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– Escucha, Mary, en aproximadamente una hora y cuarenta y cinco minutos, escucharás que las persianas se cerrarán durante el día. Se deslizan sobre las ventanas hacia abajo. No es que haga mucho ruido, pero no quiero que te asustes.

– Gracias.

Rhage se dejó caer sobre el edredón y cruzó los pies sobre sus tobillos. Todo esto lo irritaba, la habitación caliente, el PJs, la ropa. Ahora sabía como se sentían los regalos, todo rígido como en papeles y cintas: picante.

– ¿Normalmente llevas todo eso cuando te vas a dormir?- Le preguntó ella.

– Absolutamente.

– ¿Entonces por qué aún tienes puesta la etiqueta de la ropa?

– Es que en caso de que quiera otra, sabré cual es.

Él se giró sobre su lado, distanciándose de ella. Rodando sobre sí mismo hasta que se quedó mirando fijamente hacia el techo. Un minuto más tarde, se colocó sobre su estómago.

– Rhage. -Su voz fue adorable en la oscura quietud.

– ¿Qué?

– Duermes desnudo, ¿verdad?

– Ah, normalmente.

– Mira, te puedes quitar la ropa. No va a molestarme.

– No quería que te sintieras…incómoda.

– Me hace estar más incómoda que te arrojes sobre aquel lado de la cama. Parezco una ensalada revuelta en este lado.

Él habría reído en silencio por su razonable tono, pero la bomba caliente que tenía entre las piernas aspiró directamente todo su humor.

Ah, infiernos, si pensaba en el atuendo tenía que ir a guardarlo comprobándolo, estaba fuera de sí. La quería tan duramente que excepto la cota de malla, lo que llevara o no llevara no iba marcar la diferencia.

Manteniéndose de espaldas a ella, se levantó y se desnudó. Con algunas artimañas, logró meterse bajo el edredón sin dirigirle ni una mirada de lo que llevaba entre manos debajo de él. Aquel monstruoso despertar no era para que ella no lo supiera.

Él se mantuvo a distancia de ella, echándose sobre su lado.

– ¿Puedo tocarte? -Le preguntó ella.

Su erección se tensó, como si se ofreciera voluntario para ser “ello”. -¿Tocar qué?

– El tatuaje. Me gustaría…tocarlo.

Dios, ella estaba muy cerca de él y aquella voz suya, voz dulce, hermosa- era mágica. Pero el zumbido en su cuerpo hacía que pareciese que tenía un mezclador de pintura en la tripa.

Cuando se quedó tranquilo, ella murmuró. -No importa. No hago…

– No. Es solo… -Mierda. El odió la distancia en su tono.-Mary, está bien. Haz lo que quieres.

Oyó el roce de las sábanas. Sintió como el colchón se movió un poco. Y luego las yemas de sus dedos rozaron su hombro. Él siguió estremeciéndose.

– ¿Dónde te lo hicieron? -Susurró ella, remontando el contorno de la maldición. -El material gráfico es extraordinario.

Todo su cuerpo se tensó cuando sintió con precisión cuando ella estuvo sobre la bestia. Ella pasaba a través de su garra delantera izquierda y lo sabía por que sintió la correspondencia del zumbido en su propio miembro.

Rhage cerró lo ojos, atrapado entre el placer de tener su mano sobre él y la realidad que coqueteaba con el desastre. La vibración, la quemazón -ella lo elevaba todo, llamaba a la oscuridad en su corazón, lo más destructivo de él.

Él respiró a través de sus dientes cuando ella le acarició el flanco de la bestia.

– Tu piel es tan lisa. -Dijo ella, pasando su palma por la zona inferior de su espalda.

Congelado en el lugar, incapaz de respirar, rezó para tener autocontrol.

– Y…bueno, de todos modos. -Ella se retiró. -Creo que eres hermoso.

Él ya estaba encima de ella antes de que supiera que se había movido. Y no era un caballero. Empujó su muslo entre sus piernas, fijó sus brazos sobre su cabeza y buscando su boca con la propia. Cuando ella se acercó hacia él, él agarró el borde de su camisón y tiró de él con fuerza. Iba a tomarla. En este momento y en su cama, tal como había querido.

Y ella iba a ser perfecta.

