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– ¿Saldrías a dar un paseo conmigo? ¿Los tres, con Suzanne?

– Nos encantaría.

Salieron juntos. Eric llevaba a Suzanne, Maggie, un biberón con jugo de manzanas y la mantita preferida de Suzanne… seres hechizados, todavía sobrecogidos ante la magnificencia de la felicidad en su forma más simple. Un hombre, una mujer, la criatura de ambos. Juntos, como debía ser.

La brisa acarició el rostro de Suzanne y ella entrecerró los ojos.

Un pajarillo trinaba en el cerco de arbustos. Aminoraron el paso; el tiempo era su aliado, ahora.

– Tienes camioneta nueva -comentó Maggie cuando se acercaban al vehículo.

– Sí. La vieja puta murió, finalmente. -Le abrió la puerta del lado del pasajero.

Maggie había puesto un pie adentro cuando levantó la vista y vio las flores.

– Eric… -Se llevó una mano a los labios.

– Podía habértelo pedido allí en la casa, pero con todos los cerezos en flor, pensé: más vale hacer las cosas bien. Sube, Maggie, así podemos llegar a la mejor parte.

Sonriendo, asaltada nuevamente por el deseo de llorar, Maggie trepó a la camioneta nueva de Eric Severson y contempló las flores de cerezo insertadas detrás de los parasoles y del espejo retrovisor, metidas detrás del asiento, tapando casi la ventana trasera.

Eric subió junto a ella.

– ¿Qué opinas? -le preguntó, sonriente.

– Opino que te adoro.

– Y yo te adoro a ti. Tenía que pensar en una forma de decírtelo. Sujeta a nuestra beba.

Anduvieron por la primavera de Door County, por el fragante aire de la tarde, pasaron por huertos ondulados limitados por paredes rocosas y abedules blancos contra la hierba verde, junto a vacas que pastoreaban, junto a graneros rojos y banquinas llenas de ranas que cantaban. Y por fin llegaron al huerto de Easley, donde Eric detuvo la camioneta entre los cerezos en flor.

En el silencio que se hizo después que apagó el motor, Eric se volvió y tomó la mano que Maggie tenía apoyada sobre el asiento entre ellos.

– Maggie Pearson Stearn, ¿quieres casarte conmigo? -le preguntó. Tenía las mejillas sonrojadas y la miraba fijamente.

En el instante antes de que ella respondiera, todos los dulces momentos del pasado le golpearon los sentidos: el lugar, el hombre, el aroma del huerto.

– Eric Joseph Severson, me casaría contigo en este mismo momento si fuera posible. -Se inclinó sobre el asiento para besarlo, con Suzanne sobre la falda, que luchaba por tocar las flores colocadas dentro del cenicero. Eric levantó el rostro y los dos se miraron, se sonrieron, felices, luego él buscó dentro del bolsillo izquierdo de los vaqueros blancos.

– Pensé en comprarte un diamante enorme, pero esto me pareció más adecuado. -Extrajo el anillo de graduación y tomando la mano izquierda de Maggie, se lo colocó en el dedo, donde todavía entraba con toda facilidad. Maggie levantó la mano y la miró, adornada como lo había estado veinticuatro años antes.

– Queda tan bien allí -dijo, sonriendo.

– Me falta la cinta azul. No sé dónde fue a parar.

Maggie le acarició el rostro con esa misma mano.

– No sequé decir -susurró.

– Di: "Te amo, Eric, y te perdono por todo lo que me hiciste pasar."

– Te amo, Eric, pero no hay nada que perdonar.

Intentaron volver a besarse, pero Suzanne los interrumpió, poniéndose de pie sobre el asiento entre ambos. Cerró un puñito regordete alrededor de una rama de cerezo y la agitó por el aire; una punta pasó rozando el ojo de Eric.

Él se echó hacia atrás.

– Epaa, muchachita -dijo. Le colocó una mano bajo el pañal, otra en el pecho y la devolvió al regazo de su madre. -¿No ves que le estoy pidiendo la mano?

