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– ¿No deberías tomar algo? -Le dijo ella.

– No antes de que estés llena.

– ¿Y si me lo como todo?

– Nada me complacería más que saber que tú estás bien alimentada.

Amigos, ella se dijo. Solo amigos.

– Mary, come para mí. -Su insistencia consiguió que abriera la boca otra vez. Sus ojos se quedaron sobre sus labios después de que ella los cerrara.

Jesús. Esto no parecía de amigos.

Cuando ella masticó, Rhage escogió un trozo del tazón de fruta con las yemas de los dedos. Él finalmente escogió una rebanada de melón y se lo presentó. Ella tomó el pedazo, un poco de jugo resbaló por la comisura de su boca. Ella fue a limpiarse con el dorso de la mano, pero él la paró, levantando la servilleta, acariciando su piel.

– He terminado.

– No, no lo has hecho. Puedo sentir tu hambre. -Esta vez media fresa fue hacia ella. -Ábrela para mí.

Él la alimentó con bocados selectos, mirándola con primordial satisfacción que era la diferencia que ella había visto antes.

Cuando ella no pudo tomar otro bocado, él hizo un trabajo rápido de lo que había dejado y cuando terminó, ella recogió el plato y se dirigió a la cocina. Le hizo otra tortilla, llenó el tazón con cereales, y le dio la última de sus bananas.

Su sonrisa fue brillante cuando lo puso todo delante de él. -Como me honras con todo esto.

Cuando él comió de aquel modo metódico, tan ordenado, ella cerró los ojos y dejó que su cabeza se recostara contra la pared. Ella cada vez se cansaba más fácilmente y sintió una puñalada de de frío terror ahora que sabía el por qué. Dios, temía averiguar que los médicos iban a averiguar después de todas las pruebas.

Cuando ella abrió los ojos, la cara de Rhage estaba frente a ella.

Ella se echó hacia atrás, golpeándose contra la pared. -Yo, ah, no te oí moverte.

Agachado a cuatro patas como un animal preparado para saltar, él puso un brazo entre sus piernas, sus macizos hombros aguantando el peso de su torso. Al final, era enorme. Enseñaba mucha piel. Y olía realmente bien, como a oscuras especias.

– Mary, te agradecería, si tú me permitieras.

– ¿Cómo? Ella susurró.

Él inclinó su cabeza de lado y puso sus labios sobre los de ella. Cuando ella jadeó, su lengua penetró su boca y la acarició. Cuando él se retiró para evaluar su reacción, sus ojos brillaban con la promesa del éxtasis, del tipo que hervía la médula ósea.

Ella se aclaró la garganta. -De nada.

– Volvería a hacerlo otra vez, Mary. ¿Me dejarás?

– Un simple agradecimiento estaría bien. Realmente yo…

Sus labios la cortaron y luego su lengua asumió otra vez, invadiéndola, tomándola, acariciándola. Cuando el calor rugió en su cuerpo, Mary dejó de luchar y saboreó la loca lujuria, la palpitación de su pecho, el dolor de sus pechos y entre las piernas.

Oh, Dios. Esto había sido tan largo. Y nunca se había parecido a esto.

Rhage soltó un ronroneo bajo, como si él hubiese sentido su excitación. Ella sintió como su lengua se retraía y luego tomó su labio inferior entre su…

Colmillos. Aquellos colmillos pellizcaban su carne.

El miedo se coló por su pasión y lo espesó, agregando un borde peligroso que la abrió hasta más allá. Puso sus manos sobre sus brazos. Dios, era tan duro, tan fuerte. Él se sentiría tan pesado encima de ella.

– ¿Me dejarás yacer contigo? Le preguntó él.

Mary cerró los ojos, imaginándoselos yendo más allá de los besos a un lugar dónde ellos estarían desnudos juntos. No había estado con un hombre desde mucho antes de su enfermedad. Y mucho de su cuerpo había cambiado desde entonces.

Ella tampoco sabía de dónde venía su deseo de estar con ella. Los amigos no tenían sexo. No en su libro, de todas formas.

Ella negó con su cabeza. -No estoy segura.

La boca de Rhage cayó sobre la suya otra vez, brevemente. -Solo quiero acostarme a tu lado ¿Vale?

Traducción literal…de acuerdo. Excepto como lo miraba fijamente, ella no podía hacer caso a las diferencias entre ellos. Ella estaba sin aliento. Él estaba tranquilo. Ella mareada. Él estaba lúcido.

