Katy extendió los brazos y la alzó.
– Suzanne… holaaaaa -dijo, maravillada, luego se volvió hacia su madre-: Oh, mira, el abuelo tenía razón. Tiene el mentón de los Pearson. Caramba, ma, es hermosa. -Katy la sostenía con cuidado; la hizo saltar sobre su brazo, le dio un dedo para que se sujetara y sonrió. -Oh… -exclamó otra vez, cautivada, mientras Maggie se mantenía apartada, sintiéndose bendecida por la suerte.
Las dos hermanas estaban todavía conociéndose cuando se oyó el ruido de una camioneta afuera y Eric bajó por el sendero.
Maggie abrió la puerta de alambre tejido y la mantuvo así mientras él se acercaba.
– Hola -dijo Eric con seriedad muy poco característica, apoyándole una mano en el hombro.
– Hola. Tenemos visitas.
Eric se detuvo justo en la puerta, dejó que sus ojos encontraran a Katy y aguardó. Ella estaba del otro lado de la mesa. En su rostro había una mezcla de tristeza y temor. Suzanne estalló en risas al verlo.
– Hola, Katy -dijo Eric, por fin.
– Hola, Eric.
Él dejó su gorra de capitán sobre el armario.
– ¡Qué linda sorpresa!
– Espero no haber hecho mal en venir.
– Por supuesto que no. Los dos estamos muy contentos de tenerte aquí.
Los ojos de Katy se posaron en Maggie, luego de nuevo en Eric. Sus labios se curvaron en una sonrisa vacilante.
– Me pareció que era hora de conocer a Suzanne.
Eric dejó que su sonrisa se trasladara a la beba.
– Parece que le gustas.
– Sí, bueno, es un milagro. Quiero decir… no he sido muy agradable en los últimos tiempos ¿no?
Se produjo un silencio incómodo y Maggie intervino para romperlo.
– ¿Por qué no nos sentamos? Prepararé unos sandwiches.
– No, espera -pidió Katy-. Déjame decir esto antes, porque creo que no podré tragar nada hasta haberlo dicho. Eric… ma… perdónenme por no haber venido a su casamiento.
Los ojos de Maggie y Eric se encontraron. Ambos miraron a Katy y buscaron algo que decir.
– ¿Es demasiado tarde para felicitarlos?
Por un instante, nadie se movió. Luego Maggie salió disparada a apretar su mejilla contra la de Katy mientras Katy miraba por encima del hombro de su madre, con lágrimas en los ojos, a Eric. Él siguió a su mujer por la habitación y vaciló cerca de ellas, contemplando el rostro de la joven que se parecía tanto a la hija de él, que ella tenía en brazos.
Maggie se apartó, dejando a Katy y Eric con los ojos fijos el uno en el otro.
Él no era su padre.
Ella no era su hija.
Pero ambos amaban a Maggie, que estaba de pie entre los dos, con los labios temblando, mientras que Suzanne estudiaba la escena con inocencia.
Eric dio el paso final y apoyó una mano sobre el hombro de Katy.
– Bienvenida a casa, Katy -dijo con sencillez.
Y Katy sonrió.
LAVYRLE SPENCER
LaVyrle Spencer ha merecido numerosos premios, entre ellos cuatro Medallones de Oro al Mejor Romance Histórico otorgado por los Novelistas Románticos de América. Vive en Still-water, Minnesota, con su marido y sus dos hijas. Amargo pero dulce es su decimoquinta novela. Ha sido seleccionada por el Literary Guild.