he tenido y podría volver.

– Lo sé.

– Entonces te lo dijo Bella.-Mary esperó que lo confirmara, cuando él no lo hizo, ella suspiró. -No utilizo la leucemia como excusa por el comportamiento que tuve. Es sólo…Estoy en un lugar extraño ahora mismo. Mis emociones rebotan por todas partes y tenerte en mi casa-sintiéndome totalmente atraída por ti- provocó algo y repartí golpes a diestro y siniestro.

– Entiendo.

De algún modo, ella sintió que lo hacía.

Pero Dios, sus silencios la asesinaban. Ella comenzaba a parecer una idiota por mantenerlo en la línea.

– En cualquier caso, esto es todo lo que quería decirte.

– Te recogeré esta noche a las ocho. En tu casa.

Ella apretó el teléfono. Dios, quería verlo. -Te esperaré.

Desde el otro lado de la puerta del cuarto de reconocimiento, se elevó la voz de la Dra. Delia Croce y disminuyó de común acuerdo con la enfermera.

– ¿Y Mary?

– ¿Si?

– Suéltate el pelo para mí.

Hubo un golpe y entró la doctora.

– De acuerdo. Lo haré. -Dijo Mary antes de colgar. -Hey, Susan.

– Hola, Mary. -Cuando la Doctora Delia Croce cruzó la habitación, sonrió y sus negros ojos se arrugaron en las esquinas. Tenía aproximadamente unos cincuenta años, con el pelo canoso que se cuadraba en su mandíbula.

La doctora se sentó detrás del escritorio y cruzó las piernas. Cuando ella se tomó un momento para colocarse, Mary movió la cabeza.

– Odio cuando tengo razón. -Refunfuñó ella.

– ¿Sobre qué?

– Ha vuelto, ¿verdad?

Hubo una leve pausa. -Lo siento, Mary.

Capítulo 17

Mary no fue a trabajar. En lugar de ello condujo hasta su casa, se desnudó, y se metió en la cama. Una rápida llamada a la oficina y tuvo el resto del día así como también la siguiente semana completa. Iba a necesitar el tiempo. Después del largo fin de semana del Día de la Hispanidad le iban a hacer varias pruebas y segundas opiniones, y luego ella y la Dra. Delia Croce se encontrarían y discutirían las diferentes opciones.

Lo más extraño era que, Mary no se había sorprendido. En su corazón siempre lo había sabido, ellos habían obligado a que la enfermedad se retirara, no que se rindiera.

O tal vez ella solo estaba en shock y empezaba sentir la familiar enfermedad.

Cuando pensaba en lo que iba a afrontar, lo que la asustó no era el dolor; era la pérdida de tiempo. ¿Cuánto tiempo hasta que volviera a estar bajo control? ¿Cuánto tiempo duraría el siguiente respiro? ¿Cuándo podría regresar a su vida?

Ella rehusaba pensar que había una alternativa a la remisión. No iba a ir por allí.

Girándose sobre su lado, clavó los ojos en la pared del cuarto y pensó en su madre. Vio a su madre girando un rosario con las puntas de sus dedos, murmurando palabras de devoción mientras yacía en la cama. La combinación de fricción y susurros la habían ayudado a encontrar un alivio más allá de lo que la morfina le podía reportar. Porque de cierta manera, emparejada en medio de su maldición, aun en el apogeo del dolor y del miedo, su madre había creído en los milagros.

Mary había querido preguntarle a su madre si realmente pensaba que se salvaría, y no en el sentido metafórico, pero si de manera práctica. ¿Cissy verdaderamente había creído en que si decía las palabras justas y tenía los objetos correctos a su alrededor, se curaría, caminaría otra vez, viviría otra vez?

Las preguntas nunca fueron planteadas. Tan amable investigación habría sido cruel, y Mary había sabido la respuesta de todas formas. Había sentido que su madre había esperado una redención temporal antes del verdadero final.

Pero entonces, tal vez Mary solo había proyectado lo que había esperado con ilusión. Para ella, salvarse significaba tener una vida como la de una persona normaclass="underline" tú estarás saludable y fuerte, y el prospecto de la muerte, apenas un hipotético conocimiento lejano. Una deuda pagada completamente en un futuro que no podrías imaginar.

Quizá su madre lo había mirado de otro modo, pero una cosa era segura: el resultado no se había alterado. Las oraciones no la habían salvado.

Mary cerró los ojos, y el excesivo cansancio se la llevó. Como se la tragó del todo, agradeció la temporal vacuidad. Durmió durante horas, entrando y saliendo de la conciencia, desplomada en la cama.

Se despertó a las siete en punto y trató de alcanzar el teléfono, marcando el número que Bella la había dado para comunicarse con Hal. Colgó el teléfono sin dejar ningún mensaje. Debería haberlo cancelado, porque no iba a ser una gran compañía, pero maldición, se sentía egoísta. Quería verle. Hal la hacía sentirse viva, y ahora mismo estaba desesperada por esa excitación.

Después de una rápida ducha, se puso rápidamente una falda y un jersey de cuello alto. En el espejo de cuerpo entero que había en la puerta del cuarto de baño las dos estaban más sueltas de lo que tenían que estar, y pensó en el peso de esa mañana en la consulta de la doctora. Probablemente debería comer como Hal esta noche, porque Dios sabía que no había razón para estar a dieta ahora mismo. Si la orientaban hacia otra ronda de quimioterapia, entonces debería hacer un equipaje en libras.

El pensamiento la congeló en el lugar.

Se pasó las manos por su pelo, retirándolo de su cuello cabelludo, pasándolo a través de sus dedos y dejándolo caer sobre sus hombros. Tan poco notorio todo marrón, pensó ella. Y tan importante en el esquema más grande de las cosas.

La idea de perderlo la hizo querer llorar.

Con una expresión severa, ella junto las puntas, retorciéndolas en un nudo y atándolas en su lugar.

Estaba en la puerta de la calle esperando en el camino de entrada unos minutos más tarde. El frío la golpeó y comprendió que había olvidado ponerse un abrigo. Volvió a dentro, cogió una chaqueta de lana negra y perdió sus llaves en el proceso.