Ambos reían cuando él encendió el motor y tomó el camino de regreso a Fish Creek, sosteniendo la mano de Maggie.

Capítulo 21

Se casaron cinco días después en el jardín de la Casa Harding. Fue una ceremonia sencilla, un martes al atardecer. El novio vestía traje de etiqueta gris con violetas del valle en la solapa (cortadas del cantero al norte de la casa), la novia, un traje rosado y llevaba un ramo de flores de manzano (del huerto de Easley). Estaban presentes la señorita Suzanne Pearson (en pijama y comiendo galletitas), Brookie y Gene Kershner, Mike y Barb Severson, Anna Severson (que cambió los eslóganes por poliéster azul de Sears Roebuck) y Roy Pearson, que bajó a su hija de la galería delantera al jardín mientras desde el porche se oía una rayada versión monofónica de las Andrew Sisters cantando: Estaré contigo cuando florezcan los manzanos.

Sobre la hierba fresca de primavera había una mesa antigua de comedor con un ramo de flores de manzano en un vaso. Junto a la mesa, un juez aguardaba con la toga negra, cuyas mangas amplias se agitaban con la brisa de la bahía. Cuando la canción terminó y el grupo se reunió ante él, el juez dijo:

– Los novios me han pedido que lea un poema que eligieron para la ocasión. Es antiguo como esta casa y se llama "Plenitud".

Ves, he abierto ante ti

las compuertas de mi ser

Y como la marea,

Has fluido hacia mí.

Los rincones más ocultos de mi espíritu

están llenos de ti

Y todos los canales de mi alma

Se han vuelto dulces con tu presencia;

Pues me has traído paz;

La paz de las grandes aguas tranquilas,

Y la quietud del mar estival.

Tus manos están cargadas de paz

Como la marea del mediodía está cargada de luz;

La eterna quietud de las estrellas

Galardona tu cabeza, y en tu corazón

mora el sereno milagro del ocaso.

Mi plenitud es absoluta.

En mí no se agitan aguas de inquietud

Pues he abierto ante t

Las anchas compuertas de mi ser

Y como la marea, has fluido hacia mí.

Luego de la lectura, Eric se volvió hacia Maggie. Ella dejó el ramo de flores sobre la mesa, y él le tomó las manos. A la luz de los últimos rayos de sol, el rostro de Maggie parecía dorado, sus ojos, del color de las bellotas. Tenía el pelo echado hacia atrás y en sus orejas había delicados aros de perlas rosadas. En aquel momento, bien podría haber vuelto a tener diecisiete años, y las ramas que había dejado eran las que él había recogido por primera vez para expresarle su amor. Ningún acto individual de la vida de Eric le pareció tan adecuado como cuando expresó sus votos:

– Fuiste mi primer amor, Maggie y serás mi único amor por el resto de nuestras vidas. Te respetaré, te seré fiel y trabajaré duro para ti y contigo. Seré un buen padre para Suzanne y los otros hijos que podamos tener y haré lodo lo que esté a mi alcance para hacerte feliz. -En voz baja, terminó diciendo: -Te amo, Maggie.

En el breve silencio que siguió, Anna se secó los ojos y Brookie puso su mano dentro de la de Gene. Un brillo apareció en los ojos de Maggie y una sonrisa pensativa, en sus labios.

Bajó la mirada hacia las manos de Eric: manos anchas y fuertes de pescador; lo miró a los ojos, los primeros ojos que había amado, azules como la achicoria en flor; miró ese rostro querido, curtido por el viento, que con el correr de los años sólo se tornaría más amado.

– Te amo, Eric… otra vez. -Una sonrisa tocó los ojos de ambos, luego desapareció. -Haré todo lo pueda para mantener ese amor fresco y vibrante como cuando teníamos diecisiete años y como ahora. Haré de nuestra casa un sitio donde viva la felicidad y en ella los amaré a ti y a Suzanne. Envejeceré contigo. Te seré fiel. Seré tu amiga para siempre. Llevaré tu nombre con orgullo. Te amo, Eric Severson.