– Ay, Lisa, no puedo. -La voz de Maggie se tiñó de desilusión. -Me parece una idea maravillosa, pero empiezo las clases dentro de menos de dos semanas.
– ¿Pero un viajecito rápido?
– Sería demasiado rápido y justo al comienzo de las clases… ¡qué lástima, Lisa!
– Caramba, qué pena.
– Sí, lo sé. Habría sido tan divertido.
– Bueno, escucha. ¿Lo pensarás, por lo menos? Aunque sólo sea por el fin de semana. Sería fantástico juntarnos todas de nuevo.
– De acuerdo -dijo Maggie-. Lo pensaré.
Y lo hizo, mientras conducía hacia el hospital para ver a Tammi. Pensó en cómo Brookie las había llamado a todas y en cómo cada una de las chicas se había preocupado lo suficiente como para ponerse en contacto luego de tantos años, y en cómo su propio panorama se había iluminado en tan poco tiempo. Pensó en los ritmos curiosos de la vida, y en cómo el aliento que le había sido dado a ella ahora pasaría a otra persona.
A las tres menos cinco de la larde, Maggie estaba hojeando un ejemplar de la revista Good Housekeeping en la sala de espera de la unidad de terapia intensiva del Washington University Hospital, aguardando a que la llamaran. Un televisor con el volumen muy bajo murmuraba desde su repisa en la pared del fondo. En un rincón, junto a la ventana, un padre con dos hijos aguardaban noticias de una madre a la que le habían hecho un bypass. Desde un nicho de fórmica en la pared, el aroma de café fuerte se desparramaba por la habitación.
Entró una enfermera, delgada, bonita, caminando a paso vivo sobre sus silenciosos zapatos blancos.
– ¿Señora Stearn?
– ¿Sí? -dijo Maggie. Dejó caer la revista y se puso de pie de un salto.
– Puede entrar a ver a Tammi, pero sólo por cinco minutos.
– Gracias.
Maggie no estaba preparada para el espectáculo que vio al entrar en la habitación de Tammi. Tantos aparatos. Tantos tubos y frascos; pantallas de varios tamaños proyectando los signos vitales con ruiditos diversos; y una Tammi delgada y demacrada tendida en la cama con una red de agujas endovenosas en los brazos. Tenía los ojos cerrados, las manos con las muñecas hacia arriba y los brazos manchados de magulladuras producidas por otras agujas endovenosas. El pelo rubio oscuro, que siempre cuidaba con meticuloso orgullo adolescente y peinaba en un estilo muy parecido al de Katy, caía reseco y duro sobre la almohada como el nido de un pájaro.
Maggie se quedó junto a la cama unos minutos hasta que Tammi abrió los ojos y la encontró allí.
– Hola, chiquita. -Maggie se inclinó y le tocó la mejilla. -Es tuvimos tan preocupados por ti.
Los ojos de Tammi se llenaron de lágrimas y la muchacha apartó el rostro.
Maggie le quitó el pelo de la frente.
– Nos alegramos tanto de que estés viva.
– Pero me siento tan avergonzada.
– Noooo… noooo… -Maggie le tomó el rostro con la mano y suavemente lo volvió hacia ella. -No debes avergonzarte. Piensa para adelante, no para atrás. Ahora te vas a poner fuerte y todos vamos a trabajar juntos para que te sientas bien.
Las lágrimas de Tammi seguían fluyendo y ella trató de levantar una mano para enjugárselas. La mano temblaba, entorpecida por los tubos, y Maggie se la bajó con suavidad y secó los ojos de Tammi con un pañuelo de papel de una caja cercana.
– Perdí el bebé, Maggie.
– Lo sé, mi vida, lo sé.
Tammi desvió la mirada llorosa mientras Maggie le acariciaba las sienes.
– Pero tú estás viva y lo que más nos importa es tu felicidad. Queremos verte sonreír otra vez.
– ¿Por qué iba alguien a preocuparse por mí?
