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Todo iba bien hasta que a un carnero se le metió en su lanuda cabeza desafiar a Atta. El carnero, que era mucho más pesado y varias veces más grande que la pequeña perra, se dio media vuelta, pateó la tierra y se negó a moverse.

Atta, agazapada, se quedó inmóvil. Miró a las ovejas fijamente. Si el carnero se empeñaba en seguir en sus trece, tendría que correr hacia él y propinarle un mordisco en la nariz, pero esto era algo que rara vez ocurría. El carnero agachó la testa y Atta empezó a avanzar arrastrándose, con los ojos fijos en el carnero. Tras un instante de tenso enfrentamiento, de repente el carnero cedió ante la mirada hipnotizadora de la perra y se volvió para reunirse con el rebaño. Atta reanudó el trabajo anterior de conducirlos ladera abajo.

Rhys sintió que se henchía con las bendiciones del dios. La verde colina, el cielo azul, las nubes blancas, las ovejas, la perra negra y blanca que volaba sobre la hierba, las golondrinas que revoloteaban como dardos, un halcón zambulléndose en espiral, saltamontes que brincaban y chocaban contra su túnica; el sol brillante, caliente, que se iba hundiendo hacia el horizonte; la sensación de la hierba bajo sus pies descalzos y encallecidos: todo era Rhys y él era todo. Todo era Majere y el dios era todo.

La cálida sangre que corría por sus venas, su cayado que golpeaba suavemente la tierra, Rhys moviéndose sin prisa. Disfrutaba del día, disfrutaba de las vistas, disfrutaba de ese tiempo a solas en las colinas. Disfrutaba del regreso al hogar cuando caía la tarde. Los muros de granito del monasterio se alzaban en la cumbre de una colina que había enfrente, y dentro de esos muros había hermandad, orden, callada satisfacción.

La rutina de ese día había sido exactamente igual que en los incontables días previos. Si Majere quería, mañana también sería igual. Rhys y los otros monjes de la Orden de Majere se levantaban con la oscuridad, antes de que amaneciera. Pasaban una hora de meditación y oración a Majere, y después salían al patio de piedra a realizar los ejercicios rituales que calentaban y estiraban los músculos del cuerpo. Tras esto, tomaban el desayuno, carne o pescado, servido con pan y queso de leche de cabra, con leche de cabra para beber. El almuerzo —queso y pan— se comía en los campos o donde se estuviera. La cena era sopa de cebolla, caliente y nutritiva, servida con carne o pescado, pan, y una mezcla de hortalizas de jardín y vegetales frescos en verano, y manzanas y frutos secos en invierno.

Después del desayuno los monjes empezaban sus tareas diarias, que variaban según la estación. En verano, trabajaban en los campos, atendían las ovejas, los cerdos y las gallinas, y hacían reparaciones en los edificios. En otoño recogían la cosecha y la almacenaban en graneros, salaban carne para que se conservara durante los largos meses de frío y nieve que se acercaban, y guardaban manzanas en barriles de madera. El invierno era una época para el trabajo bajo techo: cardar y peinar lana, tejer, cortar y coser ropas; trabajar el cuero; preparar pociones para los enfermos. El invierno también era una época para ocuparse de la mente: escritura, enseñanza, aprendizaje, disertaciones, debates, especulaciones. Majere enseñaba que la mente del monje debía tener igual rapidez y flexibilidad que el cuerpo.

Al final de la tarde, fuera la época del año que fuera, se dedicaban a la práctica ritual de un combate sin armas llamado «disciplina benévola». Los monjes de Majere sabían que el mundo era un lugar peligroso y, aunque practicaban y seguían los preceptos de Majere de paz y hermandad con toda la humanidad, comprendían que a veces la paz debía mantenerse mediante la fuerza, y que para proteger sus vidas y las de otros debían estar tan dispuestos a luchar como a orar. Todas las noches —lloviera o nevara o estuviera raso— los monjes se reunían en el patio exterior para entrenarse. Luchaban con la menguante luz del sol en verano, o en la oscuridad o con antorchas en invierno. A todos se les exigía asistir a las prácticas, desde los mayores —el maestro, que ya contaba ochenta años— hasta el más joven. La única disculpa para perderse el entrenamiento nocturno era por estar enfermo.

