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Rhys había decidido callar la verdad sobre su hermano, consciente de que si les decía a todos que Lleu era culpable de asesinato, lo perseguirían y lo matarían como a una bestia salvaje. Rhys descubrió que le caía bien este hombre, Gerard, cuya actitud sosegada armonizaba bien con la suya propia. Si Rhys encontraba a Lleu se vería obligado a entregarlo a las autoridades locales hasta que se lo pudiera llevar ante la justicia del Profeta de Majere. El Profeta sería el que decidiría la suerte de Lleu puesto que su crimen se había perpetrado en uno de los monasterios. Rhys decidió contarle al alguacil parte de la historia al menos.

—Lamento decir que mi hermano se ha convertido hace poco en un seguidor de Chemosh, el Dios de la Muerte —empezó—. Me temo que es víctima de algún hechizo maligno lanzado sobre él por una discípula de Chemosh. Tengo que encontrar a Lleu a fin de que ese encantamiento se rompa, si es que es posible.

—Primero Takhisis y ahora Chemosh —rezongó Gerard mientras se pasaba los dedos por el cabello, con lo que consiguió que se le pusiera de punta—. A veces me pregunto si el retorno de los dioses fue realmente beneficioso. Nos iba bien solos, si excluimos a los grandes señores dragones, por supuesto. Ya tenemos problemas de sobra ahora con los elfos desterrados, los rumores de un ejército goblin agrupándose al sur de Qualinesti, y nuestro barón mangante del lugar, el capitán Samuval. No necesitamos que dioses como Chemosh se dejen caer por aquí para complicar más las cosas. Claro que supongo que debes de haber llegado a esa misma conclusión, Rhys, puesto que has dejado de ser monje de Majere ¿eh? Vistes ropas de monje, sin embargo, de modo que has de ser algún tipo de monje.

—Entiendo el porqué de que se te eligiera para este cargo, alguacil —comentó Rhys, que buscó con los suyos los ojos azules y les sostuvo la mirada—. Tienes la habilidad de sondear a un hombre sin que él tenga la sensación de que lo estás interrogando.

—Sin ánimo de ofender, hermano. —Gerard se encogió de hombros—. Soy un buen alguacil porque me gusta la gente, incluso los granujas. Éste es un trabajo con el que uno nunca se aburre. Eso puedo asegurártelo. —Apoyó los codos en la mesa y observó atentamente a Rhys.

«Aquí estás, un monje que lleva la vida de un monje de Majere y que actúa como un monje de Majere pero que afirma no ser un monje de Majere. ¿A ti no te resultaría interesante eso?

—Para mí todo lo relacionado con la humanidad es interesante, alguacil —respondió Rhys.

Gerard iba a responder cuando interrumpieron su conversación. Uno de sus hombres entró en la posada y se dirigió hacia él con premura. Los dos conferenciaron en voz baja y el alguacil se puso de pie.

—El deber me llama, me temo. No he visto a tu hermano, pero estaré ojo avizor por si aparece. Te encontraré aquí, supongo.

—Sólo si se me da alguna tarea con la que ganarme la estancia —respondió firmemente Rhys.

—¿Ves? ¿Qué te decía? Cuando se ha sido monje, siempre se es monje. —Gerard sonrió, volvió a estrechar la mano a Rhys y se marchó. Sólo había dado unos pasos cuando volvió—. Casi lo olvido. Hay un templo abandonado a unas manzanas de la plaza, en lo que los vecinos llaman Ringlera de Dioses. Al parecer, en tiempos, ese templo estuvo dedicado a Chemosh. Ha permanecido vacío desde que se tiene memoria en el lugar, pero ¿quién sabe? A lo mejor ha vuelto. Ah, y hay una taberna apartada, en las afueras, que se llama el Abrevadero. La frecuentan jóvenes tarambanas. Podrías intentar buscar a tu hermano allí.

—Gracias, alguacil, investigaré las dos cosas —respondió Rhys, agradecido por la información.

—Buena caza —deseó Gerard, que se despidió con un ademán mientras se alejaba.

