Lleu, olvidando las conveniencias, había acercado la silla a ella. Se había ido relajando a medida que transcurría la cena, desarmado por la actitud cálida de Mina y el interés que demostraba en sus cosas.
—Pero ya basta de hablar sobre mí. Cuéntame cosas de ti, Mina. Hubo un tiempo en el que todo el mundo hablaba de ti.
—Fui en busca de un dios —respondió la joven, prendida la mirada en el fuego—. La encontré. Me mantuve fiel a esa deidad hasta el final. Y no hay mucho más que contar.
—Salvo que ahora sigues a un dios nuevo —comentó Lleu.
—Nuevo no. Es un dios muy antiguo. Tanto como el tiempo.
—Pero... Chemosh. —Lleu torció el gesto. Mientras la contemplaba, la admiración lo consumió—. ¡Eres tan joven y tan hermosa, Mina! Jamás había visto una mujer tan encantadora. Chemosh es un dios de cadáveres putrefactos y viejos huesos mohosos. No sacudas la cabeza. No puedes negarlo.
—Lo niego —manifestó sosegadamente ella. Alargó la mano para tomar la del clérigo y su roce hizo que a Lleu le ardiera la sangre—. ¿Temes la muerte, Lleu?
—Yo... Sí, supongo que sí —contestó. En ese momento no quería pensar en la muerte. Por el contrario, sus ideas estaban llenas de vida.
—Se supone que un clérigo de Kiri—Jolith no debería tenerle miedo a la muerte ¿verdad?
—No, no debe temerla. —Se sentía muy incómodo e intentó retirar la mano.
Mina se la oprimió con gesto comprensivo y él, casi de forma inconsciente, apretó los dedos.
—¿Qué te dice tu dios sobre la muerte y la otra vida?
—Que cuando morimos emprendemos la siguiente etapa del viaje de nuestro espíritu, que la muerte es una puerta que conduce a un conocimiento mayor de nosotros mismos.
—¿Y lo crees?
—Quiero creerlo —respondió. Su mano se crispó—. Quiero creerlo de verdad. Me he debatido con ese tema desde que me hice clérigo. Me dicen que tenga fe, pero...
Sacudió la cabeza y contempló el fuego de la chimenea, meditabundo, sin soltarle la mano. Se volvió bruscamente hacia ella. —Tú no le temes a la muerte.
—No —respondió Mina, sonriente—, porque jamás moriré. Chemosh me ha prometido la vida eterna.
Lleu la miró de hito en hito.
—¿Cómo puede hacer esa promesa? No lo entiendo —manifestó. —Chemosh es un dios, y sus poderes, ilimitados.
—Es el Dios de la Muerte. Va a los campos de batalla, resucita los cadáveres que no están enterrados y los obliga a obedecerlo...
—Eso fue en los viejos tiempos. Las cosas han cambiado. Esta es la Era de los Mortales, una era de los vivos. No quiere saber nada de restos esqueléticos. Desea seguidores que sean como tú y como yo, Lleu. Jóvenes y fuertes y llenos de vida. Vida que nunca acabará. Vida que trae placeres como éste.
Cerró los ojos y se inclinó sobre él. Entreabrió los labios en un gesto invitador. Lleu la besó, tímidamente al principio, y después la pasión se apoderó de él. Su cuerpo era suave y mórbido, y antes de saber qué hacía o cómo lo hacía, se encontró con las manos debajo del vestido, acariciando la cálida y desnuda piel. Emitió un quedo gemido y sus besos se hicieron más intensos.
—Mi cuarto está aquí al lado —susurró ella mientras rozaba los labios del clérigo con los suyos.
—Esto no está bien —dijo Lleu, pero era incapaz de apartarse de ella. Mina lo rodeó con los brazos y apretó su cuerpo contra el de él. —Esto es la vida —le dijo. Lo condujo a su dormitorio.
La pasión duró toda la noche. Se amaban, dormían y despertaban para volver a amarse. Lleu nunca había experimentado una relación sexual así, jamás había vivido tales arrebatos de gozo. Jamás se había sentido tan vivo y quería que esa sensación no acabara nunca. Despertó al alba, a la alborada de la primavera. Encontró a Mina a su lado, apoyada en un codo y mirándolo mientras la mano pasaba suavemente por su cabello o por su pecho.
Lleu se incorporó para besarla, pero ella se echó hacia atrás.
