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Dios mío, él era tan pequeño.

Él puso sus pies en el agua y sonrió.

Está fría, afirmó él.

– ¿Quieres un suéter?

Él negó con la cabeza y movió sus pies en círculos.

– ¿Cómo te llamas?

– John Matthew.

Mary sonrió, pensó que tenían algo en común. -Dos profetas del Nuevo Testamento.

Las monjas me lo pusieron.

– ¿Monjas?

Hubo una larga pausa, como si él debatiera qué decirle a ella.

– ¿Estabas en un orfanato? -Ella apuntó amablemente. Ella recordó que había uno en la ciudad, Nuestra Señora de la Gracia.

Nací en un cuarto de baño de una estación de autobuses. El empleado de la limpieza que me encontró me llevó a Nuestra Señora. A las monjas se les ocurrió ese nombre.

Ella contuvo su respingo. -Ah, ¿dónde vives ahora? ¿Te adoptaron?

Él negó con la cabeza.

– ¿Padres adoptivos? – Por favor, Dios, deja que tenga padres adoptivos. Padres adoptivos agradables. Que lo resguardaran del frío y lo alimentaran. Buena gente que le dijeran que les importaba incluso cuando sus padres habían desertado.

Cuando él no contestó, ella vio sus viejas ropas, y la vieja expresión en su cara. Él no miró como si hubiera conocido muchas cosas agradables.

Finalmente, sus manos se movieron. Vivo en Tenth Street.

Lo que quería decir que vivía en un edificio no habitable o era el inquilino de una casucha infestada de ratas. Cómo lograba estar tan limpio era un milagro.

– Vives cerca de las oficinas de la línea directa, ¿verdad? Por lo cual tú sabrías que estuve esta tarde a pesar del cambio.

Él asintió. Mi apartamento está enfrente. La observo ir y venir, pero no en una forma furtiva. Creo que pienso en usted como en una amiga. Cuando llamé la primera vez… sabe, fue como un capricho o algo por el estilo. Usted contestó… y me gustó como sonaba su voz.

Él tenía bellas manos, pensó ella. Como las una chica. Graciosas. Delicadas.

– ¿Y me has seguido hasta casa esta noche?

Bastantes noches. Tengo una bicicleta, y usted es una conductora lenta. Me figuro que si velo por usted, estará más segura. Siempre se queda hasta tarde, y esa no es una buena zona del pueblo para que una mujer esté sola. Aún si va en un coche.

Mary negó con la cabeza, pensando que era algo extraño. Parecía un niño, pero sus palabras eran las de un hombre. Y considerando las cosas, ella probablemente debería marcharse. Este niño anexándose a ella, pensando que era una especie de protector, aún cuando parecía como si él necesitara que lo rescatasen.

Dígame por qué estaba llorado ahora, él le dijo por señas.

Sus ojos eran muy directos, y era raro ver la mirada de un adulto en la cara de un niño.

– Porque puede que se me haya acabado el tiempo. -Barbulló ella.

– ¿Mary? ¿No vas a presentarme a esta visita?

Mary miró sobre su hombro. Bella, su única vecina, había atravesado andando el prado de ocho mil metros cuadrados que había entre sus propiedades y estaba de pie sobre el borde del césped.

– Hey, Bella. Ah, ven a conocer a John.

Bella bajó hasta la piscina. La mujer había llegado a la vieja granja el pasado año y se habían dedicado a hablar por las noches. Con 1,80 metros de altura, y una melena de rizos oscuros que le caían un poco por la espalda, Bella te dejaba K.O. Su cara era tan hermosa que Mary había tardado meses en dejar de mirarla fijamente, y el cuerpo de la mujer era el adecuado para la portada de la edición en traje de baño del Sports Illustrated.

Naturalmente John parecía asombrado.

Mary se preguntó distraídamente como sería provocar esa percepción en un hombre, incluso en un preadolescente. Ella nunca había sido hermosa, entraba dentro de la vasta categoría de mujeres que no eran ni feas ni guapas. Y eso había sido antes de que la quimioterapia la hubiera hecho sobre su pelo y en su piel.

Bella se inclinó con una leve sonrisa y extendió su mano hacia el niño. -Hola.

John se levantó y la tocó brevemente, como si no estuviera seguro de que fuera real. Tenía gracia, Mary a menudo había sentido lo mismo por la mujer. Había algo demasiado… mucho sobre ella. Parecía mayor que la vida, con más vivencias que las que había corrido Mary. Ciertamente más magnífica.