Rhys se terminó el guisado y llevó el cuenco a la cocina, donde acabó por convencer a la renuente Laura Majere de que le permitiera trabajar

para pagar su hospedaje. Tras ordenar a Atta que se quedara en un rincón donde no estorbaría, Rhys lavó los platos, subió agua y leña por la escalera de la cocina y cortó patatas, destinadas para usarlas en uno de los platos más famosos de la posada.

La tarde se hallaba avanzada ya cuando Rhys concluyó aquellas tareas. Beleño no había regresado todavía, así que Rhys preguntó a la cocinera cómo ir al Abrevadero. Su pregunta fue recibida con una expresión sobresaltada. La cocinera estaba segura de que tenía que estar equivocado, pero Rhys insistió y, finalmente, la cocinera se lo dijo, e incluso llegó a salir al rellano de la escalera para señalar el camino que tenía que tomar.

Antes de marcharse, Rhys llevó a Atta al establo y le dio la orden de esperarlo allí. La perra se tumbó sobre la paja, con la cabeza apoyada en las patas, y lo miró. No le gustaba la orden, pero la obedecería de todos modos.

El monje había considerado la posibilidad de llevarla consigo. Era una perra obediente, una de las mejores que Rhys había entrenado, pero la había tomado con Lleu desde el principio y, después del violento ataque de su hermano contra él, Atta no esperaría la orden de su amo para tirarse a la garganta de Lleu.

Rhys le dio una palmada y unos trocitos de carne a modo de disculpa y para que comprendiera que no la estaba castigando, tras lo cual se marchó en dirección al Abrevadero, que por el nombre era justo el tipo de sitio que su hermano solía frecuentar.

11

Rhys no fue directamente al Abrevadero como había planeado. Al descubrir que Ringlera de Dioses estaba cerca de la plaza, decidió visitar el templo en ruinas de camino a las afueras. Quizá allí obtendría información que le sería útil para tratar con su hermano si por casualidad lo encontraba.

El final de la Guerra de los Espíritus había significado el retorno de los dioses y de sus clérigos, que realizaban milagros en nombre de sus dioses y así ganaban seguidores. Construyeron nuevos templos dedicados a las distintas deidades y allí en Solace, como en otras ciudades, los templos solían agruparse en la misma zona de la ciudad, igual que los comerciantes de espadas se ubicaban en la calle de Espaderías, los mercaderes de telas en la calle de los Pañeros, y las tiendas de artículos de magia en el callejón de los Magos. Había quienes decían que esto se debía a que los dioses, a los que ya había engañado en una ocasión uno de los suyos, podían vigilarse así unos a otros.

Ringlera de Dioses se hallaba situado cerca de la Tumba de los Últimos Héroes. Rhys paró para echar un vistazo al monumento que —comprobó con alivio— se mantenía fiel a la imagen de sus recuerdos infantiles. Unos caballeros solámnicos montaban guardia de honor delante de la tumba. Los kenders celebraban meriendas campestres en el prado y festejaban a su héroe, el famoso Tasslehoff Burrfoot. La tumba poseía esa solemnidad y reverencia que a Rhys le resultaban relajantes. Tras guardar un momento de respetuoso silencio por los muertos que descansaban en su interior, continuó hacia la calle donde vivían los dioses.

Ringlera de Dioses bullía de actividad, con varios templos en construcción. El de Mishakal era el más grande y magnífico, puesto que fue a Solace adonde había llegado su discípula, Goldmoon de Que—Shu, portando la milagrosa Vara de Cristal Azul. Debido a esto, los vecinos de Solace afirmaban que la diosa sentía un interés especial por ellos. El templo de Kiri—Jolith era casi igual de grande y se alzaba junto al de Mishakal. Rhys vio salir del templo a varios hombres vestidos con tabardos que los identificaban como caballeros solámnicos.

De pronto se quedó perplejo al ver que a continuación de esos dos templos había otro dedicado a Majere. No había esperado encontrarlo, aunque, pensándolo bien, supuso que tendría que haber estado preparado para esa posibilidad. Solace era una población situada en un cruce de caminos de primer orden en la región. Alzar allí un templo proporcionaba a los clérigos de Majere un fácil acceso a la parte más extensa del Ansalon occidental.