—¿Qué pasa con Chemosh? —preguntó la joven—. ¿Has pensado en todo lo que te he dicho?
—Tienes razón, Mina. Cae por su peso que un dios quiera que sus seguidores vivan para siempre —admitió Lleu—. Pero ¿qué tendría que hacer para conseguir esa bendición? He oído cuentos de sacrificios de sangre y otros ritos que...
Mina sonrió y pasó la mano por su carne desnuda.
—Eso es lo que son, sólo cuentos. Lo único que has de hacer es entregarte al dios. Decir: prometo lealtad a Chemosh. —¿Eso es todo?
—Eso es todo. Incluso puedes volver a la práctica del culto a Kiri—Jolith si lo deseas. Chemosh no es celoso, sino comprensivo.
—¿Y viviré para siempre? ¿Y te amaré para siempre? —Le robó un beso fugaz.
—A partir de hoy no envejecerás —prometió Mina—. Jamás sufrirás dolor ni caerás enfermo. Eso te lo aseguro.
—Entonces no tengo nada que perder. —Lleu le sonrió—. Prometo lealtad a Chemosh.
La rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí. Mina presionó los labios contra su pecho, encima del corazón. Lleu se estremeció de placer y entonces su cuerpo se sacudió.
Abrió los ojos de golpe. El dolor abrasador, un dolor terrible, lo atravesó y Lleu la miró con espanto. Se debatió, trató de soltarse, pero ella lo retuvo, aplastado contra el lecho, mientras el beso le absorbía la vida. El corazón le latía a ritmo irregular. Los labios de la mujer parecían alimentarse de él. El dolor lo retorció y lo estrujó. Soltó un grito ahogado y la asió en medio de convulsiones. Le sobrevinieron espasmos agónicos. Sufrió un síncope y todo se paró.
La cabeza de Lleu yacía rígida sobre la almohada. Los ojos miraban al vacío y en el rostro tenía plasmado un gesto de un terror sin nombre.
Chemosh se encontraba junto al lecho.
—Mi señor —dijo Mina—. Te traigo a tu primer servidor.
—Bien hecho, Mina —dijo. Se inclinó por encima del cadáver del joven y la besó en los labios. Le acarició la nuca y le alisó el cabello—. Bien hecho.
Ella se echó hacia atrás y cubrió su desnudez con el vestido.
—¿Qué pasa, Mina? —preguntó el dios—. ¿Qué te ocurre? Yahabías matado antes, en nombre de Takhisis. ¿Es que de repente te has vuelto melindrosa?
Mira dirigió la vista hacia el cadáver del joven.
—Le prometiste la vida, no la muerte. —Alzó los ojos, oscurecidos por una sombra, hacia Chemosh— Me prometiste poder sobre la vida y la muerte, mi señor. Si hubiera querido meramente cometer un asesinato sólo habría tenido que ir a cualquier callejón oscuro y...
—¿No tienes fe en mí, Mina?
La joven guardó silencio un momento mientras hacía acopio de valor. Sabía que el dios podía enfurecerse con ella, pero debía correr ese riesgo.
—Un dios me traicionó ya en una ocasión. Me pediste que te demostrara que era digna de confianza. Ahora te ha llegado el turno de demostrarlo a ti, mi señor.
Esperó en tensión a que Chemosh descargara su ira sobre ella. Él no dijo nada y, al cabo de unos instantes, Mina se atrevió a alzar la vista hacia el dios. Chemosh le sonreía.
—Como te dije, Mina, no serás mi esclava. Te demostraré que no hablo por hablar. Tendrás lo que te prometí. Pon la mano sobre el corazón de este joven.
Mina así lo hizo. Posó la mano sobre la carne que empezaba a enfriarse, sobre el corazón roto", sobre la negra marca de sus labios, que habían quemado la carne.
—El corazón no volverá a latir, pero por su cuerpo fluirá la vida —explicó Chemosh—. Mi vida. La vida eterna. Bésalo, Mina.
La joven puso los labios en la marca quemada de su beso. El corazón del joven siguió sin palpitar, pero él inhaló profundamente el aliento del dios. Al roce de Mina el pecho empezó a subir y bajar.
—Todo será como le prometí, Mina. No puede morir porque ya está muerto. Su vida seguirá y seguirá para siempre. Sólo le pido una cosa a cambio: que me traiga más seguidores. Ahí tienes, amor mío. ¿Te he probado lo que esperabas de mí?