Desnudos hasta la cintura, con los pies descalzos resbalando en el suelo helado en invierno o sobre el barro en verano, los monjes pasaban largas horas entrenando cuerpo y mente por igual en la disciplina del combate. No podían usar espadas ni flechas ni ninguna otra clase de armas de acero, ya que Majere ordenaba que sus monjes no debían tomar la vida de otros a menos que estuvieran en peligro las de inocentes, y entonces sólo cuando se hubiesen probado todas las demás opciones sin resultado.

El arma preferida de Rhys era el emmide, un palo muy parecido a la vara de combate, sólo que más largo y más estrecho. El término, emmide, era derivado del elfo; los elfos usaban ese tipo de vara para tirar la fruta de los árboles. Rhys se había convertido en un maestro del arte de luchar con el emmide. Tanto era así que actualmente les enseñaba a otros.

Rhys estaba satisfecho con su vida ordenada, muy satisfecho, ahora que Majere había regresado con ellos. Podía verse con ochenta años —la edad del maestro— y un aspecto muy semejante al de éclass="underline" cabello encanecido, piel curtida por las inclemencias del tiempo y tensa sobre músculos, tendones y huesos, la cara con profundas arrugas, los ojos oscuros y plácidos por la sabiduría del dios. Rhys no planeaba dejar nunca ese lugar donde había llegado a conocerse y hacer las paces consigo mismo. No quería volver nunca al mundo.

El mundo estaba dentro de él.

Rhys llegó al redil de las ovejas. Los animales entraron dócilmente al trote, seguidos de Atta.

—Ya vale —le dijo a la perra.

Era la orden que la liberaba de responsabilidad con los animales. Atta se retorció de gusto y se acercó trotando a él con la lengua colgando y los ojos brillantes. Rhys la premió con una palmadita en la cabeza y una cariñosa rascada de orejas.

Cerró el aprisco para la noche y Atta se reunió con otros perros pastores, hermanos, hermanas, primos, que la recibieron con husmeos y mucho agitar de colas. La perra se acomodó cerca de los corrales para mordisquear unos huesos y dormitar, todo ello sin quitar ojo al rebaño. Dormidos o en descanso, los perros hacían las veces de guardianes a lo largo de la noche. Lobos y gatos monteses no representaban un serio problema en los meses de estío, cuando había comida de sobra en campo abierto. La época invernal era la más peligrosa. A menudo los ladridos furiosos de los perros despertaban a los monjes, que salían de sus lechos precipitadamente para echar a los depredadores con las antorchas encendidas.

Rhys remoloneó un poco por los rediles al tiempo que observaba a una perra que sujetaba firmemente con la pata a un plañidero cachorro mientras lo lamía y lavoteaba bien, y entonces cayó en la cuenta de que había algo diferente. Algo había cambiado. Se había roto la tranquilidad del monasterio. No habría sabido explicar cómo lo sabía, sólo que llevaba viviendo allí tanto tiempo que podía percibir hasta la diferencia más sutil en el entorno. Dejó el redil y rodeó las dependencias —la forja, el gran horno del panadero, los retretes y los cobertizos de almacenaje— y se acercó al monasterio propiamente dicho.

Los monjes de Majere lo habían construido hacía siglos y apenas había cambiado desde entonces. Sencillo de diseño, más parecido a una fortaleza que a un templo, el edificio de dos pisos lo habían levantado los monjes con sus propias manos utilizando la piedra sacada de una cantera próxima. El edificio principal constaba de los dormitorios para los monjes en el piso superior y, en el inferior, de un comedor comunal, una enfermería, un cuarto de entrar en calor y una cocina. Cada monje tenía su celda, en la que sólo había un colchón de paja. Las celdas tenían una ventana o hueco al exterior que permanecía sin tapar a lo largo de todo el año. No había puertas ni en las celdas ni en ninguna de las estancias. Para entrar en el edificio principal sí había una puerta, aunque Rhys se preguntaba a menudo para qué estaba si al fin y al cabo nunca la tenían cerrada.