– Porque tú eres tú, una persona, y una persona especial. Porque has tocado vidas en formas que no has comprendido. Cada uno de nosotros lo hace, Tammi. Cada uno de nosotros tiene valor. ¿Te puedo contar algo? -Tammi la miró y Maggie siguió hablando. -Anoche yo estaba muy triste. Mi hija había partido para la universidad, tú estabas internada y la casa estaba tan vacía. Nada parecía tener esperanza. De modo que llamé a una vieja amiga de la secundaria ¿y sabes qué sucedió?
Una chispa de interés asomó en los ojos de Tammi.
– ¿Qué?
– Ella llamó a otras, y puso en marcha una maravillosa reacción en cadena. Hoy me llamaron tres viejas amigas a las que no veía hacía años, a las que nunca creí que les importaría si yo estaba triste o no. Así será también contigo, verás. Cielos, cuando estaba preparándome para venir a verte casi deseaba que el teléfono no sonara más.
– ¿De veras?
– De veras -sonrió Maggie y recibió la sombra de una sonrisa-. Ahora escúchame, pequeña… -Tomó la mano de Tammi, cuidando de no tocar ninguno de los tubos plásticos. -Me dijeron que sólo podía quedarme cinco minutos y creo que ya han pasado. Pero volveré. Mientras tanto, piensa qué quieres que te traiga cuando te pasen a otra habitación. Golosinas, revistas, comida… Lo que quieras.
– Se me ocurre algo en este mismo momento.
– Soy toda oídos.
– ¿Podrías traerme champú y acondicionador de pelo? Lo que más deseo es lavarme la cabeza.
– Por supuesto. Y traeré mi secador y tijera de enrular. Te dejaremos como Tina Turner.
Tammi casi rió.
– Eso es lo que me gusta, ver esos hoyuelos. -Maggie la besó en la frente y susurró: -Tengo que irme. Ponte fuerte.
Al salir del hospital, Maggie se sintió llena de optimismo: ¡cuando una muchacha de veinte años siente deseos de arreglarse el pelo, está en camino de recuperación! Se detuvo en un local de belleza camino de su casa y compró las cosas que le había pedido Tammi. Con la bolsa en la mano, entró en la cocina para encontrar el teléfono sonando otra vez.
Corrió hasta el aparato, y atendió con voz entrecortada:
– ¿Hola?
– ¿Maggie? Soy Eric.
La sorpresa la dejó anonadada. Apretó la bolsa de papel con el champú contra su estómago y quedó en silencio durante cinco segundos hasta que comprendió que debía dar una respuesta.
– Eric… Cielos, esto sí que es una sorpresa.
– ¿Te pasa algo?
– ¿Algo? No… estoy bien. Agitada, nada más. Acabo de entrar corriendo.
– Hablé con Brookie y me contó la verdadera razón por la que llamaste anoche.
– ¿La verdadera razón? -Maggie dejó la bolsa sobre el armario en cámara lenta. -Ah, le refieres a mi depresión.
– Debí de haberme dado cuenta. Sabía que no llamabas nada más que para saludar.
– Hoy estoy mucho mejor.
– Brookie me contó que alguien de tu grupo había querido suicidarse. Me asusté tanto. Es decir… -Respiró hondo y largó el aire ruidosamente. -Caray, no se qué quiero decir.
Maggie tocó el auricular con la mano que tenía libre.
– Ay, Eric, quieres decir que pensaste que yo también podría estar al borde del suicidio… ¿por eso llamaste?
– Bueno… no sabía qué pensar. Es que… no pude dejar de pensar en ti hoy, de preguntarme por qué habrías llamado. Por fin llamé a Brookie y cuando me contó que habías estado deprimida y con terapia, se me retorcieron las tripas. Maggie, cuando éramos chicos reías todo el tiempo.
– No estoy al borde del suicidio en absoluto, Eric, te lo aseguro. Fue una jovencita llamada Tammi, pero acabo de volver de verla en el hospital y no sólo va a reponerse, sino que la hice sonreír y hasta casi reír.
– ¡Bueno, qué alivio!
– Perdóname por no haberte dicho toda la verdad anoche. Quizá debí contarte que había estado haciendo terapia de grupo, pero cuando atendiste el teléfono me dio… no sé cómo describirlo… vergüenza, quizá. Con Brookie fue más fácil, pero contigo… bueno, me pareció como una imposición, luego de tantos años, llamarte y lamentarme sobre mis dificultades.