Ella tenía calor. Él…no.

Bruscamente él sentó contra la pared y tiró de la manta que colgaba del diván hasta su regazo. Ella se preguntó durante una fracción de segundo si él estaba ocultando una erección.

Sí, de acuerdo. Probablemente él tenía frío por que estaba medio desnudo.

– ¿De repente recordaste quien soy? -Le preguntó él.

– ¿Perdón?

– ¿Qué te quitó las ganas?

Ella recordó aquellos colmillos sobre sus labios. La idea de que él era un vampiro volvió. -No.

– ¿Entonces por qué te cerraste? ¿Mary? Sus ojos manteniéndolos en los suyos. -Mary, ¿me dirás que sucede?

Su confusión cuando él la miró era espantosa. ¿Pensaba que a ella no le importaría ser una jodida compasión?

– Rhage, aprecio hasta dónde estás dispuesto a llegar en nombre de la amistad, pero no me hagas ningún favor, ¿vale?

– Te gusta lo que te hago. Puedo sentirlo. Puedo olerlo.

– Por todos los santos, ¿te excita hacer que resienta avergonzada? Porque te diré, que tener un hombre que me moleste y me encienda mientras él bien podría estar leyendo un periódico no se siente bien sobre mi final. Dios…estás realmente enfermo, ¿sabes?

Aquella mirada fija de neón se estrechó ofendida. -Piensas que no te quiero.

– Oh, lo siento. Me imagino que me perdí toda tu lujuria. Sí, realmente estás caliente por mí.

Ella no podía creer lo rápido que él se movió. En un minuto él estaba recostado contra la pared, mirándola. Al siguiente él la tenía sobre el suelo, debajo de él. Su muslo abriéndole las piernas y luego sus caderas se condujeron a su centro. Lo qué llegó contra ella fue dura y gruesa longitud.

Su mano enredada en su pelo y tiró, arqueándola sobre él. Él dejó caer su boca sobre su oído.

– ¿Lo sientes Mary? Él frotó su excitación en apretados círculos, acariciándola, haciéndola florecer para él. -¿Me sientes? ¿Sabes lo que significa?

Ella jadeaba por aire. Ahora estaba muy mojada, su cuerpo listo para conducirlo profundamente a su interior.

– Dime lo que significa, Mary. -Cuando ella no contestó, él aspiró su cuello hasta que le empezó a doler y luego tomó el lóbulo de su oído entre sus dientes. Pequeños castigos. -Quiero que lo digas. Entonces sabré que te queda claro lo que siento.

Su mano libre bajó hasta su culo, acercándola más y luego la empujó contra su erección, golpeando el lugar correcto. Ella podía sentir la cabeza de él sondeando a través de sus pantalones y su pijama.

– Dilo, Mary.

Él surgió hacia delante otra vez y ella gimió. -Me deseas…

– Y vamos a asegurarnos de que lo recuerdas, ¿verdad?

Él liberó su pelo y tomó sus labios con un crudo filo. Él estaba por todas partes, dentro de su boca, sobre su cuerpo, su calor, su masculino olor y su enorme erección que le prometía un infernal paseo salvaje, erótico.

Pero entonces él se separó de ella y se volvió al lugar donde había estado contra la pared. Así como así, él volvía a estar controlado otra vez. Incluso su respiración. Su cuerpo también.

Ella luchó por volverse a sentar, intentando recordar como utilizar sus brazos y piernas.

– No soy un hombre, Mary, aún cuando mis partes se parezcan. Lo que has tenido no es nada comparado con lo que quiero hacerte. Quiero mi cabeza entre tus piernas lamiéndote hasta que grites mi nombre. También quiero montarte como un animal y mirar tus ojos cuando esté dentro de ti ¿Y después de esto? Quiero tomarte de cada forma. Quiero hacértelo por detrás. Quiero echarte un polvo, contra la pared. Quiero que te sientes sobre mis caderas y me montes hasta que ya no pueda respirar. -La miraba a su nivel, brutal en su honestidad. -Pero nada de esto va a pasar. Si lo sintiera menos, sería diferente, más fácil. Pero tú le haces algo extraño a mi cuerpo por lo que controlarme totalmente que es la única manera que puedo estar contigo. No puedo aflojarlo y lo último que quiero es darte un susto infernal. O peor, hacerte daño.