– Vas a acomplejarme. ¿Qué pasa si deseo pasar un poco de mi tiempo contigo?
– ¿Necesitas que te lo explique detalladamente? Soy una mujer de la media que tiene un trabajo de la media. Eres muy guapo. Sano. Fuerte…
Diciéndose que era diez veces estúpido, él se colocó frente a ella y puso sus manos sobre la base de su cuello. Iba a besarla otra vez, aun cuando no debería. Y este no iba a ser de la clase del que le había dado delante de su casa.
Cuando él bajo su cabeza, la extraña vibración en su cuerpo se intensificó, pero no se paró. Infiernos si iba a dejara su cuerpo imponerse sobre él esta noche. Sujetando el zumbido, apretó la sensación a pura fuerza de voluntad. Cuando logró suprimirlo, se sintió aliviado.
Y determinado a adentrarse en ella, aunque sólo fuera con su lengua en la boca.
Mary miró los eléctricos ojos azules de Rhage. Podría haber jurado que ardían en la oscuridad, aquella luz verde azulada en realidad salía de ellos. Ella había sentido una cosa parecida en el aparcamiento.
El vello se su nuca se le erizó.
– No te preocupes por el brillo.- Dijo él suavemente, como si hubiera leído su mente. -No es nada.
– No lo entiendo.-Susurró ella.
– No lo intentes.
Él cerró la distancia entre ellos, descendiendo. Sus labios eran suaves como el ante contra los suyos, prolongándolo, ciñéndola. Su lengua salió y le acarició la boca.
– Ábrete para mí, Mary. Déjame entrar.
La lamió hasta que ella los separara para él. Cuando su lengua se deslizó dentro de ella, el empuje aterciopelado la golpeó entre los muslos y alivió en su cuerpo, el calor la atravesó cuando sus pechos encontraron su pecho. Ella lo agarró por los hombros, intentando acercarsela todos aquellos músculos y al calor.
Ella tuvo éxito durante solo un momento. Bruscamente, él separó sus cuerpos, aunque mantuvo el contacto con sus labios. Ella se preguntó si todavía la estaba besando para ocultar el hecho de que él se había retirado. ¿O tal vez solo intentaba refrescarla un poco, cuando ella había estado demasiado agresiva o algo así?
Ella giró su cabeza hacia un lado.
– ¿Qué pasa? -Preguntó él. -Estás dentro de esto.
– Sí, bien, no lo bastante para los dos.
Él la detuvo antes de que se distanciara un paso rechazando dejar su cuello.
– No quiero parar, Mary. -Sus pulgares acariciaron la piel de su garganta y luego presionaron sobre su mandíbula e inclinó su cabeza hacia atrás. -Quiero que estés caliente. Bastante caliente para no sentir nada excepto a mí. No pensarás en nada más que en lo que te hago. Te quiero líquida.
Él se dobló y tomó su boca, entrando profundamente, comiéndosela. Buscó en todas las esquinas hasta que no hubo ningún lugar en su interior que no hubiese explorado. Entonces cambió el beso, retirándose y avanzando, una rítmica penetración que hizo que estuviera más mojada y aún más lista para él.
– Exacto, Mary. -Dijo él contra sus labios. -Déjate ir. Dios, puedo oler tu pasión…eres exquisita.
Sus manos fueron de arriba abajo, yendo bajo las solapas de su abrigo, sobre sus clavículas. ¡Por Dios! Se había perdido en él. Si él le hubiera pedido que se quitara la ropa, ya se habría desnudado. Si él le hubiera dicho que se tendiera sobre la tierra y se abriera de piernas, ella habría preparado la hierba para él. Cualquier cosa. Cualquier cosa que quisiera, lo que fuera con tal de que nunca dejara de besarla.
– Voy a tocarte. -Dijo él. -No lo bastante, no realmente lo bastante. Pero un poco…
Sus dedos se movieron sobre su jersey de cuello alto de cachemira, yendo más y más abajo y…
Su cuerpo se sacudía con fuerza cuando él encontró sus apretados pezones.
– Tan lista para mí. -Murmuró él, cogiéndolos. -Querría tomarlos en mi boca. Quiero amantarme de ti, Mary. ¿Vas a dejarme hacerlo?
Sus palmas aplanadas tomaron el peso de sus pechos.
