Mientras la memoria lo golpeaba, algo se movió en lo más profundo de su interior. En el nivel de sus sueños. Algo viejo…
– He venido para hablar contigo. ¿Me dejarás entrar?
Con el arma en su mano, John fue a la puerta y la abrió, manteniendo la cadena en su lugar. Estiró el cuello hacia arriba, para encontrarse con los ojos azul oscuro del hombre. Una palabra le vino a la memoria, una que no entendía.
Hermano.
– ¿Quieres reponer el seguro de esa arma, hijo?
John negó con la cabeza, atrapada entre el eco de un extraño recuerdo en su cabeza y que estaba delante de éclass="underline" un hombre mortal de cuero.
– Bien. Solo vigila dónde apuntas. No te ves muy cómodo con esa cosa y no quiero la molestia de tener un agujero en mí. -El hombre miró la cadena. -¿Me dejarás entrar?
Dos puertas más abajo, una volea de elevados gritos fueron in crescendo y terminaron con el sonido de un cristal roto.
– Vamos, hijo. Un poco de intimidad será bueno.
John alargó profundamente hacia su pecho y al alrededor de sus instintos buscando cualquier sensación de peligro real. No encontró nada, a pesar de que el hombre era grande y dura e indudablemente armado. Alguien como él solo tenía que hacer las maletas.
John retiró la cadena y se distanció, bajando el arma.
El hombre cerró la puerta detrás de él. -¿Recuerdas que nos encontramos, verdad?
John asintió, preguntándose por que sus recuerdos habían vuelto tan deprisa. Y por qué el terrible dolor de cabeza había llegado con ellos.
– Recuerdas sobre lo que estuvimos hablando. ¿Sobre el entrenamiento que te ofrecemos?
John puso el seguro del arma en su lugar. Recordó todo y la curiosidad que lo había golpeado, volvió. Así como un feroz anhelo.
– Entonces ¿te gustaría unirte y trabajar con nosotros? Y antes de que me digas que no eres lo bastante grande, conozco a muchos tipos de tu tamaño. De hecho, tenemos una clase de hombres que son justo como tú.
Manteniendo sus ojos sobre el forastero, John se puso el arma sobre su bolsillo trasero y se acercó a la cama. Cogió un bloc de papel y un bolígrafo Bic y escribió: No tengo $
Cuando él le enseñó el bloc, el hombre leyó sus palabras. -No tienes que preocuparte por eso.
John garabateó, Sí, lo hago y giró el papel.
– Controlo el lugar y necesito alguna ayuda en materia administrativa. Podrías trabajar para cubrir el coste. ¿Sabes algo de ordenadores?
John negó con la cabeza, pareciendo un idiota. Todo lo que sabía hacer era recoger platos, vasos y lavarlos. Y este tipo no necesitaba un ayudante de camarero.
– Bien, conseguiremos que un hermano que sepa de esas malditas cosas te eche una mano. Él te enseñará. -El hombre sonrió un poco. -Trabajarás. Te entrenarás. Estará bien. Y hablarás con mi shellan. Ella se sentiría muy feliz si te quedaras con nosotros mientras estés en la escuela.
John entrecerró sus párpados, creciendo su cautela. Esto sonaba de todas formas como un bote salvavidas. ¿Pero como era que este tipo quería salvarlo?
– ¿Quieres saber por qué hago esto?
Cuando John asintió con la cabeza, el hombre se quitó el abrigo y desabotonó la mitad superior de su camisa. Dejó la cosa abierta, exponiendo su pectoral izquierdo.
Los ojos se pegaron a la circular cicatriz que le era enseñada.
Cuando él se puso la mano sobre su propio pecho, el sudor estalló a través de su frente. Tenía una rara sensación de que algo trascendental se deslizaba en el lugar.
– Eres uno de nosotros, hijo. Es tiempo de que vuelvas a la casa Det. Familia.
John dejó de respirar, un extraño pensamiento se deslizó por su cabeza: Por fin, me han encontrado.
Pero entonces la realidad se le precipitó hacia delante, chupando la alegría de su pecho.