Sus muslos se dejaron vencer por él, abriéndose ampliamente y ella lo animó, su nombre un gemido ronco que abandonó sus labios. El sonido encendido de una violenta sacudida en él, que oscureció su visión y enviando pulsos a sus brazos y piernas. Tomarla lo consumía, lo despojaba de cualquier tapa civilizada que había sobre sus instintos. Él era la materia prima, salvaje y…

Al borde de la implosión que quemaba que era la tarjeta de visita de la maldición.

El terror le dio la fuerza para saltar hacia atrás y separase de ella, tropezando por el cuarto. Se golpeó con algo. La pared.

– ¡Rhage!

Hundiéndose en el suelo, él puso sus temblorosas manos sobre su cara, sabiendo que sus ojos estaban en blanco. Su cuerpo estaba tan sacudido que sus palabras salieron como ondas. -Estoy fuera de mi mente…Esto es…Mierda, no puedo…tengo que alejarme de ti.

– ¿Por qué? No quiero que pares…

Él le habló directamente. -Tengo sed de ti, Mary. Estoy maldito…hambriento, pero no puedo tenerte. No te tomaré…a ti.

– Rhage. -Ella se quebró, como si intentara comunicarse con él. -¿Por qué no?

– No me quieres. Confía en mí, realmente no me quieres así.

– Un infierno que no quiero.

Él no estaba a punto de decirle que era una bestia que esperaba el acontecimiento. Entonces decidió repugnarla en vez de asustarla. -He tenido a ocho mujeres diferentes esta semana.

Hubo una larga pausa. -Buen Dios…

– No quiero mentirte. Nunca. Pero déjame ser muy claro. He tenido mucho sexo anónimo. He tenido muchas mujeres, ninguna por la que me haya preocupado. Y no quiero que pienses que alguna vez te utilizaría así.

Ahora que sus pupilas volvían a ser negras, él la miró.

– Dime que practicas el sexo seguro. -Refunfuñó ella.

– Cuando las mujeres me lo comentaban, lo hacía.

Sus ojos llamearon. -¿Y cuando ellas no lo hacen?

– Yo no puedo padecer ni siquiera un resfriado común, de la misma manera no puedo contagiarme el VHI o Hep C o cualquier enfermedad de transmisión sexual, tampoco. Los virus de los humanos no nos afectan.

Ella se colocó las sábanas sobre los hombros. -¿Cómo sabes que no las dejas embarazadas? O no pueden los humanos y los vampiros…

– Los híbridos son raros, pero ocurre. Y es obvio para mí cuando las mujeres están fértiles. Puedo olerlas. Si lo están o están cerca, no tengo sexo con ellas, hasta uso protección. Mis niños, cuando los tenga, nacerán en la seguridad de mi mundo. Y amaré a su madre.

Los ojos de Mary cambiaron de camino, quedándose fijos, atormentados. Él admiró lo que ella miraba fijamente. Era la Virgen y el Niño que había pintado sobre el aparador.

– Me alegra que me lo hallas dicho. -Dijo ella finalmente. -¿Pero por qué tiene que ser con extrañas? Por qué no puede ser con alguien como tú…En realidad, no me contestes. No es asunto mío.

– Yo preferiría estar contigo, Mary. No estar en tu interior es una tortura…te quiero tanto que no puedo soportarlo. – Él apagó su respiración. -¿Pero puedes decirme francamente que me quieres ahora? Aunque…infiernos, incluso si lo quisieras, hay todavía algo más. La forma en que estás en mi cabeza, es como te dije antes. Me asusta perder el control. Me afectas de una manera diferente a las otras mujeres.

Hubo otro largo silencio. Ella lo rompió.

– Dime otra vez que eres un miserable y que no dormiremos juntos.- Dijo ella secamente.

– Soy un completo miserable. Dolorido. Duro todo el tiempo. Trastornado y fastidiado.

– Bueno -Ella sonrió un poco. -Chico, ¿soy una perra, verdad?

– De ningún modo.

La habitación se quedó tranquila. Eventualmente él yació sobre el suelo y se acurrucó, descansando su cabeza sobre su brazo.

Ella suspiró. -No espero que duermas en el suelo ahora.

– Es lo mejor.