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Cliff estaba inmóvil y parpadeaba con fuerza.

Diane respiró hondo y bajó la cabeza hacia las rodillas.

El doctor Feldstein buscó detrás de su silla una caja de pañuelos de papel que estaba sobre el fonógrafo y la puso sobre la mesa en el medio del círculo.

– Bien, comencemos por los hechos básicos -dijo con tono pragmático -. Si decidió no llamar a ninguno de nosotros, no hubo forma en que hubiéramos podido ayudarla.

– Pero ella es parle de nosotros -objetó Margaret, abriendo las manos -. Lo que quiero decir es que estamos luchando todos por lo mismo, ¿no? Y creíamos estar progresando.

– Y si ella pudo hacerlo, ninguno de ustedes está a salvo ¿no es así? -terminó el doctor Feldstein para luego responder a su propia pregunta: -¡Pues se equivocan! Esto es lo primero que quiero que se graben en la mente. Tammi hizo una elección. Cada uno de ustedes elige hacer cosas todos los días. Está bien que se sientan furiosos por lo que hizo, pero no está bien que se vean en el lugar de ella.

Hablaron sobre el tema, discutiendo con pasión y compasión, animándose más a medida que exteriorizaban sus sentimientos. La furia se convirtió en lástima y ésta en fervor renovado para hacer todo lo posible por mejorar sus propias vidas. Cuando todos se serenaron, el doctor Feldstein anunció:

– Vamos a hacer un ejercicio; creo que todos están preparados para hacerlo. Si no es así, díganlo y nadie hará preguntas. Pero para aquellos que deseen resolver esa impotencia que sienten por el intento de suicidio de Tammi, creo que servirá.

Se puso de píe y colocó una silla de madera en el centro de la habitación.

– Hoy vamos a decirle adiós a algo o a alguien que ha estado obstaculizando nuestra mejoría. A alguien que nos ha dejado a través de la muerte, o quizá de modo voluntario, o a algo que no hemos podido enfrentar. Podría ser un lugar al que no hemos podido ir, o un viejo rencor que hemos llevado adentro demasiado tiempo. Sea lo que fuere, lo vamos a poner en esa silla y le diremos adiós en voz alta. Y una vez que nos hayamos despedido, informaremos a esa persona o a esa cosa qué vamos a hacer para ser más felices. ¿Me comprenden todos? -Al no obtener respuesta, el doctor Feldstein agregó: -Yo seré el primero.

Se puso de pie delante de la silla vacía, abrió la boca y se pasó las palmas de la mano por la barba. Luego respiró hondo, miró el suelo, la silla y dijo:

– Voy a decir adiós de una vez por todas a mis cigarrillos. Renuncié a ustedes hace más de dos años, pero todavía me pongo la mano en el bolsillo de la chaqueta para buscarlos, así que hoy los coloco en esa silla y les digo adiós, cigarrillos Doral. En el futuro me haré más feliz abandonando el resentimiento que siento por haber dejado de fumar. Desde ahora, cada vez que busque en el bolsillo, en lugar de maldecir en silencio por encontrarlo vacío, voy a agradecerme a mí mismo el regalo que me he hecho, -Saludó la silla con la mano. -Adiós, cigarrillos Doral.

Regresó a su lugar y se sentó.

Las lágrimas habían desaparecido de los rostros. En su lugar había una franca introspección.

– ¿Claire? -preguntó el doctor Feldstein con suavidad.

Claire se quedó sentada un minuto, sin moverse. Nadie dijo una palabra. Por fin, se levantó y fue hasta la silla.

Al ver que no le salían las palabras, el doctor Feldstein preguntó:

– ¿Quién está en esa silla, Claire?

– Mi hija Jessica -logró mascullar ella.

Se secó las manos contra los muslos y tragó con fuerza. Todos aguardaron. Por fin comenzó:

– Te extraño muchísimo, Jess, pero después de esto ya no voy a dejar que ese sentimiento me controle la vida. Me quedan muchos años y necesito sentirme feliz para que tu padre y tu hermana puedan también sentirse felices. Y lo que voy a hacer es ir a casa, sacar tu ropa del placard y regalarla a los pobres. Así que me despido, Jess. -Se encaminó hacia su lugar, pero luego se volvió. -Ah, y también voy a perdonarte por no haberte puesto el casco ese día, porque sé que eso ha estado impidiendo que me mejore. -Levantó una mano. -Adiós, Jess.

