– Gran día -comentó Ma, mientras desenchufaba la cafetería.
– Sí.
En la cocina, la guía telefónica de Door County colgaba de una cinta sucia, junto a la heladera. Mientras buscaba el número, supo que Ma entraría detrás de él, pero no tenía nada que ocultar. Marcó. El teléfono sonó en su oído y Eric apoyó un codo contra la parte superior de la heladera. Como había previsto, entró Ma con el colador y comenzó a arrojar el café usado dentro de la pileta mientras Eric escuchaba el teléfono sonar por cuarta vez.
– ¿Hola? -dijo un niño.
– ¿Está Glenda?
– Un momento. -El teléfono golpeó. El mismo niño regresó y dijo: -Pregunta quién es.
– Eric Severson.
– Un minuto. -Lo oyó gritar: -¡Eric Severson! -Ma se movía por la habitación y escuchaba.
Instantes después Glenda tomó el teléfono.
– ¡Eric, hola! Hablando de Roma…
– Hola, Brookie.
– ¿Te llamó?
– ¿Maggie? Sí. Me dejó helado de sorpresa.
– A mí también. Estoy preocupadísima por ella.
– ¿Preocupada?
– Bueno, sí, claro… quiero decir… caramba ¿tú no?
Eric se dio un sacudón mental.
– ¿Debería estarlo?
– ¿Bueno, no le diste cuenta de lo deprimida que estaba?
– No. Es decir, no me dijo nada. Sólo… bueno, sólo nos pusimos al día, sabes.
– ¿No te dijo nada de ese grupo con el que está trabajando?
– ¿Qué grupo?
– Está muy mal, Eric -le contó Brookie-. Perdió a su marido hace un año y su hija acaba de partir para la universidad. Aparentemente ha estado haciendo terapia de angustias con un grupo y todo se le vino encima de golpe. Estaba luchando para aceptar el hecho de que el marido murió y en medio de lodo alguien del grupo trató de suicidarse.
– ¡Suicidarse! -Eric se irguió por completo. -¿Quieres decir que ella también podría estar así?
– No lo sé. Lo único que me contó es que el psiquiatra le dijo que cuando comience a deprimirse lo mejor que puede hacer es llamar a viejos amigos y hablar sobre tiempos pasados. Es por eso que nos llamó. Somos su terapia.
– Brookie, no lo sabía. Si hubiera… Pero ella no me dijo una palabra del psiquiatra, ni de la terapia, ni nada. ¿Está internada o algo así?
– No, está en su casa.
– ¿Qué impresión te dio a ti? Estaba deprimida o… -Su mirada preocupada se clavó en Anna, que había dejado de trabajar y lo observaba.
– No lo sé. La hice reír, pero es difícil decir. ¿A ti qué te pareció?
– No sé, tampoco. Han pasado veintitrés años, Brookie. Es difícil saber por la voz. La hice reír, también, pero… diablos, si sólo me hubiera dicho algo…
– Bueno, si tienes tiempo, llámala de vez en cuando. Creo que le hará bien. Ya hablé con Fish, Lisa y Tani. Vamos a turnarnos, por decirlo así.
– Buena idea. -Eric pensó menos de dos segundos antes de tomar la decisión. -¿Tienes el número, Brookie?
– Sí. ¿Tienes lápiz? Eric tomó uno que colgaba de la cinta.
– Sí, dime.
Bajo la mirada de su madre, anotó el número de Maggie entre los garabateados sobre la tapa de la guía.
– 206-555-3404 -repitió -. Gracias, Brookie.
– ¿Eric?
– ¿Sí?
– Mándale saludos y dile que pienso en ella y que la llamaré pronto.
– Muy bien.
– Saludos a tu madre.
– Gracias, se los daré. Estoy en su casa, ahora. Adiós, Brookie.
– Adiós.
Colgó y sus ojos se encontraron con los de Anna. Sentía que una tropilla de caballos le galopaba dentro del cuerpo.
– Está en un grupo de terapia para gente suicida. El médico le dijo que llame a viejos amigos. -Suspiró, tenso y preocupado.
– Pobrecilla, pobrecilla niña.
– No me dijo nada, Ma. No debe de ser fácil decirlo.