– ¿Querrías, Mary si estuviéramos solos? ¿Si estuviéramos en una agradable cama caliente? ¿Se estuvieras desnuda para mí? ¿Me dejarías probarlos? -Cuando ella asintió, él rió con ferocidad. -Sí, tú querrías ¿Dónde además querrías mi boca?
– Él la besó duramente cuando ella no contestó. -Dímelo.
Su respiración salió en una muda prisa. Ella no podía pensar, no podía hablar.
Él tomó su mano y la puso a su alrededor.
– Entonces muéstrame, Mary. – Dijo él a su oído.- Muéstrame dónde quieres que vaya. Condúceme. Vamos. Hazlo.
Incapaz de parar, ella tomó su palma y la puso sobre su cuello. En lento barrido, la devolvió a su pecho. Él ronroneó con aprobación y la besó a un lado de la mandíbula.
– Sí, allí. Sabemos que quieres que vaya allí. ¿Dónde más?
Estúpida, fuera de control, ella condujo su mano hacia su estómago. Entonces bajó a su cadera.
– Bueno. Esto es bueno. -Cuando ella vaciló, él susurró. – No te pares, Mary. Sigue. Muéstrame dónde quieres que vaya.
Antes de que ella perdiera el ánimo, puso su mano entre las piernas. Su holgada falda cedió al paso, dejándolo entrar y un gemido se le escapó cuando percibió su palma sobre su centro.
.Oh, sí, Mary. Así es. -Él la acarició y ella se agarró a sus gruesos bíceps, echándose hacia a delante. -Dios, me quemas vivo. ¿Estás tan mojada para mí, Mary? Creo que sí. Pienso que estás cubierta de miel…
Necesitando tocarlo, ella puso sus manos bajo su chaqueta, en su cintura, sintiendo el crudo y atemorizante poder de su cuerpo. Pero antes de que pudiera alejarse, él apartó sus brazos y le sostuvo las muñecas con una mano. Claramente él no iba a parar, sin embargo. La presionó hacia atrás con su pecho, hasta que ella sintió un sólido árbol contra su espalda.
– Mary, permíteme hacerte sentir bien. -A través de su falda, sus dedos sondearon y encontraron el punto de placer. -Quiero hacer que llegues. Aquí y ahora.
Cuando ella gritó, él comprendió que estaba al borde del orgasmo y él estaba completamente alejado, un ingeniero de su lujuria quien no sentía nada él mismo: su respiración era serena, su voz estable, su cuerpo sin ninguna afectación.
– No. -Gimió ella.
La mano de Hal cesó las caricias. -¿Qué?
– No.
– ¿Estás segura?
– Si.
Al instante, él se echó hacia atrás. Y mientras él estuvo de pie calmado delante de ella, ella intentó recobrar el aliento.
Su fácil consentimiento le dolió, pero ella se preguntó por qué él lo había hecho. Tal vez llegaba estando en control. Infiernos, hacer que una mujer jadeara debía ser un viaje de poder fabuloso. Y eso explicaría por qué él quería estar con ella y con aquellas chicas sexys. Una no- tan-atractiva mujer podría ser más fácil para permanecer distante.
La vergüenza apretó su pecho.
– Quiero volver. Dijo ella, a punto de ponerse a llorar. -Quiero ir a casa.
Él suspiró. -Mary…
– Si piensas pedirme perdón, voy a enfermar…
De repente, Hal frunció el ceño y ella comenzó a estornudar.
Dios, por alguna razón, su nariz sentía un estremecimiento como si se le escapara. Algo había en el aire. Dulce. Como el detergente de la lavandería. ¿O era tal vez talco de bebés?
La mano de Hal golpeó su brazo. -Échate al suelo. Ahora mismo.
– ¿Por qué? Qué…
– Échate al suelo. -Él la empujó hasta sus rodillas. -Mantén tu cabeza a cubierto.
Girando a su alrededor, se plantó delante de ella, sus pies separados, la manos delante de su pecho. Desde la separación de sus piernas, ella vio a dos hombres salir desde un lugar de arces. Estaban vestidos con ropas de trabajo negras, su piel pálida y su pelo brillaban a la luz de la luna. La amenaza que se les había echado encima en el parque la hizo comprender lo lejos que ella y Hal habían estado vagando.
Ella buscó en su bolso su teléfono móvil e intentó convencerse que estaba reaccionando de una forma exagerada.