Maggie sintió el ardor de lágrimas en los ojos y vio borrosamente cómo Claire se sentaba y Diane tomaba su lugar.

– La persona en la silla es mi marido, Tim. -Diane se secó los ojos con un pañuelo de papel. Abrió la boca, la cerró y se tomó la cabeza con una mano. -Es tan difícil -susurró.

– ¿Preferirías esperar? -preguntó el doctor Feldstein.

Ella volvió a secarse los ojos con obstinada determinación.

– No, quiero hacerlo. -Clavó la mirada en la silla, endureció la mandíbula y comenzó:

– He estado realmente furiosa contigo, Tim, por morir. Me refiero a que estuvimos juntos desde la secundaria y en mis planes había otros cincuenta años, ¿sabes? -El pañuelo fue a dar contra sus ojos otra vez. -Bueno, sólo quiero que sepas que ya no estoy enojada, porque quizá tú también planeabas otros cincuenta, así que… ¿qué derecho tengo? Y lo que voy a hacer para mejorarme es ir con los chicos a la cabaña de Whidbey este fin de semana. Han estado pidiéndomelo y yo siempre digo que no, pero ahora iré, porque si yo no me mejoro, ¿cómo mejorarán ellos? Así que adiós, Tim. Suerte, viejito.

Regresó apresuradamente a su lugar.

Todos los integrantes del círculo se secaron los ojos.

– ¿Cliff? -sugirió el doctor Feldstein.

– Prefiero pasar -susurró Cliff, con la mirada baja.

– Perfecto. ¿Nelda?

– Ya me despedí de Cari hace mucho tiempo -respondió Nelda -. Paso.

– ¿Maggie?

Maggie se puso de pie muy despacio y se acercó a la silla. Sobre ella estaba Phillip, con los cinco kilos de más que nunca pudo adelgazar luego de cumplir los treinta, los ojos verdes casi marrones y el pelo rubio demasiado largo (como había estado cuando tomó aquel avión) y el buzo de los Seahawks que siempre usaba. Ella todavía no lo había lavado. De tanto en tanto lo descolgaba de la percha y lo olía. Le producía terror renunciar a su dolor, terror de que cuando éste ya no estuviera no quedara nada y ella se convirtiera en una cáscara incapaz de sentir en absoluto. Apoyó una mano abierta sobre el travesaño superior de la silla y exhaló un suspiro tembloroso.

– Bueno, Phillip -comenzó a decir-. Ya pasó un año y ha llegado el momento. Creo que igual que Diane, siento rabia porque tomaste ese avión por un motivo tan tonto: una escapada a los casinos; tu afición por el juego era lo único que siempre me enfureció. No, mentira. También me enfureció que hubieras muerto justo cuando Katy estaba por terminar la secundaria y hubiéramos podido empezar a viajar más y disfrutar de nuestra libertad. Pero prometo que me sobrepondré y comenzaré a viajar sin ti. Pronto. También voy a dejar de considerar el dinero del seguro como dinero sucio, así podré disfrutarlo un poco más; y voy a intentar reanudar mis relaciones con mamá porque creo que voy a necesitarla ahora que Katy se va. -Dio un paso atrás y saludó con la mano. -Adiós, Phillip. Te amaba mucho.

Una vez que Maggie terminó se quedaron sentados largo tiempo en silencio. Por fin el doctor Feldstein preguntó:

– ¿Cómo se sienten? -Tardaron unos minutos en responder.

– Cansada -dijo Diane.

– Mejor -admitió Claire.

– Aliviada-dijo Maggie.

El doctor Feldstein les dio un momento para aclimatarse a esos sentimientos antes de inclinarse hacia adelante y hablar con su voz rica y resonante.

– Ahora todos esos sentimientos que han estado cargando tanto tiempo y que les han impedido sentirse mejor son cosas del pasado. Recuérdenlo. Pienso que sin ellos se sentirán más felices y más receptivos a pensamientos saludables.