Eric fue hasta una ventana, miró hacia afuera y vio a Maggie como la recordaba, una muchacha alegre que reía con facilidad. Se quedó allí varios minutos, lleno de una sorprendente preocupación, pensando qué debía hacer.
Por fin se volvió hacia Anna. Tenía cuarenta años, pero necesitaba la aprobación de ella antes de hacer lo que tenía en la mente.
– Tengo que llamarla, Ma.
– Por supuesto.
– ¿Te molesta si llamo de aquí?
– En absoluto. Voy a darme un baño. -Abandonó el colador y el café en la pileta, atravesó la habitación en dirección a Eric, le dio un abrazo -cosa que raramente hacía- y le palmeó la espalda.-A veces, hijo, no tenemos alternativa -dijo, y se marchó, dejándolo de pie junto al teléfono que aguardaba.
Capítulo 3
Al día siguiente de las conversaciones telefónicas con Brookie y Eric el teléfono de Maggie la compensó por su habitual silencio. El primer llamado llegó a las seis de la mañana.
– Hola, mamá.
Maggie se levantó de un salto y miró el reloj.
– Katy, ¿cómo estás?
– Estoy perfectamente bien y lo habrías sabido anoche, si no hubieras tenido el teléfono ocupado hasta cualquier hora.
– Ay, Katy, lo siento. -Maggie se desperezó y volvió a acomodarse sobre la almohada. -Tuve dos conversaciones maravillosas con viejos amigos de la secundaria. -Hizo un resumen de los puntos más importantes, le preguntó dónde estaba, le pidió que volviera a llamarla esa noche y se despidió sin nada de esa sensación de soledad que había esperado sentir luego de la primera conversación telefónica de larga distancia con su hija.
La siguiente llamada llegó mientras agitaba el primer saquito de té del día dentro de la taza de agua hirviendo. Era Nelda.
– Tammi se va a recuperar y dice el doctor Feldslein que le haría bien vernos.
Maggie se llevó una mano al corazón.
– Gracias, Dios mío -dijo y sintió la promesa del día iluminarle el interior.
A las diez y media de la mañana recibió otro llamado, totalmente inesperado.
– Hola -dijo y una voz del pasado le respondió:
– Hola, Maggie, soy Tani.
Sacudida por la sorpresa, Maggie sonrió y sujetó el teléfono con ambas manos.
– Tani, ay, Tani, ¿cómo estás? Dios, qué placer oír tu voz.
La conversación duró cuarenta minutos. Una hora después de haber cortado, Maggie volvió a atender el teléfono, esta vez para oír una voz chillona de dibujito animado que era imposible no reconocer.
– Hola, Maggie, ¿adivina quién soy?
– ¿Fish? Fish, eres tú, ¿no es cierto?
– Aja. El pescado en persona. -Juego de palabras con Fish, que es pescado, en inglés. (N. de la T.)
– ¡Ay, no lo puedo creer! Brookie te llamó, ¿no?
Para cuando llamó Lisa, Maggie casi la estaba esperando. Terminaba de maquillarse para ir al hospital a ver a Tammi cuando el teléfono volvió a sonar.
– Hola, desconocida -dijo una voz dulce.
– Lisa, querida Lisa…
– Ha pasado mucho tiempo, ¿no es así?
– Demasiado. ¡Ay, Dios Santo, creo que me echaré a llorar en cualquier momento! -Reía y lloraba al mismo tiempo.
– Yo también estoy emocionada. ¿Cómo estás, Maggie?
– ¿Cómo estarías tú si cuatro de tus mejores amigas acudieran a socorrerte en cuanto das un grito? Estoy abrumada.
Media hora más tarde, después de intercambiar recuerdos y ponerse al día con las novedades, Lisa dijo:
– Oye, Maggie, tuve una idea. ¿Recuerdas a mi hermano Gary?
– Por supuesto. Está casado con Marcy Krieg.
– Estaba. Hace más de cinco años que se divorciaron. Bueno, Gary se casa de nuevo la semana que viene y estaré en Door para la boda. Estaba pensando, si tú pudieras venir, estoy segura de que Tani y Fish se vendrían en automóvil y podríamos reunimos todas en casa de Brookie.