Aunque Bella seguro que no desempeñaba el papel de femme fatale. Ella era tranquila, modesta y vivía sola, aparentemente trabajaba de escritora. Mary nunca la veía durante el día, y nadie nunca parecía verla ir y venir de la vieja granja.

John miró a Mary, sus manos moviéndose. ¿Quieres que me vaya?

Luego, como anticipándose a su respuesta, él sacó sus pies fuera del agua.

Ella puso su mano en su espalda, tratando de ignorar los puntiagudos huesos que había debajo de su camisa.

– No. Quédate.

Bella se sacó sus calcetines y sus zapatillas y dio un golpecito con sus dedos de los pies encima de la superficie del agua. -Sí, vamos, John. Quédate con nosotras.

Capítulo 4

Rhage vio lo primero que quería esa noche. Ella era una mujer humana y rubia, toda sexualidad y preparada. Como el resto de su clase en la barra, estaba emitiendo señales: Exhibiendo su culo. Ahuecando su desenredada melena.

– ¿Encuentras algo que te guste? Le dijo V secamente.

Rhage asintió y torció su dedo hacia la mujer. Ella fue cuando la llamó. A él le gustaba eso en un humano.

Él rastreó el movimiento de sus caderas cuando su mirada se bloqueó por el prieto cuerpo de otra mujer. Él miró hacia arriba y forzó sus ojos a no girar.

Caith era una de su especie, y suficientemente hermosa con su pelo negro y esos ojos oscuros. Pero ella era una Hermana cazadora, siempre buscando, ofreciéndose a sí misma. Él sentía que ella los veía como premios, algo sobre lo que jactarse. Y eso era muy irritante.

En cuanto a él concernía, ella había puesto el dedo en la llaga.

– Hey, Vishous. -Dijo ella en voz baja, erótica.

– Tarde, Caith. -V tomó un sorbo de su Grey Goose. -¿Qué pasa?

– Preguntando que estabas haciendo.

Rhage dio una mirada a las caderas de Caith. Gracias a Dios la rubia no estaba fuera de la pequeña competición. Ella todavía iba hacia la mesa.

– ¿Vas a decirme hola, Rhage? Lo provocó Caith.

– Solo si te quitas del medio. Me bloqueas la vista.

La mujer se rió. -Otro de tus miles de moldes. Es muy afortunada.

– Ya quisieras, Caith.

– Sí, lo hago. – Sus ojos, de depredadores y calientes, los deslizó sobre él.- ¿Tal vez querrías unirte con Vishous y conmigo?

Cuando ella extendió la mano para acariciar su pelo, él atrapó su muñeca. -Ni se te ocurra.

– ¿Cómo es que siempre lo haces con humanas y a mí me lo niegas?

– Es solo que no estoy interesado.

Ella se inclinó, hablándole al oído. -Deberías probarme alguna vez.

Él la apartó con fuerza, mientras le apretaba los huesos de su mano.

– De acuerdo, Rhage, aprieta más fuerte. Me gusta cuando duele. – Él dejó de apretar inmediatamente, y ella sonrió mientras se frotaba la muñeca. -¿Estás ocupado V?

– Me estoy acomodando ahora. Pero tal vez un poco más tarde.

– Sabes dónde encontrarme.

Cuando ella salió, Rhage volvió la mirada hacia su hermano. -No sé cómo la puedes aguantar.

V revolvió su vodka, mirando a la mujer con los ojos entrecerrados. -Ella tiene sus atributos.

La rubia llegó, deteniéndose delante de Rhage y con una postura impresionante. Él puso ambas manos en sus caderas y la atrajo hacia adelante de manera que la puso a horcajadas sobre sus muslos.

– Hola.-Dijo ella, mientras se movía contra su sujeción. Ella estaba ocupada observándole, clasificándolo por sus ropas, mirando el gran Rolex de oro que aparecía a hurtadillas bajo la manga de su abrigo. La mirada calculadora era tan fría como el centro de su pecho.

Dios mío, si hubiera podido marcharse lo hubiera hecho; estaba enfermo de esta mierda. Pero su cuerpo necesitaba la liberación, la demandaba. Podía sentir como aumentaba y como siempre, es horrible sensación dejaba su corazón muerto en el polvo.