No le pasaban milagros. Su buena suerte se le había secado antes de que hubiera sido consciente de que había tenido alguna. O tal vez era más bien la fortuna la que lo había evitado. En cualquier caso, este hombre vestido de cuero negro, que venía de alguna parte, ofreciéndole una escotilla de salvamento del horrible lugar en el que vivía, era demasiado bueno para ser verdad.
– ¿Quieres más tiempo para pensártelo?
John negó con la cabeza y se distanció, escribiendo, quiero quedarme aquí.
El hombre frunció el ceño cuando leyó las palabras. -Escucha, hijo, estás en un momento peligroso de tu vida.
Vaya mierda. Había invitado al tipo a entrar, sabiendo que nadie vendría en su ayuda si gritara. Sintió su arma.
– Bien, cálmate. Ya me dirás. ¿Puedes silbar?
John asintió con la cabeza.
– Aquí está el número dónde puedes localizarme. Silba en el teléfono y sabré que eres tú. -El tipo le dio una pequeña tarjeta. -Te daré un par de días. Llama si cambias de idea. Si no lo haces, no te preocupes por ello. No recordarás nada.
John no tenía ni idea de qué hacer con ese comentario, entonces él se quedó mirando fijamente los números negros grabados, perdiéndose en todas las posibilidades e improbabilidades. Cuando miró hacia arriba, el hombre se había ido.
Dios, no había oído abrir y cerrarse la puerta.
Capítulo 21
Mary salió del sueño con un violento espasmo. Un profundo grito retronó en su sala de estar, rompiendo la tranquila mañana. Se irguió de golpe, pero fue apartada hacia un lado otra vez. Entonces el sofá entero estaba inclinado alejado de la pared.
En la gris luz del alba, vio el petate de Rhage. Su abrigo.
Y comprendió que él había saltado detrás del diván.
– ¡Las persianas! -Gritó él. -¡Baja las persianas!
El dolor en su cortante voz la turbó haciéndola correr por la habitación. Ella cubrió cada ventana hasta que la única luz que entraba desde fuera entraba por la cocina.
– Y aquella puerta, también…-Su voz se resquebrajó. -La de la otra habitación.
Ella la cerró rápidamente. Ahora estaba completamente oscuro excepto por el brillo de la TV.
– ¿El cuarto de baño tiene ventana? -preguntó él bruscamente.
– No, no tiene. ¿Rhage, que ha pasado? -Ella comenzó a inclinarse hacia el borde del sofá.
– No te acerques a mí.-Las palabras sonaron estranguladas. Y seguidamente una maldición picante.
– ¿Estás bien?
– Solo deja…que recobre el aliento. Necesito que me dejes solo ahora.
Ella dio la vuelta al sofá de todas formas. En la oscuridad, vagamente solo podía distinguir la gran silueta de él.
– ¿Qué ha pasado Rhage?
– Nada.
– Sí, obviamente. -Caray, ella odió la tenaz rutina del tipo. -¿Es por la luz solar, verdad? Eres alérgico a ella.
Él rió ásperamente. -Se podría decir eso. Mary, para. No vengas aquí.
– ¿Por qué no?
– No quiero que me veas.
Ella lo alcanzó y encendió la lámpara más cercana. El sonido de un silbido resonó en la habitación.
Cuando su vista se adaptó, vio a Rhage tumbado boca arriba, un brazo atravesando su pecho, el otro sobre sus ojos. Había una repugnante quemadura sobre la piel expuesta por las mangas enrolladas. Él hacía muecas por el dolor, sus labios retirados hacia atrás…
Se le heló la sangre.
Colmillos.
Dos largos caninos estaban alojados entre sus dientes superiores.
Él tenía colmillos.
Ella debió jadear por que él refunfuñó.-Te dije que no miraras.
– Jesucristo. -Susurró ella. -Dime que son falsos.
– No lo son.
Ella caminó hacia atrás hasta que se tropezó contra la pared. Santo…buen Dios.
– ¿Qué…eres tú? -Ella se ahogaba.
– Nada de luz solar. Colmillos con onda. -Él respiraba desigualmente. -Haz una conjetura.
– No…no es…
Él gimió y luego ella escuchó un movimiento, como si él se removiera. -¿Puedes hacerme el favor de apagar aquella lámpara? Se me han tostado las retinas y necesitan algo de tiempo para recuperarse.